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IntroducciÓn sinfÓnica - Poemas de Gustavo Adolfo Becquer



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Categoría: Poemas de Amor
IntroducciÓn sinfÓnica
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los  extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la  palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más  hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la  cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los  años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión,  los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas  miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las  entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y  convertirse al beso del sol en flores y frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que  deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas  ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y  agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por donde salir a la  luz, de las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de la  forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; y la palabra tímida y perezosa  se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil  lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. Tal caen inertes en los surcos de las sendas,  si cae el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino.
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres:  ellas son la causa desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y  así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí: paseando por entre la indiferente multitud  esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen  un término y a éstas hay que ponerles punto.
El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus  creaciones, apretadas ya, como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su  fantástica existencia, disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de  una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por  romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.
¡Anda, pues! andad y vivid con la única vida que puedo daros.
Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables. Os vestirá, aunque  sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar  para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida de frases exquisitas, en las que  os pudierais envolver con orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder  cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar  un preciado perfume. ¡Mas es imposible! No obstante necesito descansar: necesito, del  mismo modo que se sangra el cuerpo, por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con  pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos.
Quedad, pues, consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un  desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por el  aire la muerte antes que su Creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la  claridad de las sombras.
No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en  extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida de  la realidad del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero  que al romperse este arpa vieja y cascada ya, se pierdan a la vez que el instrumento las  ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo,  una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El  sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear y las gentes de  diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué casos he soñado y  cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y  personajes reales; mi memoria clasifica, revueltos nombres y fechas de mujeres y días que  han muerto o han pasado con los de días y mujeres que no han existido sino en mi mente.  Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte sin que vengáis a ser  mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id,  pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que  encontraron en un alma que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus  esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra  puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No  quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un  saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los  desvanes del cerebro.




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