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La hermosa halewa - Poemas de Juan Arolas



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La hermosa halewa
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

El prudente Almanzor, emir glorioso,
el cordobés imperio dirigía,        
Hixén su rey en el harem dichoso
los blandos sueños del placer dormía.        
Cisnes de oro purísimo labrados,
sobre conchas de pórfido en las fuentes,        
en medio de jardines regalados,
derramaban las linfas transparentes.       
Los limpios baños de marmóreas pilas,
do el agua pura mil esencias toma,        
cercaban lirios y agrupadas lilas
de tintas bellas y profuso aroma.        
Damascos y alcatifas tunecinas,
del palacio adornaban los salones,        
perlas en colgaduras purpurinas,
perlas en recamados almohadones.        
Olores del Arabia respiraban
lechos de blanda pluma en los retretes,        
y las fuentes de plata reflejaban
del alcázar los altos minaretes.        
Del regio templo celebrada diosa,
Halewa fue en su plácida fortuna       
ídolo del monarca por hermosa,
tierna como una lágrima en la cuna.        
Feliz si de un esclavo que sabía
enamorar con trova cariñosa,
más amor no aprendiera que armonía        
al son del arpa dulce y sonorosa.
Iba el docto mancebo modulando
los ayes del amor en vario tono,        
la bella favorita suspirando
hizo el primer desprecio al regio trono.        
Un día... nunca el sol sur rayo activo
lanzó con más ardor, ni más hermoso        
fue el pensil y la sombra del olivo
para gozar del celestial reposo.        
Sediento del halago y del cariño,
buscaba Hixén los suspirados lazos,       
y cual sus juegos inocente niño,
apetecía el rey tiernos abrazos.        
¡Infeliz! ¡ ah l repara aquella rosa
que el roedor insecto ha deshojado,        
no muevas, no, la planta vagorosa:
la tumba del dolor está a tu lado.        
Vio en la gruta que al fin de los andenes
se cubre con la hiedra trepadora,        
dormir con frescas rosas en las sienes
la inconstante beldad que el pecho adora.        
Vio dormido al esclavo... frescas flores
coronaban su sien... su labio impuro        
en sueño murmuraba sus amores,
y el desliz de otro labio más perjuro.        
El arpa sobre el césped olvidada
con el viento sus fibras conmovía,        
y de su docto dueño enamorada
parece que lloraba su agonía.
Ruge el león y silba la serpiente        
por ofendido amor, la mujer llora,
y el hombre con la sangre delincuente        
lava el torpe baldón que le desdora.
Suspira Hixén; su corazón desgarra       
una furia infernal; su mano lleva
al puño de la corva cimitarra,
y abre los ojos la infeliz Halewa.       
Los abre para ver el golpe airado
contra el siervo que amaba su belleza,        
el lívido cadáver a su lado,
y fuera de los hombros la cabeza.
Sangre vio en su vestido y en su velo,        
que en sangre se tiñó la gruta y senda
al rodar la cabeza por el suelo        
en temblor frío y convulsión horrenda.
A lóbrega mazmorra es arrastrada        
por seis esclavos negros... ¡ah!... su lloro
de aljófar puro y tímida mirada        
no puede doblegar a esquivo moro.
La nueva luz de nebuloso día
vio en la punta de un palo, en los jardines,        
la cabeza del siervo, horrenda y fría,
y con gotas de sangre los jazmines.        

              


              




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