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3. fÁbula y rueda de los tres amigos - Poemas de Federico García Lorca



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3. fÁbula y rueda de los tres amigos
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Enrique,
Emilio,
Lorenzo,

Estaban los tres helados:
Enrique por el mundo de las camas;               
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.
              
Lorenzo,
Emilio,
Enrique,

Estaban los tres quemados:               
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos,               
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.
              
Lorenzo,
Emilio, Enrique, Estaban los tres enterrados:
Lorenzo en un seno de Flora;               
Emilio en la, yerta ginebra que se olvida en el vaso,
Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.
              
Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
Fueron los tres en mis manos               
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas               
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.

Uno
y uno               
y uno,

Estaban los tres momificados,
con las moscas del invierno,               
con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,
con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,               
por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.
              
Tres
y dos
y uno,
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,               
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,               
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,               
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.

Yo había matado la quinta luna               
y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos.
Tibia leche encerrada de las recién paridas               
agitaba las rosas con un largo dolor blanco.
Enrique,
Emilio,               
Lorenzo.
Diana es dura,
pero a veces tiene los pechos nublados.               
Puede la piedra blanca latir en la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.
              
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,              
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,               
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.               
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.               
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!               
los nombres de todos sus ahogados.


              4. TU INFANCIA EN MENTÓN

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.               
      Jorge Guillén


Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.               
Tu soledad esquiva en los hoteles
y tu máscara pura de otro signo.               
Es la niñez del mar y tu silencio
donde los sabios vidrios se quebraban.               
Es tu yerta ignorancia donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.               
Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,               
pero, pasto de ruina, te afilabas
para los breves sueños indecisos.               
Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
índices y señales del acaso.               
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan.               
Pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que no te entiende,               
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que llevas.               
Allí, león, allí, furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;               
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,               
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,               
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.               
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,               
te he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!               
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan               
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,               
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor Niñez del mar.               
Tu alma tibia sin ti que no to entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza               
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y to niñez.              
El tren y la mujer que llena el cielo.
Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.               
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.

                                                                                    




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