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Tu amor - Poemas de Isis Carolina Farias



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Categoría: Poemas de Amor
Tu amor
Poema publicado el 04 de Enero de 2011

Capitulo 1

El amor, es algo impredecible… no sabes de quien te enamoraras, no sabes por quien cometerás locuras… a mis 35 años, aun estoy sola. Quizás ha sido porque nunca he tenido el valor de ser  valiente. Mi amor fue distinto, siempre me sorprendió. Mi vida es distinta.
Hoy llueve, y hace frio… y, me siento cómoda, entre mis mantas, con mis velas aromáticas impregnando el espacio de jazmín, siempre me ha gustado el olor a jazmín. Aun que,  a muchas personas le resultara insoportable, a mi simplemente me transporta.  Quiero sentirme en armonía conmigo misma, para prepararme a recordar. Hace tres años que no volvía a esta casa, de grandes ventanas, de suelo de mármol, un jardín impresionante y verdoso en toda su plenitud. Ahora llovía y sus hojas se limpiaban con el agua del cielo. Desde mi ventana podía mirar el mar, abrazando con cierta pasión las grandes piedras que sobre salían de las altas montañas. Mirar la playa, me trae inolvidables recuerdos, y he vuelto a ello. Quiero mirar, quiero respirar, quiero volver a vivir lo que una vez viví. Quiero decirle al mundo, que ya no me da vergüenza aceptar lo que soy.
Empezare diciendo que me llamo Dayana Sambrano, y estoy licenciada en psicología. Aun que, la verdad no sé si siempre tenga la capacidad para ayudar a los demás, porque empezando por mí. Sé que no estoy muy bien, aun guardo heridas del pasado. Heridas que no he sido capaz de solucionar por mí misma. Porque todo este dolor, y esta soledad la cura. está en otra persona.
Nunca he sido afortunada en el amor, siempre me he tropezado con los amores imposibles. Siempre me he tenido que ir por el lado más difícil. Aun que para empezar, no sé si siempre fue fácil. Me quede huérfana de madre a los 6 años, se podrán imaginar lo terrible que es quedarse sola a tan temprana edad, aun que me quedaba mi padre, eso era como si nada. Sobre todo porque solo lo veía en las noches, unos minutos antes de acostarme a dormir, siempre deseaba que anocheciera. Que mi nana María, me pusiera mi batita rosa para dormir. Y estar allí con los ojos bien abiertos, hasta que lo veía cruzar la puerta para darme las buenas noches. Estaba allí, me preguntaba sobre el colegio y me leía un cuento. Nunca terminaba a escuchar el final, siempre me dormía antes. Sentía su beso como una caricia en la mejilla y luego todo era silencio.
Me había acostumbrado a ello, hasta que una noche no vino. Y empezó a ser más frecuentes sus ausencias, me estaba temiendo lo peor, quizás podría volver a rehacer su vida. No le iba a ser difícil, en aquel entonces no tenía idea. Yo solo pensaba que era un estorbo. Que era demasiado joven para tener una hija.
Pero las cosas empezaron a cambiar, los fines de semana tenía que compartirlo, con otra mujer. Me resultaba tan extraño verlo con otra, tan diferente a mi madre, que no lo podía concebir. Era una rebelde, pero por más cosas desagradables que hiciese, esa mujer siempre estaba allí, cada día sentía como se acercaba más a mi padre. Aun que eso no era lo único que me atormentaba, lo que me atormentaba era Cristina la hija de Marisol. Su perfección me molestaba, era la más linda, la que más gracia le hacía a todos, se había convertido en la favorita de mi padre. Me sentía desplazada. Me sentí tan mal; cuando mi padre se caso con Marisol, recuerdo que me había encerrado en la habitación a llorar, me sentía abandonada, no podía controlar mis llantos, mi amargura.
Marisol era tan vacía conmigo. Solo me trataba con cariño cuando mi padre estaba delante, pero cuando él, se daba la vuelta. Ya dejaba de ser tan cariñosa, tan complaciente conmigo. Su mirada maliciosa me hacía temblar. Y, Cristina era un diablo disfrazado de ángel, sus cabellos rubios y sus ojos azules, se le transformaban cuando estaba conmigo a solas.  Todavía recuerdo el día que se quito la careta, ni niña dulce y pecosa.
Estaba encerrada en mi habitación llorando, no sabía cómo evitar tal matrimonio, mi padre estaba siego, estaba enamorado. Había olvidado a mi madre. Me parecía que todo había pasado tan rápido. Que a mí no me había dado tiempo acostumbrarme a verle sin mi madre. Cuando de repente sentí la puerta. Pensé que era él, que venía a buscarme para obligarme a salir. Faltaría muy poco para irnos a la iglesia. Cristina y yo iríamos delante de la novia, sirviéndole el camino hacia el altar con pétalos de rosas rojas y blancas.

Fui abrir la puerta y me encontré a Cristina, con una sonrisa gatuna, tan maliciosa como ella misma.
—       ¿Qué haces aun aquí?, mi padre te está esperando—
—       ¿Tu padre?, te recuerdo que es mío. No tuyo, déjame en paz—
Cristina se enfureció y la tomo del brazo empujándola dentro de la habitación.
— ¿Pero qué haces? Suéltame—. Grito Carolina
—Escúchame muy bien, no voy a permitir que le eches a perder el día a mi madre. Solo porque estés celosa, tus celos no van a evitar que ellos se casen—.
— ¡Te he dicho que me sueltes!—, protesto con cierta agresividad Carolina apartandose del su lado, de la que pronto seria su hermanastra.
Cristina se sonrió. Se mantuvo en silencio unos escasos minutos. Mientras Carolina no paraba de mirarle. Cuando de repente, Carolina sintió como arremetían contra ella. Cristina se abalanzo sobre ella, y le rompió un tiro de su vestido y un poco la parte de adelante. Carolina intento zafarse de sus manos, pero Cristina era un año mayor, y tenía más fuerza. No aparentaba en su totalidad sus 9 años.
— ¿Pero qué haces?, ¡Eres muy mala! Eres mala— Cristina estaba intentando respirar calmadamente, y en sus labios rosas se dibujaba una sonrisa. Pronto se escuchan pasos, era Fernando, que venía a buscar a sus niñas.
Carolina vuelve a su soledad, su taza de chocolate estaba humeante, con la mirada fija en la pantalla del ordenador. Volvió a revivir en su corazón la rabia. Todavía recordaba a su padre, mirándola. Era una mirada reprocharte, mientras Cristina decía… que yo, me había roto el vestido porque no quería salir acompañar a Marisol. Intente explicar que no era cierto, pero ya antes había hecho algo parecido. No tenía por qué creerme, si lo había hecho una vez. Podía volver hacerlo. Estaba tan enfadada conmigo. Que no logre que me creyera.
Cristina había sido la culpable de no ver a mi padre casarse en la iglesia. Mi padre estaba tan desilusionado de mí, que me castigo. No sé si fue fácil para él, hacerlo. Pero sus palabras me dolieron profundamente. “Te quedaras aquí, no asistirás a la iglesia. Luego vendré por ti”, cuando la puerta se cerro, sabría que esa puerta se cerraría muchas veces. No me habría de equivocar.
Mi padre se volvió tan lejano, y yo solo deseaba verle, abrazarle. Pero cada día estaba más distante. No solo por su nueva familia, sino por su trabajo. A raíz del matrimonio, su posición social mejoro notablemente. Y sus negocios eran más prósperos. Casi nunca lo veía. Se la pasaba más tiempo en el extranjero que en casa. Me acostumbre a estar sola, me acostumbre a soñar.
