Invitación al viaje estático
Poema publicado el 02 de Octubre de 2010
“Là, tout n´est qu´ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté”.
(BAUDELAIRE)
Sentado, con un libro entre las manos,
sin tener que moverme de mi casa,
puedo viajar a exóticos países
y a lugares que nadie ha visitado,
conocer nuevas gentes, descubrir
continentes, ciudades como sueños,
ver paisajes que nadie ha visto nunca,
y, si ése es mi capricho o mi deseo,
igual que los marineros de antaño,
disfrutar de un amor en cada puerto.
¿Quién me impide convertirme en Ulises?
¿Quién me prohibe disfrutar de Bizancio?
¿Quién sentir la fascinación del Bósforo
llorar en las ruinas del Partenón,
o sentir nostalgia de Alejandría?
¿Quién quedarme en la isla de Crusoe?
¿A quién tendré que pedirle permiso
para gozar de los fastos de Roma
o de los carnavales de Venecia?
¿A quién solicitaré un visado
para ir a Katmandú o a Machu Picchu?
¿Quién podrá quitarme de viajar
libremente en el espacio y el tiempo?
¿Y quién me impedirá relacionarme
con los habitantes de otras galaxias,
o con todos los seres imaginarios?
No necesito una agencia de viajes,
ni aguantar los controles policiales,
ni ser tratado como un sospechoso,
ni sufrir vejaciones burocráticas,
ni soportar las colas, ni las huelgas
elitistas de los controladores,
ni el miedo a los aviones, ni el jet lag,
ni el pánico a morir en sitio extraño,
alejado del lugar en el que vivo,
a miles de kilómetros de aquellas
personas que me aman o que amo.
Con la imaginación es suficiente,
y la soledad de mi habitación
(o, en su caso, en buena compañía,
para poder compartir la belleza),
y un libro bien escrito entre las manos...
(Santander, 30 de septiembre de 2010)
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Poema publicado el 02 de Octubre de 2010
“Là, tout n´est qu´ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté”.
(BAUDELAIRE)
Sentado, con un libro entre las manos,
sin tener que moverme de mi casa,
puedo viajar a exóticos países
y a lugares que nadie ha visitado,
conocer nuevas gentes, descubrir
continentes, ciudades como sueños,
ver paisajes que nadie ha visto nunca,
y, si ése es mi capricho o mi deseo,
igual que los marineros de antaño,
disfrutar de un amor en cada puerto.
¿Quién me impide convertirme en Ulises?
¿Quién me prohibe disfrutar de Bizancio?
¿Quién sentir la fascinación del Bósforo
llorar en las ruinas del Partenón,
o sentir nostalgia de Alejandría?
¿Quién quedarme en la isla de Crusoe?
¿A quién tendré que pedirle permiso
para gozar de los fastos de Roma
o de los carnavales de Venecia?
¿A quién solicitaré un visado
para ir a Katmandú o a Machu Picchu?
¿Quién podrá quitarme de viajar
libremente en el espacio y el tiempo?
¿Y quién me impedirá relacionarme
con los habitantes de otras galaxias,
o con todos los seres imaginarios?
No necesito una agencia de viajes,
ni aguantar los controles policiales,
ni ser tratado como un sospechoso,
ni sufrir vejaciones burocráticas,
ni soportar las colas, ni las huelgas
elitistas de los controladores,
ni el miedo a los aviones, ni el jet lag,
ni el pánico a morir en sitio extraño,
alejado del lugar en el que vivo,
a miles de kilómetros de aquellas
personas que me aman o que amo.
Con la imaginación es suficiente,
y la soledad de mi habitación
(o, en su caso, en buena compañía,
para poder compartir la belleza),
y un libro bien escrito entre las manos...
(Santander, 30 de septiembre de 2010)
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