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Tercera carta conyugal - Poemas de Antonin Artaud



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Tercera carta conyugal
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Desde hace cinco días he dejado de vivir a causa de ti, a      causa de tus estúpidas cartas, por tus cartas no de espíritu sino de sexo, por tus      cartas llenas de reacciones de sxo y no de razonamientos conscientes. Estoy harto de      nervios,
harto de razones; en lugar de protegerme, tú me agobias, me agobias por que lo que dices      es errado.

Siempre has errado. Siempre me has juzgado con la      sensibilidad más baja que hay en la mujer. Te empeñas en no admitir ninguna de mis      razones. Pero a mí ya no me quedan razones, ya no tengo nada de qué disculparme, ya no      tengo nada que discutir contigo. Conozco mi vida y eso me alcanza. Y en el instante en que      comienzo a meterme en mi vida, más y más me socavas, causas mi desesperación; cuantos      más motivos te doy para esperar, para que seas paciente, para tolerarme, más      encarnizadamente te empeñas en destrozarme, en hacerme perder los beneficios        
logrados, más intolerante eres con mis males.

Del espíritu lo desconoces todo, nada sabes de la      enfermedad. Todo lo juzgas llevada por las apariencias externas. Pero yo conozco mi      interior, ¿verdad?, Y cuando te grito no hay nada en mí, nada en mi persona, que no sea      causado por la existencia de un mal anterior a mí mismo, previo a mi voluntad, nada en      ninguna de mis más inmundas reacciones que no provenga exclusivamente de mi enfermedad y      no le fuera imputable, sea cual sea el caso, vuelves a esgrimir tus razones equivocadas      que se fijan en los detalles nimios de mi persona, que me condenan por lo más mezquino.        

Pero cualquier cosa que yo haya podido hacer de mi vida,      ¿no es verdad? No me ha impedido retornar paulatinamente a mi ser e instalarme un poco      más cada día. En ese ser que la enfermedad me había arrebatado y que los reflujos de la      vida me reintegran pedazo a pedazo. Si no supieras a qué me había entregado para limitar      o extirpar los dolores de esa separación intolerable, tolerarías mis desequilibrios, mis     
estruendos, ese desmoronamiento de mi persona física, esas ausencias, esos achatamientos.       

Y en virtud de que supones que se deben al uso de una sustancia, que de sólo        
nombrarla oscurece tu razón, me acosas, me amenazas, me arrastras a la locura, me      destrozas con tus manos ira la materia misma de mi cerebro. Sí, me obligas a obstinarme      más conmigo mismo, cada una de tus cartas parte a mi espíritu en dos, me tira a      insensatos callejones sin salida, me destruye con desesperaciones, con furores. No puedo      más, te he gritado suficiente. Deja de razonar con tu sexo,
asimila de una vez la vida, toda la vida, ábrete a la vida, mira las cosas, mírame,      renuncia, y deja al menos que la vida me abandone, se expanda ante mí, en mí. No me      agobies. Basta.

La Cuadrícula es un momento espantoso para la sensibilidad, la materia.        

Extrait de "L'ombilic des Limbes, Le pèse nerfs" 1926

       

Versión de L.S.

       


       





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