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El jardÍn de las delicias - Poemas de Olga Orozco



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El jardÍn de las delicias
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

       ¿Acaso es nada más que una zona de abismos y volcanes en
       plena ebullición, predestinada a ciegas para las ceremonias de la
       especie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez un
       atajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocencia
       y sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma?¿ O tan
       sólo quizás una región marcada como un cruce de encuentro
       y desencuentro entre dos cuerpos sumisos como soles?
       No. Ni vivero de la Perpetuación, ni fragua del pecado original,
       ni trampa del instinto, por más que un solo viento exasperado
       propague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni siquiera
       un lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo que
       huye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.

A solas, sólo un        número insensato, un pliegue en las membranas
       de la ausencia, un relámpago sepultado en un jardín.

Pero basta el        deseo, el sobresalto del amor, la sirena del
       viaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz de
       todos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta el
       árbol de la primera tentación, hasta el jardín de las delicias y
       sus secretas ciencias de extravío que se expanden de pronto
       de la cabeza hasta los pies igual que una sonrisa, lo mismo
       que una red de ansiosos filamentos arrancados al rayo, la
       corriente erizada reptando en busca del exterminio 0 la salida,
       escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que son
       como tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indecible
       hasta el fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfonda
       cayendo hacia lo alto, mientras pasa y traspasa esa orgánica
       noche interrogante de crestas y de hocicos y bocinas, con
       jadeo de bestia fugitiva, con su flanco azuzado por el látigo
       del horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al misterio
       de la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la nebulosa
       maquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas como
       labios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late la
       espuma de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de su
       prado natal, un éxodo de galaxias semejantes a plumas girando
       locamente en el gran aluvión, en ese torbellino atronador que
       ya se precipita por el embudo de la muerte con todo el universo
       en expansión, con todo el universo en contracción para el parto
       del cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la
       sangre la creación.
       
       El sexo, sí,
       más bien una medida:
       la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.
       
       




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