Mi nana María era mi gran refugio. Ella aliviaba mis males, mis tristezas. María siempre había estado con la familia, fue nana de mi madre y ahora estaba conmigo. Pero, Marisol se encargo de alejarme por completo, de todo aquello que yo quería. Cuando cumplí los 12 años, dijo que yo ya estaba mayorcita, como para ser cuidada por otra persona, que aprendiera a valerme por mi misma. Ahí que tuve que decirle adiós. Pero antes de María irse, tuvimos una conversación. Sus palabras las recuerdo muy bien, me dijo que fuese fuerte. Que nunca dejara de ser la niña dulce, cariñosa y soñadora que era. Que fuera valiente delante de lo injusto. Y, fue allí donde me regalo un diario. Para que desahogara allí, todas mis tristezas. Que sus hojas eran sus oídos.
Sus palabras fueron tan emotivas que, me dieron fuerzas para soportar su ausencia. Hasta que me acostumbrara por completo a su nueva forma. A su nueva manera de escucharme. Intentaba sobrellevar las cosas.
En mi diario, solo escribía de lo mal que me trataba Marisol, su indiferencia era tan grande, que me hacía sentir como un estorbo. Yo siempre era la peor. La rebelde, la fea… la negra de ojos diabólicos, a veces era la cuatro pepas. En fin, me quedaría corta en la variada forma de referirse a mí.
Hubo un tiempo en que me quejaba con mi padre. Pero llego un momento en que me canse, y resultaba inútil quejarme, o decirle de lo mal que me sentía. Me volví silenciosa, entonces me limitaba a disfrutar de su escaza compañía, me limitaba a disfrutar del cuando hablaba por teléfono y escuchaba su voz. Aliviaba todos mis males.
No me gustaba verme en el espejo, me sentía fea delante de Cristina… ella era guapa, tenía un cabello largo, rubio y rizado. Un rizo que a ella no le gustaba. Su madre siempre tenía a una estilista en casa, se preocupaba demasiado de su aspecto, era tan vanidosa que no podía concebir la idea de estar despeinada. Y, Cristina aprovechaba de alisarse el pelo. En cambio yo… que podía decir de mí, tenía el pelo cortito, una vez lo tenía muy largo. No fue decisión mía cortármelo, pero según Marisol, yo tenía piojos y se lo podía pegar a ellas, así que la única manera de librarme de dichosos animales era cortándome el pelo. Pidió que me lo cortaran lo mas cortito que pudiesen. Y, para colmo, sufría de miopía. ¿Cómo iba a ser yo guapa, delante de Cristina?
Lo que más me gustaba de mi, eran mis ojos, eran verdes como los de mi madre. Cuando me miraba a los ojos, me acordaba de ella, mirándome y. Me imaginaba su sonrisa. Pero, no era tan grande el consuelo. Delante de Cristina no tenía nada que hacer, en el fondo. Deseaba ser ella, la envidiaba. Tenía a su madre que la amaba, mi padre también la quería. La trataba como si ella también fuese su hija, era la favorita del colegio. Todas deseaban ser su amiga, todas querían estar con ella… la más guapa. Pero no la inteligente, eso para mí era un gran consuelo.
Así que en mi diario, solo se podía leer “Cristina esto, Cristina aquello… odio a Cristina”. a María la tendría harta. De tanta Cristina. Pero todo aquello pronto cambiaria, fue el día que le vi… fue un gran flechazo, aun que nada común. Y, es que en mi vida nada era común.
Era el primer día de clases, el autobús del colegio pasaba todos los días a las 8 de la mañana, por frente de nuestra casa. Aun que lo esperaba en compañía de Cristina, eso era igual, era como estar sola. Ella nunca me dirigía la palabra a menos que no fuera para algo necesario, o para decirme cualquier cosa para hacerme sentir mal.
En fin, estábamos allí. El autobús llego y ella monto primero. Dándosela de educada dando los buenos días. La oí de saludar a alguien y la vi sentarse… yo, iba subiendo las escaleras. Dando los buenos días como siempre. Una vez dentro y la puerta serrada, me dispuse a dirigirme al asiento de siempre. Entonces, tropecé con el pie de Cristina que me había metido a propósito para que me callera y fui a parar redonditamente al suelo. Sentí a mi rededor muchas rizas, en especial la de ella. Cuando, vi una mano ponerse a mi lado.
— ¿Te has hecho daño? — levante la mirada y allí estaba. Allí estaba mirándome con sus ojos cafés. Dispuesto ayudarme. No sabía que responder, nunca nadie había sido tan amable. Sentía como todos me miraban. Como pude, me levante. Estaba muerta de vergüenza. Y él me seguía mirando, mientras yo me acomodaba las gafas.
— ¿Estas bien? —
— ¡Si gracias!, no te preocupes— me sonreí nerviosamente y me senté justo detrás de el. Nunca le había visto. Al sentarme mi mirada choco con la mirada de mi hermanastra, que curveo un poco sus labios finos, y dejo de verme. Pero en ese momento era lo que menos me importaba. No sé porque extraña razón el corazón me latía fuerte.
Y… al llegarse la noche, me encontraba en el jardín de mi casa, contemplando el cielo estrellado, sintiendo el aire acariciarme el rostro, y los jazmines a mi lado meciéndose de un lado a otro. Estaba soñando, y estaba escribiendo algo diferente.
“Querida María…
Hoy, estoy con una alegría que no me cabe en el pecho. He pasado el día soñando, aun que ya sabes que siempre vivo en los mundos de Yupi. No me hace falta decírtelo.
Hoy me ha pasado algo, que no sé cómo explicarlo. Viene de la mano de una gran vergüenza, pero eso es lo que menos  que me preocupa ahora. He conocido a un chico… bueno, conocí. No exactamente, ¡O si! No sé, no sé, no se… el caso es que ¡Dios! Me he topado con unos ojos muy bonitos”…
Cuando escribía, me envolvía una magia muy frágil. El jardín era mi lugar favorito para escribir. Me gustaba su olor, y en ese día en especial. Una pelota la rompió, mire al suelo apartando la vista de mi diario. Y vi una pelota de beisbol. La agarre, muy extrañada, luego sentí pasos. Y apareció, entre las flores.
Cuando le vi, me asuste muchísimo. Me levante con la pelota en la mano.
— ¿Esto es tuyo? —
El chico se acerco a mí, tomándome la pelota de las manos. Y con el lenguaje de los signos me dio las gracias.
Estaba muy extrañada, nunca le había visto. No sabía quién era.
— ¿Es que acaso no puedes hablar? — el chico volvió hablar en lenguaje de signos. Carolina sonrió.
—No puedes hablar, ¿pero puedes oírme?... bien, ¿Quién eres? —
El chico le respondió que era el hijo de la nueva sirvienta, y que su padre era el jardinero. Carolina estaba maravillada y, le pregunto por su nombre. El chico le tomo el lápiz y le escribió en la palma de la mano derecha Ángel.

Carolina vuelve a su realidad, y apagando el monitor. Susurra en sus labios. Ángel… esta se levanta del asiento y se asoma por la ventana, observa que ya casi es de día, y había parado de llover. Esta abre la ventana dando paso un aire fresco. Esta cierra los ojos y respira profundamente.
