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La carmela - Poemas de El Hombre De La Rosa



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Categoría: Poemas de Amor
La carmela
Poema publicado el 04 de Mayo de 2011

Entre jirones de niebla y las piedras del camino,
Arrastra el carro la mula, maldiciendo su destino.
Es un carro de Gitanos, de Cales de pura raza,
Y por la lona entreabierta, la Carmela lo guiaba.
Los herrajes de la mula, cascabeles y el bruñido,
Tintinean con los hoyos, entre los canchos y el río.
La esencia de los gitanos, camina por la mañana,
Junto a la lona del carro, la Carmela lo llevaba.
La llaman la re bonita, por ser Calé de mil gracias,
Con cara de noche y luna, y el embrujo de su raza.
Su madre, la mira y mira, sentada junto a la vara,
Mientras el carro fatiga, por el ocaso hasta el alba.
Con el andar de los ejes, las pezoneras reclaman,
La grasa de sus quejidos, con chirridos de su ansia.
Con cadencia de caminos, la caravana se afana,
Mezclando su caminar, entre los canchos y jaras.
Donde la noche de posa es cuando el carro se para,
Y se alumbra las hogueras, con maderas y retamas.
Suspira ya el campamento, en el humo de la brasa,
Que cuecen para la cena, una puchera con habas.
Candongo contra una piedra, afilando esta la faca,
Entonando entre el humo, su quejido de garganta.
Hay olores de jarales, entre los canchos de plata,
Es la noche del embrujo, noche de luna muy clara.
Un taranto que se siente, un rasgueo de guitarra,
En la noche sarracena, acallando a las cigarras.
Las manos y el palmeo, en el ritmo se empalagan,
Meciendo los sentimientos, con aprieto de su alma.
La Carmela está bailando, con remolinos de falda,
Pisando su pie desnudo, el polvo que ella levanta.
Candongo con un quejido, con arrugas en su cara,
Lanza al aire su cantar, que las sombras arrebatan.
El quiere a Carmelita, por ser bonita y con gracia,
Pretendiendo los amores, de la gitana que baila.
En las pautas del silencio, con aroma de las habas,
Se reflejan las pasiones, entre greñas de gitanas.
El aire extiende la voz, de Carmelita que canta,
Un manto tiende la noche, con el sudor y la llama.
Oscuridad del misterio, con los ojos que arrebatan,
Al Candongo por los celos, de su faja, la navaja.
Y esa lucha entre gitanos, de rojo con sangre paga,
Con expresión de la muerte, por acero de la faca.
El respeto por los años, se emboza de ley gitana,
La que sana las heridas, con las frentes agachadas.
Un perro ladra en la noche, con el croar de la rana,
Mientras la luna vigila, el campamento de plata.
Prometido esta Candongo con el voto y juramento,
Con Carmelita la guapa, con una rosa en el pelo.
El ceremonial con rito se celebra en cumplimiento,
Y la boda entre gitanos, se viste de sentimientos.
El puchero que se rompe, rasgones de camisetas,
Los gritos del alborozo, se sienten en las hogueras.
La boda de los Candongos con cánticos se celebra,
Mientras corre el vino viejo, en la barriga sin cena.
En el interior del carro, entre el amor y la entrega,
Entre el sudor de dos cuerpos con olores de canela.
Fuera con tiento y fandangos se calientan las ideas,
En quejidos de guitarras, como lo pide esta tierra.
Cante hondo entre jarales gritos de fuente vaquera,
Rincones del alabastro, de rostros finos de piedra.
El sacramento Cale, es proteger su honor y la flor,
De picaresca elegancia, con sangre de Macarena.
Al nacimiento del alba, cuando la luna se acuesta,
Se recogen en los carros, para vagar por la tierra.
En el pescante, el Cale, con el pelambre de greñas,
Tapando sus verdes ojos, de felicidad completa.
Una gitana comadre, sale exclamando a la senda,
Enseña la tela blanca, manchada de sangre fresca.
La sabana de esa noche, la Carmela la contempla,
Y se la muestra a Candongo, con alaridos de fiesta.
El Candongo con las manos, se rasga la camiseta,
Gritando al aire y al cielo, su felicidad completa.
La Carmela es levantada a hombros por la vereda,
Entre grito de garganta, en homenaje á la hembra.
