Poemas de Elegía Por Los Niños De Posguerra



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Elegía Por Los Niños De Posguerra

En la alameda, siempre los del barrio,
feria de locos juegos, los paseos
de los noviazgos despuntando idilios,
aquellos niños, huérfanos algunos,
hijos del patio pobre y populoso,
del pan con la manteca y el remiendo,
de chocolate en onza y la doctrina
por la tarde los jueves en la iglesia,
con racimo de niños, colgaduras
de las ventanas en la vieja plaza
en espera que el lego abra el zaguán;
aquel rosario con su letanía,
sábado jubiloso, ora pro nobis,
el Cara al sol de prólogo diario,
el chapón de la tinta goteando
y el miedo agazapado en el pupitre,
el secador como un fugaz alivio
de aquella letra gótica y las grecas
a la margen izquierda del cuaderno
como rizos de flores delirantes;
la paciencia quebrada del maestro,
que mostraba su férula temible
para calmar a aquella grey confusa
en su nunca dormida algarabía;
las oraciones antes de la clases
bajo aquel crucifijo al que lo escoltan
de un lado José Antonio, a otro el Caudillo,
proa de aquella España sempiterna,
Grande y Libre en ondeo de bandera,
el mapamundi y la lección cantada
por los alumnos y maestro ("España
limita al norte con el mar Cantábrico..."),
los partes nacionales de la radio
en los rumores de la sobremesa,
los pantalones largos, el espejo
diario, guillotina de la barba,
la colonia, aliado de abordaje
para el amor, susurros de piropos,
el tupé y el pick-up cuando en los patios
los bailes encendían sus delirios
y los serios asedios a las chicas
rogándoles poder acompañarlas,
las colas de los cines los domingos,
aquel No-Do, los trailers, los anuncios
en una España aún en blanco y negro.

Aprendían los niños sus oficios
y luego la llamada de la patria,
la novia en serio, al brazo ya cogida
y al final la entrevista con el padre
("Dígame cuáles son sus pensamientos
con mi hija y cuál es su profesión..."),
última fase de un austero rito
ya en los umbrales de la casapuerta,
enredados en besos y ternuras.


Han pasado los años y los niños
que aquí jugaban, nunca más han vuelto.
Se hicieron hombres. Cada uno pisa
el laberinto de sus circunstancias.
¿Se acordarán de esta alameda algunos
y se recrearán en la memoria
como en un álbum de sus emociones?
No lo sabemos. Pero ahora mismo
una tarde cualquiera, como aquellas
—buganvillas cayendo en cataratas
por las arcadas, nidos de noviazgos,
miniaturas de sol entre las frondas—
que les dieron su luz y sus espacios
de juego en el verdor de la floresta,
esta tarde de ahora va pasando
sola, sin niños y sin algazaras.
Los hijos, en su feudo de acomodos,
desparraman el ocio por la casa
tal vez rehenes del televisor,
o clientes de los ordenadores.


Alguien que lleva a cuesta ya sus años
viene aquí, a la alameda de su infancia
y evoca en el silencio, hasta que cierra
el álbum de su ayer antes que vaya
a humedecerlo la melancolía.
El tiempo es un negrero con su fusta
golpeando en la espalda de los años,
obligando a remar hacia delante...

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