Cuando repentinamente en el ambiente se escucho el repicar del teléfono. Esta abre los ojos, despertando de su descanso. Y corrió a tomarlo. Esta levanto el auricular y dijo.
— ¿Si?... — Pero al otro lado de la línea solo consiguió el silencio
— ¿Hola?... — Carolina solo escuchaba una respiración, esta siente un vuelco en el corazón, y se lleva la mano derecha a la boca, conteniendo la respiración… tenía un presentimiento.
—Dime algo… necesito que me hables— pero solo había silencio, un silencio que parecía susurrarle en la oreja.
—Necesito que me hables… porque…  sabes que te extraño— al final susurro. El silencio se izo más intenso, eso la estaba matando por dentro. El corazón se le aceleraba a un ritmo muy vertiginoso, sentía su pecho estremecerse. Pero luego escucho el teléfono descolgado. Aquel silencio, sin respuesta fue un puñal. No podía controlar las lágrimas. Volvió el auricular a su sitio, y se fue contra la pared, sin contener las lágrimas. Mientras sus piernas se doblaban y se deslizaba suavemente por la pared, al suelo. Estaba destrozada. 

Capitulo 2

La habitación a media luz, daba un ambiente muy romántico. Una botella de champan por la mitad y dos copas con algunas gotas resbalando por su silueta, una de ellas, con una mancha de pintura de labios, color rojo. La ventana estaba abierta de par en par. El reflejo de la torre Eiffel alumbraba a lo lejos y parte de su claridad se colaba a la habitación. Y allí estaba Ángel, con el cabello despeinado, con la corbata desatada y con el cuello de su camisa desabrochada.
Repentinamente unos brazos rodean su cuello, y le susurran al oído.
—Déjame hacerte olvidar— el calor de aquellos labios en pómulo de su oreja, le hizo erizar la piel.  Este levanto la mirada y, aquellos labios, se aferraron a su cuello. Besándole suavemente, el solo serraba los ojos, quería dejarse llevar, quería olvidar. Quería perderse en otro cuerpo.
La chica, que solo llevaba puesto un sujetador y un tanga color negro con encajes rojos, lo tomo por el cuello de la camisa y lo lanzo hacia detrás, cayendo en la cama. Rodeo la cintura de ángel con sus largas piernas y, meciendo su pelo rubio y largo hacia su lado derecho de la cara. Acerca a sus labios y le besa. Ángel solo está allí, mirándole a los ojos. Inmóvil sin decir nada.
La chica rosa toda su pelvis contra el sxo de Ángel, que estaba muy caliente.
—Yo solo quiero que disfrutes— Ángel solo se dejo llevar. En un apasionado beso.
Al día siguiente, la chica despertó entre las sabanas. Bañada por la suave claridad del día, busco con sus manos el cuerpo de su amante. Pero al no tocarlo abrió sus ojos, y lo busco. En su lugar solo encontró una nota en la mesita. Se estiro un poco y a continuación la leyó, eran solo tres frases, que pronuncio con sus labios “No puedo olvidar”.
Ángel iba conduciendo, no dejaba de pensar. De darle vueltas a su mente. Pensaba que, había sido un idiota. Que debía luchar, sobre todo, si era para conseguir el amor. En la noche mientras amaba y recorría otro cuerpo, se sintió más vacio. Porque el amor que sentía no podía remplazarlo, en el fondo sabía que no podía reemplazar sus sentimientos. Quería una oportunidad. No quería darse por vencido.  Era su único y primer amor, era algo que no podía reemplazar.
Todas las mujeres que conocía, ninguna se parecía a ella. Para él, ella tenía una luz que no podía ver en otra. No podía apartarla de su mente, sobre todo no podía olvidar lo que significo. Y recordó aquella vez, cuando su corazón inocente la vio por primera vez.
Era de noche y estaba tan emocionada escribiendo que no se había dado cuenta de su presencia, la veía sonreír, la veía feliz. Antes ya la había visto. Pero como la había visto aquella noche, no la había visto antes. Sobre todo porque se notaba contenta.
Estaba tan alucinado al verla, que sin darme cuenta una pelota que tenía en la mano, se me resbalo y ya no pude recuperarla. Tenía miedo de dar la cara, pero al final aparte el miedo.
Pensaba que sería odiosa, pero fue todo lo al contrario. Fue tan encantadora. Que en la noche no pude dormir, yo solo quería estar con ella, quería escucharla. Era una niña muy dulce. Era la imagen que me  gustaba recordar, allí sentada al lado de los jazmines. Su fragancia la asociaba a ella.
Pronto empezamos una gran amistad, pocas veces entendía mi manera de hablar, y me comunicaba con ella escribiendo. Escribía muy mal, pero aun así. Me entendía, me habla de su diario, de María… y de un chico misterioso. Un chico que le gustaba y que miraba de lejos. Porque le daba miedo hablarle, me conto de una escena que había protagonizado en el autobús del colegio. Y, por supuesto de su hermanastra. Que pocas veces la veía.
Carolina era mi mejor amiga, podía pasar horas escuchándola. Era muy buena, me contaba cada cosa, cada historia que me hacia soñar. Todos los días estábamos juntos. Era una amistad que saltaba a la vista, su interés por mi me hacía sentir feliz.
Gracias a ella, soy lo que soy. Recuerdo cuando su padre hablo conmigo, me dio las gracias por hacerle compañía a su hija. Que podía estar con ella siempre que quisiera, me propuso pagarme los estudios. Para mí fue muy grande, fue un acto de bondad que, aun cuando lo recuerdo me emociona. 
Así, me acostumbre a estar siempre con ella… yo, la defendía. Era su fiel amigo. En el colegio éramos tan inseparables que parecíamos hermanos, mi hombro siempre estaba allí. Para aliviar sus penas. A pesar de que siempre éramos inseparables, sabía disimular muy bien, sus sentimientos hacia el chico misterioso. Siempre hablaba del, pero quizás por vergüenza. Nunca había sido capaz de confesarme quien era. Y, yo era tan ingenuo que no lograba darme cuenta.
Hasta que un día lo descubrí, y con su sufrimiento. Me di cuenta de algo que me negaba continuamente, sentía algo muy fuerte hacia ella.
El día de sus 15 años, era una fecha muy importante para ella. Sus padres realizarían una fiesta por todo lo alto, y todas las amistades estarían allí, para festejar con ella. Sus compañeros del colegio también, Carolina tenía pensado hacer de ese día, la fecha más inolvidable, tenía pensado confesarse delante de su príncipe. Un chico, que estaba muy expectante de conocer a su cyber amiga. Sin él saberlo, intercambiaba cartas con Carolina. Ambos se escribían poemas, compartían tantas cosas. Que deseaba ponerle rostro a la chica dulce del chat. Chica que conocería en aquella fiesta.
En aquella noche había ocurrido muchas cosas, Cristina había dejado encerrada a Carolina en la habitación, ella a diferencia de mi conocía muy bien los planes de su hermanastra, resulta que en aquella tarde, mientras Carolina mantenía una conversación a solas con su padre, aprovecho para colarse en la habitación de esta, y espiar en su computadora. Y allí empezó a atar cavos.
Cristina y cierto chico eran muy amigos, ella sentía cierto interés por él, quizás era por intuición. Era una envidiosa y no quería ver a su hermanastra feliz, siempre buscaba la manera de hacerla sentir mal, siempre la observaba y la estudiaba, sin duda era muy astuta. Era igual de calculadora como su madre. A ella no se le podía ocultar nada, tenía lo que me hacía falta a mí. Malicia, yo. Por lo contrario era muy ingenuo. A pesar de que conociera a Carolina, no sabía la persona que le tenía el corazón cautivado.