Con el paso de los meses, como semilla de tierra,
Brota una vida Gitana, del vientre de la Carmela.
Candongo el viejo Cale sentado junto a la hoguera,
Unos gruesos lagrimones, corren por su cara seca.
Llora de pena el Candongo, por ese Cale que llega,
Llora muy triste el gitano con la mano en la greña.
Las gitanas calentando, el agua clara de la sierra,
Sus manos están lavando, la tierna cara canela.
Llorar y gemir gitanos, que de llorar nadie muere,
Se muere de malo ó viejo, o por la faca campera.
Son hijos de la angustias, por vivir en esta tierra,
Sufriendo por el desprecio, que su libertad genera.
Vibrar de temor gitanos por esa vida que empieza,
Con semilla del Candongo que le da vida Carmela.
Pusieron al Cale y niño, nombres de mucha solera,
Así se llama el gitanillo, Candongo Reyes Utrera,
El gitano al ir creciendo las penas las deja fuera,
Jugando con los matojos y con las jaras camperas.
La luna tiende su manto al compás de las cazuelas,
Que brillan entre el ascua y el humo de la hoguera.
Las estrellas en el cielo con guiños le hacen señas,
A Carmela la imperiosa con albor de luna plena.
Entrando llena la noche se calman ya las cegueras,
Y el roció entre los carros pinta la tierra de seda.
En el interior del carretón el niño mama la te--,
Con la madre acariciando su tierna cara de cera.
La vida sigue su curso en el andar por la tierra,
La independencia gitana con el sueño se doblega.
Sosegada la albergada la quietud al mundo llega,
Mientras un perro devora la carne de la placenta.
El Candongo está soñando con sonrisa placentera,
Con el banquete de razas que coman de la cazuela.
Las nubes cubren la luna y la oscuridad se acerca,
Haciendo brillar las brasas con remolinos de tierra.
El gitano ahíto de leche su mamar suelta la te--,
Con la mano que acaricia el pecho de la Carmela.
Las luces de la mañana se funden en los sentidos,
Entre rumores del agua que forman los remolinos.
Candongo pescando está entre el cañizo del río,
Los peces miran la caña entre la ova escondidos,
Carmelita estaba lavando los pañales de su niño,
Con ojeadas al hombre que pesca cerca del río.
La paz que deja el ejido entremezcla su suspiro,
De la gitana Candonga que teme por su marido.
El trotar de unos caballos su corazón a encogido,
Por las verdes calaveras que pasan por el camino.
Los grises de los aceros de púrpura se han teñido,
Vertiendo sangre gitana entre los canchos y el río.
Suspirando está la parca por la casta que ha salido,
En la boca del Candongo con los últimos suspiros.
La Carmela está llorando curando al gitano herido,
Sufriendo por la miseria que la muerte la á traído.
El cadáver del Candongo en su carro se ha metido,
Y prenden fuego al gitano con su carreta y avíos.
Antes de llegar la noche todos los carros se alejan,
De tierra de adversidades por sables de la ceguera.
La carreta del Candongo cubierta con fuego queda,
Depurando con la llama una compendia de penas.
Con el paso de los tiempos las almas se degeneran,
Y la Carmela alumbrando su pelo con plata vieja.
Entretenida esta apañando en su pechera de barro,
Avía con arte un guisó, de cordero y de gazpacho.
Tiene su rostro arrugado al trascurrir de los años,
Esperando que le alcance un alivió a su calvario.
Bajo la lona del carro se está apagando Carmela,
Con Candongo acariciando su antigua cara canela.
El lamento de la muerte al llevarse un alma buena,
Se junta con los quejidos, de cantar por peteneras.
El hijo mirando al cielo recibe guiños de estrellas,
Con fragancia de patriarca y calor de madreperlas
El puño bien apretado se cierra por la impotencia,
Con luces de autonomía que los gitanos profesan.
La vida está tan dolida y  la muerte está tan cerca,
Que el valor de los cales mira afanoso a tu puerta.
Cuando no haya gitanos en caminos ni en veredas,
Las flores de los juncales se secaran de vergüenza.

Autor:
Críspulo Cortés Cortés
El Hombre de la Rosa
4 de mayo del 2011


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