El mar
Poema publicado el 27 de Abril de 2012
El mar. Un tierno cabezazo que regala a ciegas la ciudad,
vela por sí como estatua,
y abandona el fino quejido que vuelve a despertar
de los rincones, con esa luz amanecida.
Igual le salen granos cuando escupe,
cojea al buscar sombra bajo la bandera,
miente y le zigzaguea el ojo derecho
mientras menea la nariz para alejarse con estilo.
El mar. El edificio educador respeta las esquinas
y sus humildes burócratas;
apagando a la isla, con ese sol índice que entre las nubes
desaparece.
Cuando resopla el saxo sus fuegos artificiales,
en imágenes la ciudad,
aprieta el curioso estado nativo;
y las grietas asfaltadas poco antes de la marcha,
recuerdan los bastonazos en la espalda,
los niños corriendo,
la boca ensangrentada,
el silencio.
El mar. Astuto animal antropófago,
marcado el día público de su asesinato,
viene a confesar su empuje frente a frente
con el viento,
variando el color romántico de la espuma
hecha con la cuerda del primer náufrago.
En la noche, su turno aparece
tonteando bajo la falda,
y tiene derecho a prescindir de sus propios atributos
cuando cuelga, asesina, prostituye y tiembla.
Armónico al asunto de la metamorfosis,
saliendo nuevamente ileso,
y todos los arbustos encerrados en el incendio.
El mar. Mano que se adhiere al sonido
del martillo al plegar el horizonte,
hacia ti huyeron mis criterios,
las tazas de café,
los absolutos huesos del reino,
la entretela,
hacia ti y tus crestas mandaron ocultos los cadáveres,
las cartas censuradas,
los restos esparcidos del crematorio.
Del mar me hice isla,
me hice isla.
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Poema publicado el 27 de Abril de 2012
El mar. Un tierno cabezazo que regala a ciegas la ciudad,
vela por sí como estatua,
y abandona el fino quejido que vuelve a despertar
de los rincones, con esa luz amanecida.
Igual le salen granos cuando escupe,
cojea al buscar sombra bajo la bandera,
miente y le zigzaguea el ojo derecho
mientras menea la nariz para alejarse con estilo.
El mar. El edificio educador respeta las esquinas
y sus humildes burócratas;
apagando a la isla, con ese sol índice que entre las nubes
desaparece.
Cuando resopla el saxo sus fuegos artificiales,
en imágenes la ciudad,
aprieta el curioso estado nativo;
y las grietas asfaltadas poco antes de la marcha,
recuerdan los bastonazos en la espalda,
los niños corriendo,
la boca ensangrentada,
el silencio.
El mar. Astuto animal antropófago,
marcado el día público de su asesinato,
viene a confesar su empuje frente a frente
con el viento,
variando el color romántico de la espuma
hecha con la cuerda del primer náufrago.
En la noche, su turno aparece
tonteando bajo la falda,
y tiene derecho a prescindir de sus propios atributos
cuando cuelga, asesina, prostituye y tiembla.
Armónico al asunto de la metamorfosis,
saliendo nuevamente ileso,
y todos los arbustos encerrados en el incendio.
El mar. Mano que se adhiere al sonido
del martillo al plegar el horizonte,
hacia ti huyeron mis criterios,
las tazas de café,
los absolutos huesos del reino,
la entretela,
hacia ti y tus crestas mandaron ocultos los cadáveres,
las cartas censuradas,
los restos esparcidos del crematorio.
Del mar me hice isla,
me hice isla.
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