En aquella noche, Carolina lucia hermosa. Con su cabello castaño oscuro por sus hombros… me quedo con aquella imagen, cuando la vi aparecer en el salón. Con todos los invitados esperándola, yo estaba invitado, aun que no todos estaban de acuerdo. Pero Carolina se interpuso y allí estaba yo, el mudo, el acogido hijo de la sirvienta y el jardinero. El don nadie… como muchos de sus amigos del colegio me catalogaban, solo por no tener unos padres ricos, con dinero. Pero, tenía lo más importante para mí. Eso era la amistad de mi dulce Carolina, todos aplaudían al verla del brazo de su padre… toda una dama, toda una señorita. Lucia hermosa sin sus gafas, aun que para mí. Sus gafas me resultaban dulces en su rostro, a pesar de que ella las odiase.
Moría de ganas de bailar un vals con ella, una noche antes. Fantaseaba con la idea de tomar sus manos e invitarla. Y, que todos estuviesen allí. Mirándola, observándonos. Los dos en el centro del salón… ella se sentiría tan feliz, que me abrazaría. Y yo. La abría sentido más cerca que nunca. Tan cerca que ella, podía escuchar mis pensamientos, y a través de mi abrazo. Sabría de mi gran amor por ella. Estaba decidido a confesárselo.
Mi madre me aconsejaba que no soñara, que pisara tierra. Porque ella era una chica de sociedad, de dinero. Y, que por mucho cariño que me tuviese, no tendría ojos para enamorarse de un simple, don nadie. Que no estropeara la amistad que me tenia, confundiendo los sentimientos. Porque yo simplemente era su amigo, y que Fernando confiaba en mí, porque su hija lo hacía. Que yo, no tenía nada que hacer. Porque su padre no lo permitiría.
A pesar de todas las advertencias de mi madre, era cabezón. Y no le aria caso. Estaba decidido a confesarme… luego, pensándolo más detenidamente. Había llegado a la conclusión de que aquella noche, era la ideal para confesar sentimientos. Porque Carolina estaba decidida a decirle, a su príncipe que le quería y, que era la autora de todos aquellos poemas.
Cuando el vals termino, sentí como mis manos sudaban. Quería bailar con ella. Hacer mi sueño realidad, y me dirigí hacia ella. Sin quitarle la vista de encima. Pero… me quede a medio camino, vi como otro la tomaba de la mano y la giraba, haciendo mecer su bello vestido rosa. No sé, porque en ese preciso momento sentí algo en el pecho. Fue una sensación tan rara. Que luego con el paso de los años, se hizo muy común en mí. Le vi el rostro a Carolina y sus ojos brillaban, no se los había visto brillar, como aquella noche. Le vi en el rostro algo inexplicable. No sé porque, tuve una leve sensación de que ese chico pudiese ser su príncipe… el desconocido chico que tenía su corazón.
Se izo imposible acercarme a ella, si no era uno, era otro… me sentí tan mal darme cuenta que, aun que estaba yo allí. Mi presencia no hacía nada. Ella estaba tan ocupada con sus invitados, con sus abuelos, con sus amigos. Que no se acordaba de mí. Así que decidí tomar aire fresco, quería aclarar mi mente. Estuve un rato muy largo en aquel lugar, donde la conocí, leyendo y releyendo una carta que le había escrito. Tratando de decidir si dársela y arriesgarme a cualquier que fuese su decisión.
No sé, exactamente el tiempo que estuve allí, con mi discusión interior. Y fue cuando me dije a mi mismo… “Que sea lo que dios quiera” y, me fui a buscarla. La busque en el salón, en los pasillos, me recorrí los jardines, la piscina y no logre encontrarla. Hasta que pase frente a su balcón y la vi asomada. Estaba angustiada, quería salir de allí a costa de lo que fuese. Cristina la había encerrado. Le prometí, buscar la llave para que saliera, pero no la encontré por ningún lado, y mi madre estaba muy ocupada atendiendo a los invitados que ni siquiera tenía un, minuto para hablar con ella. No deseaba molestar a nadie.
Los adolescentes siempre buscamos la manera más complicada para solucionar nuestros problemas, la cabeza no nos da mucho para pensar. Así que volví al balcón de su habitación, le propuse que bajase por el árbol, que intentara de alcanzar una de sus ramas, y que la ayudaría a bajar. Subí yo primero, para poder sujetarla. Y ella acepto. Aquel momento fue muy mágico, queda al descubierto nuestra ingenuidad. Nuestra manera de enredarnos la vida. La tenia sujeta de las manos, sentía su nerviosismo, su temor por caerse. Pero, yo estaba allí para protegerla y ella lo sabía.
Cuando bajábamos, se rajo el vestido. Pero no le importaba, ella solo quería bajar, una vez que piso el suelo, me dio las gracias, se tomo su vestido y salió corriendo a toda velocidad, al interior del jardín.
Su casa era muy grande, y poseía un jardín tan enorme que podía confundirse, con un parque, arboles grandes y fuentes preciosas. La vi perderse, entre la oscuridad. Pero me fui tras de ella. No sabía en ese momento si sería mi mejor elección. Cuando la vi apoyada a un árbol, de rodillas, me asuste tanto, que corri a su lado. Odiaba no poder hablar, no poder preguntarle, lo que le pasaba. Pero, al alzar mi mirada lo había entendido todo.
Allí estaba Daniel, en compañía de Cristina. Era el, era Daniel el chico misterioso. El dueño del corazón de Carolina. Había sido él, quien bailo el vals… entendí aquel brillo en los ojos de Carolina, comprendí aquel sobresalto que dio mi corazón, cuando les vi juntos al bailar. Ahora podía darme cuenta, porque Carolina siempre le miraba, por que se tornaba tan nerviosa cuando él se le acercaba y le hablaba, porque le apoyaba a todo pulmón, cuando le veía jugar el futbol. Lo peor de todo es que, yo siempre estaba con él. Porque era mi compañero de clases.
Carolina no me hablaba, y yo no podía decirle “No llores”, pero aun que ella no pudiese decirme nada, en sus ojos podía verle una mezcla de dolor y odio. La ayude a levantarse, apretándole muy fuerte sus hombros, quería que supiera que yo, estaba allí dispuesto a darle todo mi apoyo. Al ella levantarse, se fue. Sin darme nada. Yo, me quede allí, mirándola marchar. No sabía exactamente donde se dirigía. Pero, pensé que ella querría estar sola. Luego vi a Daniel en compañía de Cristina.
Era tan calculadora, que no le importaba hacer el daño que fuese, sobre todo si ese daño se lo hacía a su hermanastra. No sabía si lo hacía con tal propósito, o que al contrario aprovecho la ocasión para acercarse a él, porque también le gustase. Cualquiera que fuese el motivo, le dio buenos resultados. Porque ahora ella estaba con él, aprovechándose de aquellos poemas, haciéndose pasar por la dulce chica.
Estuve mucho rato observándolos hablar, me sentía desdichado por no poder hablar. Por verles allí, por descubrir que Daniel, era el chico que le gustaba a Carolina. No sé cuánto tiempo estuve allí observándoles, entonces me fui a buscar a mi Carolina. No tarde mucho en encontrarla, estaba sentada en un escalón de una fuente. Me parecía un ángel, estaba allí con la mirada perdida. Me fui acercando poco a poco a ella, me acerque por su espalda. Y aun que ella no hubiese volteado a verme. Sabía que era yo.
