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El amor imperecedero - Poemas de Yaneth Hernandez



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Categoría: Poemas de Amor
El amor imperecedero
Poema publicado el 05 de Marzo de 2011

De tu amor al mio rayos de fuego
Calcinan la distancia,
La noche marcha en lenta amargura
se desliza por el balcón  y abraza la soledad.
En la yerma oscuridad tu figura es una espiga,
tan sólo la brisa osa rozarla en la pared;
fluye el pertinaz silencio que se alza en mi boca,
brillando a lo lejos  tus ojos.
El mundo parece no moverse, los muertos desandan.
La orfandad de tu presencia me hace solemne.
Mi tristeza es un altar.
Se escucha el eco de mi respiración,
El palpitar de mis venas, la ligera sensación de morir,
la tenue vida que titila en la sienes,
el hastió grisáceo de mi demencia por ti.
La alcoba flamea junto a mis deseos
El canto impertinente de los grillos
atormentan mis pensamientos que estan
ensogados a los tuyos.
Me aferro al recuerdo de tus labios vendidos.
El viento vuela como una mariposa
bizantina, altiva, es un bufón en el portillo,
La noche me execra  de su manto.
Los caminos huelen a ti estan tus huellas frescas,
los racimos de naranjos aun guindan en la estancia,
los muros, los puentes te extrañan al igual que yo;
Nunca volverás lo juraste frente al portal
aquello me hizo  polvo, barro y arena,
El universo se convirtió en una orquesta de llanto,
Mientras partías sin mirar las gardenias marchitas
Que a tus espaldas quedaron.
Mis ojos eran agua  y la galerna enredaba tus cabellos,
Sentí la sangre galopar mis arterias
El corazón detenerse como un tren en la madrugada,
Tu espalda serena fue tu adiós.
En mis manos quedo sembrado tu perfume,
Tu piel de amapola, tu vientre de largas jornadas,
en un instante mis manos se hicieron sepulcro,
Todo el amor fue una azotada furia de una pasión
Que huele ayer.
Tu entrega fue fogosa como un volcán,
Eran tus besos la esquela que
contaba las alegrías de tu ser,
que hermosa lucias tendida bajo el roble que
Daba sombra a tus mejillas.
Entonces tu boca surtía mi boca de la miel
de tu aliento.
Con guiños de sensualidad me enamorabas,
Yo me ceñía a tus encantos, me hacia reina,
Me hacia mendigo de tus caricias.
Tejía coronas de lila para tu frente,
lavaba tus pies en el manantial y cazaba
Pájaros que cantaran a tu oído al amanecer.
Quería un planeta florido, luminoso para ti,
Con senderos bordados de rosales,  un cielo
de libres palomas, una tierra de oro y un arco iris
en tu ventana, y sabanas de seda para cortejar
Tu tez.
Que cada tarde el ruiseñor entonara el Ave Maria
cuando tu rostro bendito la mantilla lo cubriera
y salieras a la calle con una procesión de lauros y
Claveles doquiera.
Anhelaba llevar tu nombre como mi estandarte,
Tu ternura como un prendedor y tu amor el diamante
azul de un Márquez.
Hoy, que veo tu espalda como despedida,
Descubro que eras un ave de paso y yo un
Quijote de sueños.
Ni el cielo que brota lluvia comprende mis lágrimas,
la noche es inmensa pero más inmensa es sin tu
Voz a mi costado, ni la tibieza de tu cariño,
Todo es tiniebla, fango y olvido.
Qué fue de tu promesa sobre la cruz de alabastro
Cuando prometías que no volverías a ver el horizonte
sin mi compañía, que las horas en mi ausencia eran
un martirio.
Prometiste que haríamos nuestro el ocaso, el
invierno y las hojas caída de los árboles.
Nada nacerá y renacerá sin ti.
Solo existe la eternidad de la nada.
Te llevaste en tu valija mis ganas y mi fe
en los dioses, destrozaste mi historia, mi hoy
mi mañana sin nubes, el amor es una fuerza
que crea y destruye.
La noche esta cesando en las montañas
Un nuevo y pálido día me espera sin tu risa,
suspiro con la clemencia que pide un moribundo,
Siento que mi alma cada segundo expira, el olor
A tumba es cercano.
Pido a quienes estan en los cielos recibiendo los
difuntos con peregrinos pecados
se le perdone la pena que causó.
En la tierra ni me lloren, ni se alegren
Felices los felices,
Los muertos a su infinitud que la
vida no retorna.
Ufánate amor de ser dichosa en los brazos de
quien te ensalza y cuando sepas que mi alma
Le crecieron blancas alas no te embargues de tristeza.
Se la princesa de tu castillo, era todo cuanto
En verdad querías, pero esta humilde cultivadora de
quimeras no podía ofrecértelo. Mi grandeza no esta
En ese castillo mi amada, esta en la devoción que
Mi sabia te brinda con la sencillez del amor beato.
Mi último deseo es que plantes un roble  en mi 
panteón, para cuando crezca su sombra le de sombra
A mis huesos como un día le dio sombra a tus mejillas
Y en mi lápida ha de rezar: “La carne muere, los huesos
Limadura, pero el amor es imperecedero”


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