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Cacto polis - Poemas de Gabriel Marco



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Categoría: Poemas de Amor
Cacto polis
Poema publicado el 24 de Febrero de 2011

A Dolores Speranza


Esta historia empieza
y termina con un libro.

Todo radica en el nombre, que esconde- en clave- un crimen.

Como una piedra cae a una laguna,
así trabajó mi conciencia el título
del demoníaco volumen.

Un título sin poesía.
Un título feo casi.

El libro existe, se llama Hay alguien que está esperando.

Si el poeta previó el accidente no sé.

Resulta que yo había leído a ese autor amante de los espacios abiertos,
yo también anhelé puertos y prostitutas, puentes y rascacielos.

Pero no pude aventurarme.

Mi abuelo, que de ilustres desciende castellanos,
se había visto obligado a abandonar la dulce campiña.

Sus manos nacidas para la tierra
se agrietaron entre el polvillo de los ministerios.

Sus nietos heredamos suertes parecidas.

Por eso,
la idea del mar
halló siempre abiertas
las puertas
de mi espíritu.

El mar...
y las ciudades.

Las verdaderas ciudades, es decir: aquellas metrópolis que ostentan rascacielos.

De nada vale una ciudad de millones de habitantes
si no conoce lo que es un edificio de, por lo menos, digamos, cincuenta pisos.

Los paisajes cerriles no llamaban mi atención.

Estaban a dos pasos.

Eran el paraíso perdido de mis ancestros.
Yo anhelaba puertos y megápolis.

Hasta llegué a fabricar una urbe personal: Cacto Polis.

Una ciudad de cactus.

Cada barrio de Cacto Polis
tenía su propia tradición.

No era lo mismo ser de Villa Cactus que de General Vera.

Cacto Polis había prosperado
gracias a la tiranía de una casta
que se portó bien una sola vez:
la primera.

Toda ella había sido levantada por los aborígenes
primero, por los inmigrantes después.

En el principio, los aborígenes se mezclaron
con los hijos de las castas principales quienes
no tardaron en confundirse con los extranjeros.

De esa generosa promiscuidad que tanta sangre redamó
en las campañas de Cactucho y Rocayote,
en las revueltas de los Talleres Petrana,
en las huelgas y masacres de los frigoríficos
y despinaderos surgieron los cactómanos de hoy.

Gente grosera y atropellada en su mayoría,
ese pueblo cuenta con notables excepciones.

Decía
que me había inficionado a las lejanías.

Ensayé todas las posibilidades.

Sin suerte.

Mi vida
estaba sitiada
por serranías
(que se burlan
de mis ansias
de infinito.)

La llegada del libro no fue casual, fue involuntaria.
Yo me había hecho socio de la Biblioteca Municipal mucho antes de casarme.
Sin embargo, la empecé a frecuentar de casado,  ya que de ese modo
me evadía de mi esposa. 



Allí leí:
“¿Qué Londres? Aquel Londres. ¿Será en Berkeley Square,/ en Peticoat Lane, de luna de Speackeasy/ el mitin de amapolas en los jardines solos,/ la catedral surgiendo de gigantes habanos, / el subsuelo de especias de olores vehementes?”

No me reencontraría con el libro sino muchos años después, en Carlos Paz.

El gremio nos regalaba la estadía y los niños necesitaban unas vacaciones.
La recesión económica arreciaba y Carlos Paz era un infierno de turistas.

No se podía caminar por las veredas.

Fue entonces cuando divisé las mesas por entre la muchedumbre.

Fue como un oasis en los desiertos de la Libia.

Todo ese bullicio de karaokes y videojuegos
ya estaba empezando a ensombrecerme.

Me adelanté con los niños a revolver las ofertas de saldos.
(Mi señora adivinó mis intenciones, pero no se opuso.)


Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado.

Hay alguien que está esperando, leí.


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