Al tenerla allí, delante de mí, alce mi mano para ponérsela en su hombro desnudo. Me lo pensé, unos segundos quizás. Pero al final. Me fui por la opción de sentarme a su lado. Yo, estaba a sus espaldas. Dispuesto a escucharla, mientras ella permanecía allí inmóvil, mirando las estrellas. Me sentía tan mal, verla así y, de que todo terminara de esa manera, pero en el fondo, en lo más profundo, me sentía aliviado. Porque eso significaba de que a lo mejor tendría una oportunidad. Cuando ella rompió su silencio.
—Es una desgraciada, ella lo sabía todo… ella sabía que iba a confesarle que yo soy la chica de las cartas, ¡Dios mío cuanto la odio! Por eso me ha dejado encerrada en la habitación. Me dan ganas de ir y pegarle—
Bla, bla, bla… mientras yo la escuchaba, en silencio le contestaba… que no valía la pena, su mentira no podría durar mucho, que no sufriera, que no desperdiciara sus preciadas lágrimas. Me tenía a mí, estaba a su lado acompañándola como siempre. Siempre esforzándome por ocultarle mis sentimientos. Sin duda deseaba gritar, pero a pesar de todo. Aquel momento no lo cambiaba por nada en el mundo, el corazón, se me salto al sentir su cabeza apoyada en mis hombros… tenia tanto miedo de que se diese cuenta de que mi cuerpo estaba temblando. Su cabeza, reposaba en mi hombro derecho, solo me decidí a sentir, y yo también apoye mi mentón sobre su cabeza, sobre sus suaves rizos, y mi mano izquierda fue a parar en sus manos, que sujetaban un pañuelo húmedo, lleno de lágrimas.
“no llores mi dulce niña… yo, estoy aquí, y aunque no pueda hablarte, mi mayor regalo es que siempre me entiendas. Que sepas cuando me siento mal. Interpretas mi mirada, solo tendrás que mirarme más afondo y descubrirás. Que yo puedo darte tanto cariño, te quiero”, aquellos pensamientos le susurraba a sus oídos. Lentamente solté sus manos, y fui a buscar la carta que le había escrito, entre mis bolcillos. Y, cuando al fin la tuve entre los dedos. Ella susurro…
—Me siento tan destrozada, si pudiera confesarle que le quiero. Soñaba con besarle—
Cerré mis ojos, por segunda vez volví a sentir aquel vuelco en mi corazón. No era el momento. Mi madre tenía razón, ya Carolina me hacia sufrir sin ella proponérselo. Me estaba matando, me daba a entender que… yo no tenía nada que hacer. Así que volví a guardar aquella carta. No era el momento, porque no me quería.
Ángel había permanecido en un letargo, la nieve le había hecho viajar al pasado y ahora ya se encontraba en su rincón, en el único rincón donde podía dejar escapar a través de sus dedos y sus manos, su creatividad. Hace unos años se empezó a interesar por la pintura, se le daba muy bien. Hasta que la izo su forma de vida. Otra vez estaba allí, en su pequeño ático alquilado. Era pequeño pero muy acogedor. Otra vez dispuesto a pintar para algún cliente millonario amante de la exclusividad de un pintor, desconocido de la ciudad de Paris.
En el contestador varios mensajes, la mayoría era de sus clientes y entre ellos uno muy especial, uno de su madre. Hacia un año que no la veía. Seguía trabajando en la misma casa, aquella misma casa. La cual no pisaba desde hace mucho tiempo ya.
Después de un largo viaje, quería descansar, quizás darse un baño con agua caliente, con aquel gel de chocolate, que le relajaba un montón. Quería mirar la tele mientras degustaba una taza de café, humeante. Cerrar sus ojos y quedarse en blanco hasta al día siguiente. Sin proponérselo a penas lo logro.
A través de sus pinturas, dejaba fluir todos sus pensamientos sin necesidad de hablar, en ellas había descubierto su paz interior. Nunca se lo habría podido imaginar. Siempre soñó con estudiar, ya que el señor Fernando le daba la oportunidad, no dudaría nunca en desaprovecharlo, pero una cosa es la que te imaginas y esperas de la vida, y otra cosa es la que te depara el futuro. Pensaba que estudiando y convirtiéndome en un hombre de reconocido titulo, sería aceptado. El requisito necesario para conquistar a una señorita de sociedad.
Unos días después de su llegada, recibió una llamada. Era de su padre. Tenía una grave noticia… cuando Ángel se entero se volvió loco y, esa misma tarde tomo un avión para España. Su madre estaba muy enferma, se encontró que tenía que volver a Madrid. De que tenía que reencontrarse con aquella casa de grandes jardines, y con sus recuerdos.
Mientras iba en el avión sus pensamientos no daban para más, odiaba que su madre siguiera viviendo en aquella casa. Siempre evitaba a toda costa volver, sobre todo allí… pero su madre le tenía mucho cariño al señor Fernando, ya que había sido muy bueno con su hijo, le tenía una gran gratitud.
Mientras, miraba las nubes por la ventanilla del avión, su cabeza daba vueltas, y vueltas. Hasta que, su piel se estremeció, y dentro de su ser lo invadió una sensación de temor, ¿Acaso volvería a ver a Carolina?, la última vez que le había visto. Ella le había roto el corazón de una manera imperdonable. No quería toparse con ella, pero a la vez. Quería verse en la situación. Iba a ser rara, aun que ya una vez había pasado por aquel momento.
Recordaba que a raíz de la desilusión que le había causado ver a Daniel con su hermanastra, Carolina se había marchado con sus abuelos maternos a los Estados Unidos. Unos meses, pero aquellos meses se alargaron, Carolina una vez le había llamado por teléfono. Diciéndoles que se encontraba muy a gusto, que todo allí era tan diferente que le gustaba mucho, que pensaba quedarse a estudiar.
Tal noticia, me había hecho un hueco. No quería que se fuese, pero pensándolo más detenidamente. Allí estaba mejor, ya que no tenía a nadie que le pudiera hacer la vida imposible. Lo malo, era que me hacia una falta terrible. Se quedo a estudiar allí, siempre me llamaba. Por lo menos una vez por semana y cuando no lo hacía… por las noches no lograba dormir, pensando en ella. Pensando en sus nuevas amistades, en si algún chico le estaría tirando los tejos.
Me imaginava que su vida estaba cambiando y con ella su mentalidad, por que la mia lo hacia, con cada dia que pasaba. Yo, me concentraba en mis estudios y en mi jardín. Pensaba en ella constantemente. Y, delante de mis ojos también contemplaba la vida de Cristina, eran muy pocas las veces que me topaba con ella y sus amigas, una de ellas estudiaba conmigo. Pero eso no significaba nada porque no nos hablamos. Yo siempre notaba su mirada, pero no podía descifrar a ciencia cierta lo que con ella quería transmitirme.
Hubo una vez, que me encontraba en la cocina, me estaba preparando un bocadillo, y me encontraba solo. Cuando entro corriendo mi compañera de clases, entro corriendo y en traje baño… tenía su cabello marrón chocolate húmedo y rizado. Al verme se quedo sorprendida, me saludo. Sabía muy bien que yo era mudo, que no podía responderle, pero le salude con la mano derecha y sonriendo levemente. Sin sospecharlo, Cristina nos espiaba desde la puerta.
