Un hombre sin angustias
Poema publicado el 21 de Diciembre de 2013
Jamás vio un ovni, nunca se le apareció un fantasma;
estrellas fugaces percibió con el rabillo del ojo;
vivió la revolución de comienzo a fin escondido en un sótano.
La vez pasada le vi caminando cerca de un galpón oscuro,
pero no hacia adelante, hacia atrás,
cautelosamente; se pasó la vida precaviéndose
contra los imponderables del mundo.
Y así pasaron las décadas, un perro siempre le seguía.
Escuchaba relatos acerca de tigres y anacondas,
también debió ver alguno, pero nunca aconteció.
La vida es corta, decía, mientras miraba
el dorso de sus manos sarmentosas.
Sonreía sin embargo, parecía no tener angustias
existenciales, aun cuando tomaba
muy en serio los anuncios del fin del mundo.
Algún secreto debía tener para vivir feliz.
Un monje que diariamente pasaba por el camino
nunca dejaba de detenerse a intercambiar
con él unas pocas palabras.
En las tardecitas, ya en realidad al anochecer,
miraba hacia poniente, se inclinaba hacia atrás,
y lanzaba el más potente y prolongado alarido
que pudiera ser lanzado por ser humano.
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Poema publicado el 21 de Diciembre de 2013
Jamás vio un ovni, nunca se le apareció un fantasma;
estrellas fugaces percibió con el rabillo del ojo;
vivió la revolución de comienzo a fin escondido en un sótano.
La vez pasada le vi caminando cerca de un galpón oscuro,
pero no hacia adelante, hacia atrás,
cautelosamente; se pasó la vida precaviéndose
contra los imponderables del mundo.
Y así pasaron las décadas, un perro siempre le seguía.
Escuchaba relatos acerca de tigres y anacondas,
también debió ver alguno, pero nunca aconteció.
La vida es corta, decía, mientras miraba
el dorso de sus manos sarmentosas.
Sonreía sin embargo, parecía no tener angustias
existenciales, aun cuando tomaba
muy en serio los anuncios del fin del mundo.
Algún secreto debía tener para vivir feliz.
Un monje que diariamente pasaba por el camino
nunca dejaba de detenerse a intercambiar
con él unas pocas palabras.
En las tardecitas, ya en realidad al anochecer,
miraba hacia poniente, se inclinaba hacia atrás,
y lanzaba el más potente y prolongado alarido
que pudiera ser lanzado por ser humano.
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