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El yunque de las fuerzas - Poemas de Antonin Artaud



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El yunque de las fuerzas
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Ese flujo, esa náusea, esas tiras: aquí comienza el fuego. El fuego de lenguas. El fuego      tejido en flecos de lenguas, en el reflejo de la tierra que se abre como un vientre que      está por parir, con entrañas de miel y azúcar. Con todo su obsceno tajo ese vientre      fláccido bosteza, pero el fuego bosteza por encima con lenguas retorcidas y ardientes que      llevan en la punta rendijas parecidas a la sed. Ese fuego retorcido como nubes en el agua      límpida, con la luz al lado que traza una recta y algunas pestañas. Y la tierra      entreabierta por todas partes muestra áridos secretos. Secretos como superficies. La      tierra y sus nervios, y sus prehistóricas soledades, la tierra de geologías primitivas,      donde se descubren secciones del mundo en una sombra
negra como el carbón. La tierra es madre bajo el hielo del fuego. Ved el fuego en los      Tres Rayos, coronado por su melena en la que pululan ojos. Miríadas de miriápodos de      ojos. El centro ardiente y convulso de ese fuego es como la punta descuartizada del trueno      en la cima del firmamento. Centro blanco de las convulsiones. Un resplandor absoluto en el      tumulto de la fuerza. La espantosa punta de la fuerza que se quiebra con estruendo azul.
Los Tres Rayos forman un abanico cuyas ramas caen rectas y convergen hacia el mismo      centro. Ese centro es un disco lechoso recubierto por una espiral de eclipses.
La sombra del eclipse forma un muro sobre los zigzags de la alta albañilería celeste.
Pero por encima del cielo está el Doble-Caballo. La evocación del Caballo se empapa en      la luz de la fuerza sobre un fondo de muro deteriorado y exprimido hasta la trama. La      trama de su doble pecho. El primero de los dos es mucho más extraño que el otro. Él recoge el resplandor del cual el segundo es sólo la pesada sombra.
Más bajo aún que la sombra del muro, la cabeza y el pecho del caballo proyectan una      sombra como si toda el agua del mundo hiciera subir el orificio de un pozo.
El abanico desplegado domina una pirámide de cimas, un inmenso concierto de vértices.      Una idea de desierto planea sobre esos vértices por encima de los cuales flota un astro      desmelenado, horriblemente, inexplicablemente suspendido. Suspendido como el bien en el      hombre o el mal en el comercio de hombre
a hombre, o la muerte en la vida. Fuerza giratoria de los astros.
Pero detrás de esa visión de absoluto, ese sistema de plantas, de estrellas, de terrenos      partidos hasta los huesos, detrás de esa ardiente floculación de gérmenes, esa      geometría de búsquedas, ese sistema giratorio de vértices, detrás de ese arado hundido      en el espíritu y ese espíritu que separa sus fibras, y descubre sus sedimentos, detrás      de esa mano de hombre, en fin, que deja impreso su duro pulgar y dibuja sus tanteos,      detrás de esa mescolanza de manipulaciones y cerebro y esos pozos en todas las      direcciones del alma y esas cavernas en la realidad,
se alza la Ciudad amurallada, la Ciudad inmensamente alta a la que no basta todo el cielo      para hacerle un techo donde las plantas crecen en sentido inverso y con una velocidad      de astros despedidos.
Esa ciudad de cavernas y de muros que proyecta sobre el abismo absoluto arcos perfectos y      subsuelos como puentes.
Cómo se quisiera en la concavidad de esos arcos, en la arcada de esos puentes insertar la      curva de un hombro desmesuradamente grande, de un hombro en el cual se difunde la sangre.      Y colocar su cuerpo en reposo y su cabeza en la que hormiguean los sueños sobre el      reborde de esas cornisas gigantescas donde se escalona el firmamento.
Pues un cielo de Biblia está allá arriba por donde se deslizan blancas nubes. Pero      las suaves amenazas de esas nubes. Pero las tormentas. Y ese Sinaí del que dejan asomar      las pavesas. Pero la sombra que hace la tierra y la iluminación apagada yblancuzca.      Pero finalmente esa sombra en forma de cabra y ese macho cabrío. Y el aquelarre de las      Constelaciones.
Un grito para recoger todo eso y una lengua para ahorcarme.
       
Todos esos reflujos comienzan en mí.
Mostradme la inserción de la tierra, la bisagra de mi espíritu, el atroz nacimiento de      mis uñas. Un bloque, un inmenso bloque artificial me separa de mi mentira. Y ese bloque      tiene el color que cada uno quiere.
El mundo deja allí su baba como el mar sobre las rocas y como yo con los reflujos del      amor.
Perros, habéis terminado de hacer rodar vuestros guijarros sobre mi alma. Yo. Yo. Dad      vuelta la página de los escombros. También yo espero el pedregullo celeste y la playa      sin márgenes. Es necesario que ese fuego comience en mí. Ese fuego y esas lenguas y las      cavernas de mi gestación. Que los bloques de hielo retornen a encallar bajo mis dientes.      Tengo el cráneo espeso, pero el alma lisa, un corazón de materia encallada. Carezco de      meteoros, carezco de fuelles ardientes. Busco en mi garganta nombres, y algo como la      pestaña vibrátil de las cosas. El olor de la nada, un tufo de absurdo, el estiércol de      la muerte total. El humor ligero y rarefacto. También yo no espero sino al viento. Que se llame amor o miseria casi no logrará hacerme encallar sino      en una playa de osamentas.

De "L'Art et la mort"

       

Versión de Aldo Pellegrini
       




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