La chica abrió la nevera, buscando una coca cola. Diciendo.
—Sabes que tenemos unas clases juntos. Me llamo Marina, no sabías que vivías aquí… ¿Eres familiar de Cristina? — pregunto postrándose frente de mi.
Estaba nervioso. Se encontraba en traje de baño y tenía una figura que no dejaba indiferente a nadie que la mirase. No sabía cómo responderle, entonces… tome una libretilla de mi madre, la utilizaba para anotar las compras que debía hacer. Suponía que no entendiese mi manera de hablar. Cuando repentinamente entro Cristina.
—El es mudo no podrá responderte— al verla entrar pare de escribir en seco, mientras Marina volteaba a mirarle.
—Lo sé, me iba a responder. Me escribe una nota, ¿No sabía que vivía aquí? —
—Ángel, es el hijo del jardinero. Mi padre le paga los estudios— Cristina mira fijamente a Ángel, luego prosigue.
— ¿Nos vamos a la piscina? —
— ¡Claro!... bueno Ángel, un saludo— Marina sonrió y se marcho.
Me quede solo, al instante de ella cruzar la puerta me asome yo. Y las vi en el pasillo… Marina le susurraba a Cristina, que yo era guapísimo.
Cuando escuche tal cosa, me sonreí y me sonroje. Me sorprendí, saber que una chica como ella. Pensase eso de mí… ahora que sabía que le parecía guapo, no sabría como reaccionar frente a ella. Después de ese incidente, me la topaba cada dos por tres. En el instituto, cada día me la encontraba y una vez. Me la encontré por la calle ofreció llevarme y terminamos caminando por el parque del retiro. Tomando unos helados, ella quería que le enseñase mi manera particular de hablar. Esa tarde me la pase genial. Se me olvido todo, al llegar la noche. Me llevo a la casa. Me fui a despedir de ella con un beso en la mejilla y casi nos rosamos los labios. Fue muy raro, nos sonrojamos mutuamente.
En la noche sobre mi cama, no hacía más que pensar. Sobre esta particular tarde. Había algo en ella que la hacía distinta de Cristina. A diferencia de ella, Marina era muy dulce. Aun que no tuviese muchas ocasiones, para compararla.
Mi relación con Marina cada día se tornaba más cercana…al cabo de unos meses, podía hablar con ella perfectamente. Me entendía completamente. Ambos nos la pasábamos muy bien. Pero, había algo que me inquietaba, me inquietaba la mirada de Cristina, constantemente me sentía observado por ella. Me sentía intimidado.
Una vez, llegue muy tarde a casa. Marina me había invitado a una fiesta. Y pase por la piscina, donde me encontré a Cristina sentada en la hamaca, sollozando. No me había dado cuenta de su presencia, sino cuando la escuche dirigirse a mí.
— ¿Qué tal la has pasado hoy? —
Me detuve en seco… me estaba hablando a mí. La vi levantarse y acercarse, estaba un poco desencajada, y descalza. Era muy fácil notarlo. Cuando se me planto enfrente, note por el maquillaje de sus ojos, que había estado llorando. No sabía que decirle, estaba muy cortado. Era la primera vez en 3 años que la tenía tan cerca.
—Me gustaría saber que ha visto mi amiga en un chico como tú, en un simple jardinero. Al que mi padre le mantiene los estudios, que te sirve para conocer chicas como Marina. Me gustaría saber que ha visto ella en ti… ¿Que ven otras chicas en ti? Porque yo no logro verlo—
Baje la mirada y decidí marcharme, se notaba claramente que había discutido con Marina, y que había bebido un poco más de la cuenta, di unos cuantos pasos. Cuando ella me tomo del brazo, y me abrazo. Mi cuerpo paralizado, sintió un abrazo muy intenso. Mis manos estaban inmóviles, al lado de mis extremidades. Mientras ella me abrazaba. ¿Por qué estaba haciendo eso?, estaba tan confundido. Nada mas unos meses, yo era un ser tan miserable, un poca cosa. Que el solo pasar a su lado, contaminaba la estancia. ¿Ese abrazo que significaba?
—Me gustaría saber si te parezco guapa— me susurro al oído.
—Estoy aquí abrazándote, y tú no eres capaz de responderme— Cristina se aparto un poco de mi, mirándome a los ojos. Nos miramos unos instantes y me dejo marchar.

Capitulo 3

Carolina, iba caminando por la playa, el sol estaba a punto de desaparecer en la línea lejana del mar. Bañaba el horizonte de un color naranja y dorado. Era una imagen que le gustaba disfrutar, observar el atardecer, le daba una paz interior que le hacía sentir bien. Esta, se sienta en la arena, hundiendo sus dedos en ella, sintiendo su humedad, se apoyaba por completo, se iba sentando. Cerraba sus ojos, y respiraba hondamente. Con su rostro completamente hacia la puesta, sus ojos le brillaban más, con la luz que le iluminaba el rostro. Sin duda muchas cosas en ella habían cambiado, pero esto era lo único que no olvidaba. Saborear la soledad y disfrutar de las estampas de la naturaleza.     
Ya no sabía cuántos días llevaba aislada en aquella casa. Simplemente estaba totalmente entregada en cuerpo y alma. A sus recuerdos, quería analizarse profundamente. De muy joven le gustaba escribir todas sus fantasías, se inventaba historias con artistas y actores de Hollywood, se pasaba horas enteras escribiendo. Porque dentro de su habitación, su vida era muy distinta a la de fuera.
Hacía tres años que la cabeza no le daba para muchas historias, hubo un tiempo en que escribía casi todos los días, cada día tenía una historia sorprendente, romántica o misteriosa, para escribir. Estaba completamente en armonía con su cuerpo, mente y espíritu… pero, últimamente. Sus problemas aumentaron mucho más que las imaginaciones y, desde entonces era incapaz de plantarse a escribir algo que valiese la pena. Era uno de sus motivos, para aislarse y reencontrar a la escritora, soñadora que llevaba por dentro. Quería volver a nacer.
Como era de costumbre, después del anochecer, cuando las estrellas alcanzaban el inmenso firmamento volvía a la casa de grandes ventanas. Volvía a rencontrarse con su cruda realidad. Solo estaba ella, solo estaba el sonido del mar a lo lejos… y la claridad de un acuario. Al cual siempre vertía alimento a los peses, después de su respectivo paseo. La luz del acuario era azul turquesa, alumbraba tenuemente la estancia de la entrada. 
Esta va, directamente al contestador… pero, se encuentra con la agradable noticia de que no tenia mensajes. Va al salón. Donde enciende su ordenador, y mientras esperaba que encendiera. Subía al ático, por su escalera en espiral. Una vez allí, abre las grandes ventanas, dejando ver las estrellas. La casa estaba fabricada a su total bienestar, la había heredado de su abuelo. En años anteriores, era la casa de vacaciones, era su favorita. Y, cuando su abuelo se la regalo. Hizo arte de su imaginación, siendo tambien diseñadora de interiores. Podría ser ella menos, quería fabricar el lugar de sus sueños. Y sus sueños era esto, un ático convertido en un santuario de grandes ventanales, donde por las noches dejara paso a las estrellas, o a las mas tormentosas lluvias para apreciar sus, truenos y las centellases luces del cielo. O una clara mañana, con pájaros cantando… y un resplandor enriquecedor de vida.
