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Reconocimiento del amor - Poemas de Carlos Drummond de Andrade



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Categoría: Poemas de Amor
Reconocimiento del amor
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Amiga, cómo carecen de norte
los caminos de la amistad.               
Apareciste para ser el hombro suave
donde se reclina la inquietud del fuerte               
(o que ingenuamente se pensaba fuerte).
Traías en los ojos pensativos               
la bruma de la renuncia:
no querías la vida plena,
tenías el previo desencanto de las uniones para toda la vida,               
no pedías nada,
no reclamabas tu cota de luz.
Y te deslizabas en ritmo gratuito de ronda.               
Descansé en ti mi fajo de desencuentros
y de encuentros funestos.               
Quería tal vez -sin percibirlo, lo juro-
sádicamente masacrarte               
bajo el hierro de culpas y vacilaciones y angustias que dolían
desde la hora del nacimiento,               
estigma desde el momento de la concepción
en cierto mes perdido en la Historia,               
o más lejos, desde aquel momento intemporal
en que los seres son apenas hipótesis no formuladas               
en el caos universal.
¡Cómo nos engañamos huyéndole al amor!
Cómo lo desconocimos, tal vez con recelo de enfrentar               
su espada reluciente, su formidable
poder de penetrar la sangre y en ella               
imprimir una orquídea de fuego y lágrimas.
Pero, él llegó mansamente y me envolvió               
en dulzura y celestes hechizos.
No quemaba, no brillaba, sonreía.               
No entendí, tonto que fui, esa sonrisa.
Me herí con mis propias manos, no por el amor               
que traías para mí y que tus dedos confirmaban
al juntarse a los míos, en la infantil búsqueda del Otro,               
el Otro que yo me suponía, el Otro que te imaginaba,
cuando -por agudeza del amor- sentí que éramos uno sólo.               
Amiga, amada, amada amiga, así el amor
disuelve el mezquino deseo de existir de cara al mundo               
con la mirada perdida y la ancha ciencia de las cosas.
Ya no enfrentamos al mundo: en él nos diluimos,               
y la pura esencia en que nos transmutamos perdona
alegorías, circunstancias, referencias temporales,               
imaginaciones oníricas,
el vuelo del Pájaro Azul, la aurora boreal,               
las llaves de oro de los sonetos y de los castillos medievales,
todos los engaños de la razón y de la experiencia,               
para existir en sí y para sí,
con la rebeldía de cuerpos amantes,               
pues ya ni somos nosotros,
somos el número perfecto: Uno.
Tomó su tiempo, yo se, para que el «Yo» renunciase               
a la vacuidad de persistir, fijo y solar,
y se confesara jubilosamente vencido,               
hasta respirar el más grande júbilo de la integración.
Ahora, amada mía para siempre,               
ni mirada tenemos para ver, ni oídos para captar la melodía,
el paisaje, la transparencia de la vida,               
perdidos como estamos en la concha ultramarina de mar.




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