Yo te veo
Poema publicado el 06 de Diciembre de 2024
Hoy me desperté
Me desperté sin siquiera tener que reabrir los ojos,
sino con la sorpresa de no poder cerrarlos de nuevo.
Porque hoy la vi llorar…
Hoy la vi sufrir,
hoy la vi sacar todo el aire de odio y rencor
de su ronca garganta.
La vi desesperada, triste, harta,
con lagunas saladas a sus costados.
Sus palabras resuenan en mi mente
como dentro de una esfera navideña
olvidada por la calma.
Hoy la vi...
—Angelique, deja de hablarle. No lo vas a volver a ver.
¿¡Viste lo que me hizo!?
—Eso no compete a mis posibilidades.
(Me erizó la piel de nervios).
—¡Tú lo sabías, verdad!?
—No… mamá, yo no lo sabía.
En tiempos de poco gozo,
le tocó a mi mamá ser la última gota
que derrama el vaso de la vida.
Sus ojos se rompían como cristal,
reflejando una niña herida.
—Hasta que muera, terminaré trabajando.
Tengo ganas de tirarme a las vías del tren.
¡Nadie me quiere!
Solo tu abuelita demuestra, sin creces,
el tiempo y el dinero.
Es la única que ha estado
desde que nací.
Hoy ya no veo,
no puedo ver por la laguna de lágrimas alcoholizadas.
Mis pendientes suenan lejanos
y rebotan en el presente como ansiedad.
Lo he dado todo,
y aun así no sé si eso pueda bastar.
Mamá, yo te veo.
Veo tu fuerza en momentos de desgana,
tu trabajo en desvelos,
y tus abrazos curando mis brazos raspados.
Veo tus sonrisas falsas,
intentando calmarme,
mientras escondes siete espadas en el pecho,
cubiertas con un cobertor de carne fuerte.
Mamá, yo veo que lloras,
pero ve tú que, cuando las gotas mojan,
la única opción es caminar bajo ellas.
Seguir el sendero,
el único que existe,
el que me ha reunido contigo,
como yo hija y tú madre.
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Poema publicado el 06 de Diciembre de 2024
Hoy me desperté
Me desperté sin siquiera tener que reabrir los ojos,
sino con la sorpresa de no poder cerrarlos de nuevo.
Porque hoy la vi llorar…
Hoy la vi sufrir,
hoy la vi sacar todo el aire de odio y rencor
de su ronca garganta.
La vi desesperada, triste, harta,
con lagunas saladas a sus costados.
Sus palabras resuenan en mi mente
como dentro de una esfera navideña
olvidada por la calma.
Hoy la vi...
—Angelique, deja de hablarle. No lo vas a volver a ver.
¿¡Viste lo que me hizo!?
—Eso no compete a mis posibilidades.
(Me erizó la piel de nervios).
—¡Tú lo sabías, verdad!?
—No… mamá, yo no lo sabía.
En tiempos de poco gozo,
le tocó a mi mamá ser la última gota
que derrama el vaso de la vida.
Sus ojos se rompían como cristal,
reflejando una niña herida.
—Hasta que muera, terminaré trabajando.
Tengo ganas de tirarme a las vías del tren.
¡Nadie me quiere!
Solo tu abuelita demuestra, sin creces,
el tiempo y el dinero.
Es la única que ha estado
desde que nací.
Hoy ya no veo,
no puedo ver por la laguna de lágrimas alcoholizadas.
Mis pendientes suenan lejanos
y rebotan en el presente como ansiedad.
Lo he dado todo,
y aun así no sé si eso pueda bastar.
Mamá, yo te veo.
Veo tu fuerza en momentos de desgana,
tu trabajo en desvelos,
y tus abrazos curando mis brazos raspados.
Veo tus sonrisas falsas,
intentando calmarme,
mientras escondes siete espadas en el pecho,
cubiertas con un cobertor de carne fuerte.
Mamá, yo veo que lloras,
pero ve tú que, cuando las gotas mojan,
la única opción es caminar bajo ellas.
Seguir el sendero,
el único que existe,
el que me ha reunido contigo,
como yo hija y tú madre.
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