El lago
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Asà siempre empujados hacia nuevas orillas,
en la noche sin fin que no tiene retorno,
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos
echar ancla algún dÃa?
Lago, apenas el año ya concluye su curso
y muy cerca del agua donde yo le di cita,
mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra
donde ayer se sentaba.
Tú bramabas asà bajo estas mismas rocas,
te rompÃas con furia en su herido costado;
asà el viento arrojaba tus oleajes de espuma
a sus pies adorados.
Una tarde, ¿te acuerdas?, en silencio bogaba
entre el agua y los cielos a lo lejos se oÃa
solamente el rumor de los remos golpeando
tu armonioso cristal.
De repente una música que ignoraba la tierra
despertó de la orilla encantada los ecos;
prestó oÃdos el agua y la voz tan amada
pronunció estas palabras:
«Tiempo, no vueles más. Que las horas propicias
interrumpan su curso.
¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias
de este dÃa tan bello!
Todos los desdichados aquà abajo os imploran:
sed para ellos muy raudas.
Con los dÃas quitadles el mal que les consume;
olvidad al feliz.
Mas en vano yo pido unos instantes más,
ya que el tiempo me huye.
A esta noche repito: "Sé más lenta", y la aurora
ya disipa la noche.
¡Oh, sÃ, amémonos, pues, y gocemos del tiempo
fugitivo, de prisa!
Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo,
fluye mientras pasamos.»
Tiempo adusto, ¿es posible que estas horas divinas
en que amor nos ofrece sin medida la dicha
de nosotros se alejen con la misma presteza
que los dÃas de llanto?
¿No podremos jamás conservar ni su huella?
¿Para siempre pasados? ¿Por completo perdidos?
Lo que el tiempo nos dio, lo que el tiempo ha borrado,
¿no lo va a devolver?
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Asà siempre empujados hacia nuevas orillas,
en la noche sin fin que no tiene retorno,
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos
echar ancla algún dÃa?
Lago, apenas el año ya concluye su curso
y muy cerca del agua donde yo le di cita,
mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra
donde ayer se sentaba.
Tú bramabas asà bajo estas mismas rocas,
te rompÃas con furia en su herido costado;
asà el viento arrojaba tus oleajes de espuma
a sus pies adorados.
Una tarde, ¿te acuerdas?, en silencio bogaba
entre el agua y los cielos a lo lejos se oÃa
solamente el rumor de los remos golpeando
tu armonioso cristal.
De repente una música que ignoraba la tierra
despertó de la orilla encantada los ecos;
prestó oÃdos el agua y la voz tan amada
pronunció estas palabras:
«Tiempo, no vueles más. Que las horas propicias
interrumpan su curso.
¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias
de este dÃa tan bello!
Todos los desdichados aquà abajo os imploran:
sed para ellos muy raudas.
Con los dÃas quitadles el mal que les consume;
olvidad al feliz.
Mas en vano yo pido unos instantes más,
ya que el tiempo me huye.
A esta noche repito: "Sé más lenta", y la aurora
ya disipa la noche.
¡Oh, sÃ, amémonos, pues, y gocemos del tiempo
fugitivo, de prisa!
Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo,
fluye mientras pasamos.»
Tiempo adusto, ¿es posible que estas horas divinas
en que amor nos ofrece sin medida la dicha
de nosotros se alejen con la misma presteza
que los dÃas de llanto?
¿No podremos jamás conservar ni su huella?
¿Para siempre pasados? ¿Por completo perdidos?
Lo que el tiempo nos dio, lo que el tiempo ha borrado,
¿no lo va a devolver?
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