Muerte del hombre
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Si acaso el ángel desplegara
la sábana final de mi agonÃa
y levantara el sueño que me diste, oh vida,
un sueño como ave perdida entre la niebla,
igual al pez que no comprende
la ola en que navega
o el peligro cercano con las redes;
si acaso el ángel frente a mi dijera
la ultima palabra,
la decisión mortal de mi destino
y plegando las alas junto a mi cuerpo hablara,
como cuando el rocÃo desciende lento hacia la rosa
al dar el primer paso la mañana,
ya mirarÃa en mi sangre
el negro navegar, la noche incierta,
el pájaro que sufre sin sus alas
y la más grave lentitud: la muerte.
Aun cerca de la Ãntima agonÃa
estás, oh muerte, clara como espejo;
más abierta que el mar,
más segura que el aire que entró por la ventana,
más mÃa y más ajena
por mi sangre y mis brazos
en esta soledad.
Estás tan fértil como niño
que, angustiado, llora antes de ser,
entre la sangre siendo
y por la piel más vivo que la piel;
te llevo como árbol, tierra y cauce,
y eres la savia pura,
la flor, la espuma y la sonrisa,
eres el ser que por mi sangre es
como la estrella ultima del cielo.
Si acaso el ángel sigiloso
abriera la ventana
te mirarÃa salir interminablemente
como un tiempo cansado
hacia su sombra vuelto,
como quien frente al mundo se pregunta:
"¿En qué lugar está mi soledad?"
Si acaso el ángel me mirara,
abierta ya la niebla de mi carne,
sin nubes, sin estrellas,
sin tiempo en que mecer la luz de mi agonÃa,
encontrarÃa tan sólo a ti, oh muerte,
llevándome a tu lado, fiel;
te encontrarÃa tan sola a ti, sin mÃ,
ya sin cuerpo ni voz,
sin angustia ni sueños,
te hallara entonces pura, oh muerte mÃa.
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Si acaso el ángel desplegara
la sábana final de mi agonÃa
y levantara el sueño que me diste, oh vida,
un sueño como ave perdida entre la niebla,
igual al pez que no comprende
la ola en que navega
o el peligro cercano con las redes;
si acaso el ángel frente a mi dijera
la ultima palabra,
la decisión mortal de mi destino
y plegando las alas junto a mi cuerpo hablara,
como cuando el rocÃo desciende lento hacia la rosa
al dar el primer paso la mañana,
ya mirarÃa en mi sangre
el negro navegar, la noche incierta,
el pájaro que sufre sin sus alas
y la más grave lentitud: la muerte.
Aun cerca de la Ãntima agonÃa
estás, oh muerte, clara como espejo;
más abierta que el mar,
más segura que el aire que entró por la ventana,
más mÃa y más ajena
por mi sangre y mis brazos
en esta soledad.
Estás tan fértil como niño
que, angustiado, llora antes de ser,
entre la sangre siendo
y por la piel más vivo que la piel;
te llevo como árbol, tierra y cauce,
y eres la savia pura,
la flor, la espuma y la sonrisa,
eres el ser que por mi sangre es
como la estrella ultima del cielo.
Si acaso el ángel sigiloso
abriera la ventana
te mirarÃa salir interminablemente
como un tiempo cansado
hacia su sombra vuelto,
como quien frente al mundo se pregunta:
"¿En qué lugar está mi soledad?"
Si acaso el ángel me mirara,
abierta ya la niebla de mi carne,
sin nubes, sin estrellas,
sin tiempo en que mecer la luz de mi agonÃa,
encontrarÃa tan sólo a ti, oh muerte,
llevándome a tu lado, fiel;
te encontrarÃa tan sola a ti, sin mÃ,
ya sin cuerpo ni voz,
sin angustia ni sueños,
te hallara entonces pura, oh muerte mÃa.
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