La naturaleza era hermosa y en sus obras, era la principal protagonista. Sus clientes más adinerados, se quedaban en sus manos y, el resultado siempre era ovacionado. Creaba vida al que las moraba.
En su pequeño espacio, había un jacuzzi, redondo. Y a su alrededor, habían velas color doradas y rojas. Incienso. Y al lado de un bonsay un toca disco a la antigua. Sentía cierto aprecio por las cosas antiguas, le gustaba mezclar todos los tiempos. En la gran modernidad del siglo XXI.
Después de un baño, muy relajante. Se disponía a continuar su novela. Una novela donde revelaba mucho de los sentimientos del autor, estaba plasmando su vida. Después de escribir de sus momentos más importantes y tristes de su adolescencia, quería describir su vida en los Estados Unidos.
Carolina sonreía al recordarlo, con su café humeante sobre sus manos. Sonreía releyendo sus últimos párrafos, entonces, dejaba a un lado su tasa. Dejando sus dedos bailar sobre el teclado.
Recuerdo los Estados Unidos como una etapa de transición, siempre había querido saber, como era el lugar donde mi madre se había criado, quería estar por la misma casa donde mi madre, andaba… quería recorrer sus calles, tal vez conocer alguna amiga de su infancia.
El primer día que estuve allí, me había alojado en su habitación. Mi abuelo me decía que todo seguía exactamente igual, desde la última vez que había estado allí. Me hacía sentir tan afortunada, que en la noche pensando en ella, y escribiéndole a María. Las lágrimas se me saltaban.
Todo me parecía extraño, nunca había pasado tanto tiempo con mis abuelos, que eran unos encantos. No hacían más que complacerme en todo, me trataban de una manera tan especial, que me sentía tan cómoda. Que no extrañaba en lo mas mínimo estar con mi madrastra. Al poco tiempo de estar instalada allí, conocí a una chica. De al lado de la casa, era una chica de unos 17 años. Poco más o menos, desde mi ventana tenia vista a su jardín con piscina. Siempre estaba acompañada de 3 chicas o más. Una vez, estaba yo. Sacando la correspondencia del buzón. Y la vi llegar en un coche antiguo. Un cadillac, al verlo pasar, me quede prendada. Era un coche de lujo de los años dorados, cuando lo vi pasar, no pude dejar de verle. Era hermoso, brillaba por sí solo. Cuando la vi bajar a ella, a mi vecina. La vi como se despedía de un chico con un beso en los labios. Le seguía despidiendo con las manos.
Cuando la mirada de aquella chica choco con la mía, inmediatamente aparte la mirada. No quería que pensase que, la estaba espiando. Cuando me disponía a volver a la casa, escuche un saludo. Me detuve y la mire.
—Hola… disculpa, no pude evitar ver ese coche. Es un clásico—
—Me llamo Tania, no te había visto antes por aquí— respondió, haciendo caso omiso de mis palabras, me sonreí ocultando. Mi estupidez, le estreche la mano.
—Carolina, mucho gusto, soy la nieta del señor Luigi y la señora charlot. He llegado hace poco. Por eso no me habías visto—
—También he notado que tu acento no es de aquí—
—Vivo en España, el ingles se me da poco regular— la chica, se mete las manos en sus jean stretch y dando unos pasos hacia atrás, dice.
—Si estarás aquí mucho tiempo seguro te acostumbras y, se te dará muy bien. Por cierto, esta noche iré a un cumpleaños de una amiga. Si quieres venir, te espero aquí a las 11 de la noche—
—Muchas gracias, me lo pensare. Adiós—. La chica se sonrió y se marcho. 
Pase toda la tarde distraída, sin saber qué decisión tomar. Por lo general solía ser muy desconfiada. No me fiaba de nadie, en el colegio no solía tener amigas. Y no tenía mucho trato con nadie como para salir por allí de fiesta. Con la única persona que me llevaba bien era con Ángel. Con él, era que me la pasaba más tiempo. Lo extrañaba muchísimo, era una lástima que no pudiera hablarme, cuando yo le llamaba.
Al final de la tarde decidí ir… lo malo era al contemplar mi armario. No tenía nada provocativo. Tampoco en ese momento me importaba tanto. Así que me puse lo primero que pille. Al llegarse las 11 de la noche Salí, fuera. Y allí estaba Tania, con su cabello rubio platino muy liso. Y una blusa que dejaba muy poco a la imaginación. No sabía si todas las chicas que estarían en aquella fiesta vestirían tan provocativa con esta, pero desde luego yo parecía una santa delante de ella.
La fiesta se celebraba en una casa de campo. Era muy bonita. Al principio, me sentía tan incómoda que no sabía. Qué hacer ni cómo comportarme. Tania se divertía, bailando y tonteando con muchos chicos. Mientras yo, intentaba hacerme en la situación e intentaba aparentar mucha tranquilidad. Observaba todo al mi rededor.
— ¿Quién es esa chica, con la que has venido? — Tania sonríe
—Es mi nueva vecina… ¿Qué pasa ya le has echado el ojo? —
—Sí. Pero no te creas, por lo guapa que es… se ve a ojo que es una niñita—
—Creo que tiene 15 años, por que no hablas con ella un rato—
Estaba yo, intentando. Decidirme que tomar. Cuando a mis espaldas escuche.
—No bebas esto, si no quieres perder la conciencia— levante mi mirada, y le vi. No sabía que responderle, nunca un chico tan guapo se había dirigido a mí. De aquella forma.
— ¿Es que acaso eres muda? — me sonreí tímidamente.
—Lo siento, es que me has sorprendido. No sabía que hablabas conmigo— el chico se sonrió, muy pícaramente y mirando hacia los lados respondió, entre risas.
— ¿Es que acaso ves a alguien más a tu alrededor? —
—Lo siento. A veces soy muy despistada—
—Me llamo Brad— le mire la mano estirada. Y pensaba… “Dios que locura”. No me lo podía creer. Era el chico más guapo que se me acercaba hablar.
—Me parece que vives en los mundos de Yupi— desperté de un sopetón, le estreche la mano.
—Me llamo Carolina, y estoy de vacaciones aquí—
—encantado, ¿Te gustaría bailar? —
—yo…y,… yo no sé bailar—
—Tú no te preocupes yo te enseño—

Termino de pronunciar, mientras me estiraba la mano… me sonreí, no tenia escapatoria. Y tomársela fue mi perdición. Bailamos toda la noche, y conversamos de muchas cosas, me sentía muy a gusto con él. Yo sentía que estaba a gusto conmigo. Eso era más que suficiente, nunca me había imaginado que aquel día me la pasaría genial. Al terminar la fiesta me llevo a casa. Mi amiga Tania en cambio no la vi más, digamos que desapareció.
Al día siguiente, la tenía sentada al lado. Mientras tomábamos el sol. Ella lucia estupenda, con un traje de baño de dos piezas. Y yo, yo daba pena. No me atrevía a mostrar mucho más que las piernas y los hombros. Siempre tenía mucha vergüenza. No me veía con algo tan pequeño. Sobre todo porque yo no tenía mucho con lo que llenar.
—Al final, no me has contado. ¿Qué tal la pasaste ayer?, en especial con Brad—
—La fiesta estuvo genial. Me gusto mucho… tienes unos amigos un poco locos— respondí, sonriendo y esquivando su mirada picara. No quería que se me notara que había estado más que bien.
