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Elogio de la luz - Poemas de Antonio Casares



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Categoría: Poemas de Amor
Elogio de la luz
Poema publicado el 30 de Octubre de 2010

Tocar la luz, tal vez acariciarla
como si acariciáramos un cuerpo
que nos ofrece toda su belleza
desnuda, sin los velos del deseo,
o dejarse acariciar por ella,
mujer de manos dulces y sedosas,
para alcanzar el cielo aquí en la tierra,
para sentir un éxtasis de amor.
Ver cómo se desliza entre las cosas
y se va abrazando a los objetos
como una serpiente transparente
o una amante apenas perceptible,
con la delicadeza de unos dedos
que rozan el cristal, la porcelana
que yace en la alacena o en la mesa
que hemos dispuesto para compartir
la belleza que aún queda en este mundo
a punto de caer en las tinieblas
y en el eterno olvido del fulgor
que da sentido a nuestra libertad.
Ver la luz que se filtra entre los árboles
del bosque de los sueños y que llega
hasta el manto de las hojas sombrías
y la umbría soledad de la tierra,
o, en verano, en el alto mediodía,
cuando el sol pone un cetro al universo,
recordar su translúcida presencia
en los caminos que van a la infancia
y nos devuelven la antigua inocencia
que hace tiempo dimos por perdida.
Contemplar esos días luminosos
en los que el mar es el nítido espejo
de un cielo del que huyeron las nubes,
o poder regresar hasta la aldea
en la que el soñador contruyó el mito
inexistente de la eternidad.
Ver cómo entraba por la claraboya
del oscuro desván  o la buhardilla,
furtiva, lentamente, y proyectaba
sobre el suelo su pura sombra blanca.
Ver lo que nunca vimos o que vimos
de otro modo, con ojos inconscientes,
sin poder comprender que aquella luz
que ahora regresa con estas palabras
es como un ritual, como un conjuro
por la que todo vuelve a ser sagrado.
Ver en lo visible lo invisible
y ver en lo invisible lo visible,
dar un sentido místico a los seres,
ser un ser existiendo en lo existente,
sentirse uno y, a la vez, sentirse
unido para siempre con el todo,
sentirse iluminado, ser la luz.
Saber que siempre llega con la aurora
y nos devuelve al sueño de la vida
y que a la hora del poniente muere
entre los brazos ciegos de la noche,
para nacer de nuevo con el alba,
como una diosa, como un dios, divina,
humanizada para los humanos.


          (Santander, 30 de octubre de 2010)


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