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Nupcial - Poemas de Manuel María Flores



Poemas » manuel maria flores » nupcial




Categoría: Poemas de Amor
Nupcial
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

                     

En el regazo frío
del remanso escondido en la floresta,               
feliz abandonaba
su hermosa desnudez el amor mío
en la hora calurosa de la siesta.               
El agua que temblaba
al sentirla en su seno, la ceñía
con voluptuoso abrazo y la besaba,               
y a su contacto de placer gemía
con arrullo, tan suave y deleitoso,               
como el del labio virginal opreso
por el pérfido labio del esposo               
al contacto nupcial del primer beso.

La onda ligera esparcía, jugando,               
la cascada gentil de su cabello,
que luego en rizos de ébano flotando               
bajaba por su cuello;
y cual ruedan las gotas de rocío
en los tersos botones de las rosas,               
por el seno desnudo así rodaban
las gotas temblorosas.
Tesoro del amor el más precioso               
eran aquellas perlas;
¡cuánto no diera el labio codicioso
trémulo de placer por recogerlas!               
¡Cuál destacaba su marfil turgente
en la onda semi-oscura y transparente,              
aquel seno bellísimo de diosa!
¡Así del cisne la nevada pluma               
en el turbio cristal de la corriente,
así deslumbradora y esplendente               
Venus rasgando la marina espuma!

Después, en el tranquilo               
agreste cenador, discreto asilo
del íntimo festín, lánguidamente               
sobre mí descansaba, cariñosa,
la desmayada frente,
en suave palidez ya convertida               
la color que antes fuera deliciosa,
leve matiz de nacarada rosa               
que la lluvia mojó... Mudos los labios,
de amor estaban al acento blando.               
¿Para qué la palabra si las almas
estaban en los ojos adorando?               
Si el férvido latido
que el albo seno palpitar hacía
decíale al corazón lo que tan sólo,              
ebrio de dicha, el corazón oía...!

Salimos, y la luna vagamente               
blanqueaba ya el espacio.
Perdidas en el éter transparente
como pálidas chispas de topacio               
las estrellas brillaban... las estrellas
que yo querido habría               
para formar con ellas
una corona a la adorada mía...
En mi hombro su cabeza, y silenciosos               
porque idioma no tienen los dichosos,
nos miraban pasar, estremecidas,               
las encinas del bosque, en donde apenas
lánguidamente suspiraba el viento,               
como en las horas del amor serenas
dulce suspira el corazón contento.               

Ardiente en mi mejilla de su aliento
sentía el soplo suavísimo, y sus ojos               
muy cerca de mis ojos, y tan cerca
mi ávido labio de sus labios rojos,               
que, rauda y palpitante
mariposa de amor, el alma loca,
en las alas de un beso fugitivo               
fue a posarse en el cáliz de su boca...

¿Por qué la luna se ocultó un instante               
y de los viejos árboles caía
una sombra nupcial agonizante?
El astro con sus ojos de diamante               
a través del follaje ¿qué veía...?

Todo callaba en derredor, discreto.               
El bosque fue el santuario
de un misterio de amor, y sólo el bosque               
guardará en el recinto solitario
de sus plácidas grutas el secreto               
de aquella hora nupcial, cuyos instantes
tornar en siglos el recuerdo quiso...               
¿Quién se puede olvidar de haber robado
su única hora de amor al paraíso?               

                            


                            
                     
                                          




             

PASIÓN

¡Háblame...! Que tu voz, eco del cielo,               
sobre la tierra por doquier me siga...
Con tal de oír tu voz, nada me importa               
que el desdén en tu labio me maldiga.

¡Mírame...! Tus miradas me quemaron,               
y tengo sed de ese mirar, eterno...
Por ver tus ojos, que se abrase mi alma,               
de esa mirada en el celeste infierno...!
¡Ámame...! Nada soy... pero tu diestra               
sobre mi frente, pálida, un instante,
puede hacer del esclavo arrodillado               
el hombre-rey, de corazón gigante...

Tú pasas... y la tierra voluptuosa               
se estremece de amor bajo tus huellas,
se entibia el aire, se perfuma el prado               
y se inclinan a verte las estrellas.
Quisiera ser la sombra de la noche               
para verte dormir sola y tranquila,
y luego ser la aurora... y despertarte               
con un beso de luz en la pupila.
Soy tuyo, me posees... Un solo átomo               
no hay en mi ser que para ti no sea:
dentro mi corazón eres latido,               
y dentro mi cerebro, eres idea.

¡Oh! por mirar tu frente pensativa              
y pálido de amores, tu semblante;
por sentir el aliento de tu boca               
mi labio acariciar un solo instante;
por estrechar tus manos virginales               
sobre mi corazón, yo de rodillas,
y devorar con mis tremantes besos              
lágrimas de pasión en tus mejillas;
yo te diera... no sé... ¡no tengo nada...!               
el poeta es mendigo de la tierra
¡toda la sangre que en mis venas arde!               
¡todo lo grande que mi mente encierra!

Mas no soy para ti... ¡Si entre tus brazos               
la suerte loca me arrojara un día,
al terrible contacto de tus labios               
tal vez mi corazón... se rompería!
Nunca será... Para mi negra vida               
la inmensa dicha del amor no existe...
Sólo nací para llevar en mi alma               
todo lo que hay de tempestuoso y triste.
Y quisiera, morir... ¡pero en tus brazos,               
con la embriaguez de la pasión más loca,
y que mi ardiente vida se apagara               
al soplo de los besos de tu boca!





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