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Pena y alegrÍa del amor - Poemas de Rafael de León



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Categoría: Poemas de Amor
Pena y alegrÍa del amor
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

A José González Marín

              

Mira cómo se me pone               
la piel, cuando te recuerdo...

Por la garganta me sube
un río de sangre fresco               
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos               
y cuchillos en los dedos
y en mi sien una corona
hecha de alfileres negros.
              
Mira cómo se me pone
la piel cada vez que me acuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.
Entre tu casa y mi casa               
hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas,
de cal, de arena, de viento,               
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca               
lo pueda saltar el pueblo,
que está rondando la llave
que guarda nuestro secreto.               
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
¡Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo!               

              

¡Ay pena, penita, pena               
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría
quererte como te quiero!               

Cuando por la noche a solas
me quedo con tu recuerdo,
derribaría la pared               
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,               
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando               
hasta quitarte el aliento,
y luego, qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena               
quererte como te quiero!

Nuestro amor es agonía,
lucha, angustia, llanto, miedo,               
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso               
y seguir viviendo luego,
con una espada de punta
siempre prendida del pecho.               

              

Salgo de mi casa al campo               
solo con tu pensamiento,
por acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo               
que se te cayó un domingo
cuando venías al pueblo
y que no te he dicho nunca,               
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,               
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa               
lo que yo te estoy queriendo.

              

Ayer, en la Plaza Nueva,               
- vida, no vuelvas a hacerlo-
te vi besar a mi niño,
a mi niño, el más pequeño,               
y cómo lo besarías,
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez               
que a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé a mi niño del suelo               
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola               
mordió mi boca tu beso.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!               

              

Mira, pase lo que pase,               
aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
aunque la tierra se abra               
y aun cuando lo sepa el pueblo
y ponga nuestra bandera
de amor, a los cuatro vientos,               
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.

¡Ay, qué alegría y qué pena               
quererte como te quiero!




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