— ¿Y con Brad que tal?, le vi muy interesado en ti—
—Es muy amable, simplemente—
—Pocas veces suele ser “tan”. Amable. Yo, creo que le has caído muy bien y. que por eso no se despego de ti. En toda la noche. ¡Anda! ¿Por qué no me lo dices? —
—Por que no le doy importancia. Digo, a lo mejor quería quedarse conmigo. No soy muy guapa—
—Pero algo le abras gustado. Lo conozco muy bien y sé que no se acerca a ninguna. Sin que le guste un poco—
Deje de mirarle, sonriendo. No quería que me viese sonreír. No quería volver a caer en lo mismo que antes.
Carolina, siente de ladrar un perro. Y despega sus dedos del teclado. Volviendo de sopetón a la realidad. Se encontraba un poco a oscuras. Solo una tenue luz de la pantalla alumbraba. Esta se levanta y se asoma a la ventaba y ve un chico corriendo con un perro labrador, por la playa. Esta se le queda mirando, y pasea su vista por todo el entorno.
No lejos de allí, había otra casa. Y parecía que tenía visitantes. Había varias personas paseando por la playa. Esta abre la ventana para respirar el aire. Cuando la brisa fresca acaricia su cuerpo esta se abraza a sí misma, rodeando su cintura con sus brazos.  Y su mente vuela.

Una caricia que le recorre, los brazos. Poco a poco hasta tomarle las manos. Un beso, muy dulce en el cuello… era tanto lo que le hacía sentir. Que la piel se le erizaba, y sus labios rosa pálido se curveaban levemente. Y un susurro en la oreja le hacía olvidar todo el miedo.
—Estas lista para recibir tu sorpresa—
       Y, aquellas manos… desaparecieron de su tacto. Y descubrieron sus ojos, quitando la cinta rosa que se los cubría… descubriendo así, una chimenea humeante. Un ambiente tan cálido, tan hermoso. Ambos buscan sus miradas. Brad, le acaricia el rostro.
—Esto es hermoso—
—Es lo que tú te mereces—, Brad sonrío y busco sus labios.
Carolina, abre los ojos. Y deja de recordar y negando su mirada al cielo. Apretando el puño dice.
—Fui una estúpida, siempre he sido una estúpida. Una pobre ilusa— sentía que el corazón estaba a punto de reventar y, volvió a la computadora.
Si… todo parecía hermoso. Parecía que toda mi suerte había cambiado, una amiga… una casa donde me sentía a gusto, y un chico guapo. Que me escuchaba y que parecía que me entendía. Por el, me quede, por ella cambie… Tania representaba todo mi aspecto de hoy en día. Fue la que me abrió los ojos. De que los hombres solo intentaban aprovecharse de mí… día tras día, Brad no podía ser perfecto. Tantas cosas bellas, tanto sentimiento entregado…
Luego ¿para qué?, para engañarme. ¿Por qué?, la respuesta fue. Que me había dejado de amar, pero que continuaba conmigo porque no sabía, como terminar conmigo… esas eran sus palabras, mientras lo contemplaba en albornoz, después de haberlo visto con ella. A los dos en la cama…
¿Cómo podía ser capaz de hacerme esto?, Tania y Brad… ¿Por qué tanta traición?, ¿Qué les había hecho yo?, pues claro… la pobre estúpida nunca se daba cuenta de las cosas. Carolina vuelve a respirar. Profundamente…
Se había dado cuenta que había perdido los estribos, y que su historia se había roto, por que se había adelantado… No podía empezar por lo bonito, ya había escrito suficiente.
Habían recuerdos hermosos, pero los más dolorosos pesaban muchísimo. La muerte de su abuelo, le arrebataba el corazón. Y luego enterarse de la traición. No quería revivir ciertas cosas. Pero sabía que a lo largo de su historia tendría que admitir ciertos hechos. Si quería ser sincera con ella misma.

Capitulo 4
Volver a España había sido muy violento para mí, hacia tanto que no me imaginaba afrontar este hecho. Y, ahora estaba aquí, afrontando más que problemas. Con mi madre agonizante y, mi padre destrozado. Mi madre se estaba muriendo y. yo solo quería aprovechar cada instante con ella. Quería plasmar su mirada dulce y preocupada en mi retina, en mi mente. Para recordarla cuando ella ya no estuviese.
Un cáncer, indetectable. Estaba acabando con ella casi instantáneamente. Estuve en todo momento a su lado, tomándole la mano. Para que sintiera mi presencia. Yo quería que ella supiera que siempre estuve a su lado. Hasta en su último momento. Y… luego todo lo demás pasó tan rápido.
Al cabo de unas semanas, me encontraba sin madre. Y con un padre que solo eran despojos, no quería mi compañía. Porque decía que yo les había olvidado. Y que aun que yo estuviese allí, no sería suficiente. Porque sabía que yo volvería a marcharme. Lo cual era cierto. No podía quedarme, había tantas cosas que me alejaban. Solo ponía de pretexto el trabajo, mi vida.
En el entierro de mi madre, me encontré al señor Fernando y a su esposa. Estaba tan afectado que me sorprendió muchísimo, en el fondo creo que le tenía un gran cariño a mi madre. Me pidió que le visitara, yo no estaba muy convencido de ello. Pero al final, la curiosidad me mato. Además quería visitar, la pequeña casita. En donde vivió mi madre y, en donde me crie.
Tenía una gran discusión en mi interior. Porque eso significaba hacerme daño, pero a veces el ser humano es tan masoquista que se hace amante de lo que le hace daño.
Durante la cena, con Fernando. No hacía más que recordar, intentaba apartar los recuerdos de mi cabeza. Reservarlos para cuando yo estuviese solo. Aun que era una simple excusa, para no intentar saber nada de Carolina. Pero eso era algo imposible.
Me entere que seguía en los Estados Unidos, trabajando como diseñadora, y que ahora estaba soltera. Dedicándose a ella por completo, luego también me hablaron de Cristina, pero sus noticias no eran tan desconocidas para mí.
Cuando terminamos de cenar, Fernando me pidió que me quedase en la casita de mi madre. Y, que me quedase el tiempo necesario para empaquetar todas sus pertenencias. Yo, nunca me cansare de agradecerle todas las cosas buenas que izo por mí, realmente cambio mi vida.
Horas más tardes, me encontraba en la casa, pequeña pero cómoda. Donde me crie, miraba todo y la verdad es que los recuerdos y la melancolía me envolvía de tal manera de que mis ojos se me humedecían. Revisando las cosas de mi madre, encontré una foto, que hacía años que no veía. Era una foto muy familiar, donde estaba mi madre, mi padre…  (…) y yo…
Despegue la mirada de la foto, cuando mis lágrimas saltaron de mis ojos. No podía ni pronunciar aquella palabra, “mi hermano”. Le volví a ver. Era extraño, verle después de tantos años. Ya que su mero recuerdo me atormentaba y me hundía en una sensación de culpa.
Nunca había sido capaz de hablar sobre él, “sobre Carlos”. El fue el motivo de mi mudez. Cuando yo tenía 10 años, el era más pequeño… vivíamos en el campo. Muy lejos de la ciudad y los vecinos más cercanos quedaban a unos cuantos kilómetros. La última vez que estuve con él, fue un día cuando mi madre, me dejo cuidandole. Ella había ido hacer la compra. Quería ir rápido así que se ahorraría bastante tiempo hiendo sola y nos dejo.
Son esta situaciones, en donde dices… si yo hubiese hecho esto, si hubiese hecho aquel


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