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Venus en casa doce - Poemas de Lourdes Dina Rensoli Laliga



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Venus en casa doce
Poema publicado el 12 de Noviembre de 2008


                  Y Rhea, domeñada por Cronos, parió una
                          ilustre raza: Istia, Démeter
                                      Hesíodo
                                                                                                             
                                               
                  La guerra es reina y madre de todas las cosas
                                    Heráclito de Efeso
                                                                         

I
Juventud oscilante entre dos llamas,
rutilante en sus tonos de secreto,
presurosa,
expectante,
cálidamente larga, replegada.
Pupilas de verano sin prodigar medida,
ni pétalos marchitos,
germinan las dos rosas,                                                                                     
crece el ámbito
y triunfa el arco iris.

II
Vuelco de media vida,
De senda claroscuro
Sin pérdida, sin yerro, sin guías ni acertijos de la esfinge.
Brota la interrogante de la tierra,
Magna Mater del alba y del insecto
Alado por un sueño sigiloso en sus nupcias
(que son sólo remedos de los ritos humanos).
Sus pechos alimentan mis sentidos
En un día de siempre. 


III
Hálito de la lluvia,
ceniza desleída en mi costado,
futuro pernoctar en el silencio
sin un adiós cortés a la armonía.
Guerra de los milagros,
turbia guerra del tiempo,
abrigo de la mar, para la noche,
elegía a lo vacuo,
a las cosas carentes de sentido
burlonas como espejos paralelos.
El murciélago invita,
su silbido tremola, tímido y engañoso,
con falsa indecisión: es hoy su fiesta.
Allá lejos, al fondo de las grutas
que todos frecuentamos a sabiendas,
prepara su sorpresa el hierofante:
Magna Mater de un siglo que desdeña la fábula
vela por su epitafio.

IV
La ventana, el caballo que a lo lejos se esfuma,
peligro aterrador por presentido,
colma la enredadera de jazmines,
llega hasta la labor abandonada
sobre el diván de raso,
hasta el tapiz, a medias perfilado
que representa el bosque
en cuyo centro irguiera, temerosa, la fuente
su surtidor de oro.
Como fantasma astuto, el perdiguero,
como ofrenda, la liebre,
como aviso, el león, y en la espesura,
la doncella, que ofrece su regazo
cubierto por su propia cabellera
y el cuerno de marfil, sólo entrevisto:
áurea reminiscencia de un tiempo prisionero
por los hilos de plata del bordado que nace.

V
Contienda misteriosa
por plasmar un futuro tejido por los dioses
desde su afán primero
cuando lentos, seguros
tramaron la absorción definitiva
esa que tornaría los diamantes
en cántaros de plomo.
Impares los recuerdos,
impar la madreperla,
impares las misivas, los puñales,
impar el converger, el crepitar de Urano,
impar el decursar, el tintineo monótono,
impar el estertor y la agonía.
Par tan sólo el pasado del crepúsculo
que corona la frente de la diosa locura.

VI
Otra vez Magna Mater
dirige sabiamente la cosecha
(el juego del otoño).
Hoy, que vuelan los tréboles,
que el bosque se prepara,
no es prudente olvidar que perseguimos
alguna vez al zorro plateado
que al ventear las redes se esfumara
dejando en derredor un halo tenue,
como de luz de luna,
como de risa hiriente, nacida del anhelo.

VII
Mucho antes de la era del recuerdo
cuentan que hubo un castillo
rodante sobre un lago de cambiantes colores,
bajo un cielo cercano a sus agujas
prestas a desafiar a las estrellas
y en el jardín de hielos y abetos escarchados
danzaban hasta el alba las vestales.
Aun en nuestros días pueden verse sus nombres
en los rostros grabados en los árboles,
guardianes silenciosos de la antigua caverna,
tumba de los druidas.

VIII
Y todo ardiendo, ardiendo,
furia que se consagra a la belleza,
bruma rota en su origen
calcinando a los lánguidos, los tibios,
pobres maledicientes
conformes con un soplo de afán sin agonía,
relegado a los sueños
o al suceder diario del morir sin angustia
(ese polvo que cubre la conciencia
hambrienta de ceniza).
Destilar del fluido,
el vaho vegetal ,
el humus precursor de los aromas,
el áloe y el almizcle,
y el fuego, reducido al pebetero
alienta eternamente, sin consumir la zarza.

IX
Rojo de la caléndula, reflejado en las nubes temerosas,
estela del que pasa
y precipita en sí todos los gritos
de sus jóvenes víctimas
a pesar suyo, ilesas.

X
Ven, te aguardan las calles desiertas, sin rumor de ventanas,
sin gargantas resecas, anhelantes:
el vino de este día se sirve en una copa de amapola
cubierta por el palio de su templo: la suerte. 

XI
No olvides que he pisado los caminos
de la ciudad agónica,
de la ciudad durmiente,
de la ciudad desnuda hasta los huesos,
sin oropel del día,
mientras tú suplicabas a mi puerta
un trozo de memoria con qué llenar tu ocaso
de promesas ocultas.

XII
Sé que te has preparado para el viaje de siempre:
guarnecidos los brazos de rocío,
en las sienes, polvillo de alas de mariposa.
Por mi parte, pretendo conducir nuestros pasos
hacia la cuarta esfera, donde Pan, presuroso,
destruye los letargos en su isla
con su amuleto verde, exuberante, fúlgido
que irónico y mordaz, te precipita
en guerra contra el tiempo.


XIII
Des viento y la montaña fue engendrado el deseo
Y descendió a los valles donde moran los hombres
Para crear discordia, confusión, desatino,
insomnio de las huestes otrora consagradas a la siembra,
divididas en canto y acechanza,
en estertor y pira,
que una vez cada era
--estéril lenitivo—
revela a los mortales su extinción ilusoria.


XIV
Heraldo de la muerte ajena al sueño:
soy víctima funesta.
Mi ser es inmortal y tu atentado
una parte del rito que renueva
la estirpe de los héroes.
Soy la matriz del orbe, soy el todo.
Creyendo destruirme, renovarás un orden
en su justa medida.
1976
Del libro Júpiter ante el pararrayos, publicado en 1991. 



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