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Un dÍa con el alba - Poemas de Rafael Guillén



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Un dÍa con el alba
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

       

Un día, con el alba, volvía solitario               
de mis cosas de hombre. Pudo ser hace tiempo.
La claridad nacía del fondo de las calles               
como la pena nace del fondo de una copa.

              

Siempre se vuelve solo. No sé por qué      las calles
parecen tan vacías cuando el amor termina.
A través de las puertas cerradas, se sentía               
vagar los esposos por la humedad del sueño.

              

Nunca pude entenderlo. Nos subimos a un      cuerpo
como se sube un niño a la rama más alta.
De pronto, bajo el cielo, el cuerpo, que era todo,               
se nos va consumiendo debajo del abrazo.

              

De pronto comprobamos que nos falla la      tierra,
que por algún resquicio la vida se derrama.
La plenitud redonda que llegó por el tacto,               
por ese mismo tacto regresa y se disipa.

              

Por campos y tejadas resbalaban los      cinco.
Muy cerca, un jazminero debía estar despierto.
Yo volvía cansado, como vuelven los hombres               
que han donado su parte para el dolor del mundo.

              

La desnudez de un brazo. Un cuello      interminable.
Dos piernas que se alejan buscando una salida.
Una cintura firme donde apoyar las manos               
como cuando se vuelca el peso en el arado.

              

Nunca pude entenderlo. Las miradas se      enfrentan
como vueltos espejos que en si mismos acaban.
Delante de los ojos hay láminas opacas               
tras las que cada amante disfraza su egoísmo.

              

Ella estuvo muy cerca, aquella vez, de      darme
algo que con el tiempo tal vez fuera un recuerdo.
Desde aquí la contemplo, pero no tiene rostro.               
No sería más triste se no hubiera existido.

              

Nos tiramos a un cuerpo como al mar, y      aprendemos
que el amor, como el agua, no opone resistencia.
Bien poco es lo que queda después, si la ternura               
no inventa sus razones para seguir viviendo.

              

Penetramos espacios que no nos      pertenecen.
La carne, como el humo, se aleja si se toca.
Hoy ya no me pregunto la razón, y me entrego,               
y acepto, y disimulo; pero sé que es chantaje.

              

Aquel día empezaba como todos los días;             
porque todos los días empiezan y no acaban.
el alba suavizaba los últimos aleros               
y la luz preparaba su primer estallido.

              

Siempre se vuelve solo del amor. Como      entonces.
Porque el hombre limita con su piel, y los sueños
sólo cuentan, no siempre, cuando un pecho, entrevisto,               
nos revela de pronto nuestra gran desventura.




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