Memorias de ana.
Poema publicado el 14 de Noviembre de 2010
Uno podía creer lo que fuera de ella
que era por ejemplo un naranjo impreso en colinas,
la fracción más tierna del cosmos,
se decía a si misma que la muerte es para los muertos y volaba convertida
en otro pedacito del mundo.
se le veía a primeras, Ana era mucho más que Ana, mucho más que
una.
A veces la observaba por horas,
me gustaba tanto besarle los labios cuando eran de agua fresca,
uno podía verla transformarse en el acto, se
tapaba los ojos y brincaba a mis brazos hecha luz de mediodía,
si quería era desierto indestructible, se armaba de arena y camellos y
paseábamos juntos por su ombligo
incendiado.
Cuando era hierba me acostaba sobre ella
y era el cielo que miraba, las aves y las nubes,
Ana sabía mostrarme que era otras cosas además
de tierra.
Quizá amaneciera como mar, se cortaba el cabello y era como verla desde el principio
como antes del tiempo,
si despertaba hecha las calles, una nota
me contaba como se hicieron las aguas, como parió la risa al mundo.
Ana nunca reparó en ser la misma de antes.
Uno creería lo que fuera de ella,
le importaba tan poco el matrimonio,
le avanzaban los años metida entre las sábanas y jugaba
a que éramos otras dos personas, unas que se amaran.
A mí me bastaba ser uno cuando ella andaba cerca, aunque quisiera ser
el bosque silenciado, aunque me pidiera acompañarla
entre casas tristes, abandonadas de hace tiempo.
Yo caminaba junto a ella con las manos en los bolsillos,
quería verla justo en el momento, en el cambio a otra. Así podía
pasar las tardes del mundo.
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Poema publicado el 14 de Noviembre de 2010
Uno podía creer lo que fuera de ella
que era por ejemplo un naranjo impreso en colinas,
la fracción más tierna del cosmos,
se decía a si misma que la muerte es para los muertos y volaba convertida
en otro pedacito del mundo.
se le veía a primeras, Ana era mucho más que Ana, mucho más que
una.
A veces la observaba por horas,
me gustaba tanto besarle los labios cuando eran de agua fresca,
uno podía verla transformarse en el acto, se
tapaba los ojos y brincaba a mis brazos hecha luz de mediodía,
si quería era desierto indestructible, se armaba de arena y camellos y
paseábamos juntos por su ombligo
incendiado.
Cuando era hierba me acostaba sobre ella
y era el cielo que miraba, las aves y las nubes,
Ana sabía mostrarme que era otras cosas además
de tierra.
Quizá amaneciera como mar, se cortaba el cabello y era como verla desde el principio
como antes del tiempo,
si despertaba hecha las calles, una nota
me contaba como se hicieron las aguas, como parió la risa al mundo.
Ana nunca reparó en ser la misma de antes.
Uno creería lo que fuera de ella,
le importaba tan poco el matrimonio,
le avanzaban los años metida entre las sábanas y jugaba
a que éramos otras dos personas, unas que se amaran.
A mí me bastaba ser uno cuando ella andaba cerca, aunque quisiera ser
el bosque silenciado, aunque me pidiera acompañarla
entre casas tristes, abandonadas de hace tiempo.
Yo caminaba junto a ella con las manos en los bolsillos,
quería verla justo en el momento, en el cambio a otra. Así podía
pasar las tardes del mundo.
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