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Huellas de leonora carrington - Poemas de Antonio Casares



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Huellas de leonora carrington
Poema publicado el 27 de Mayo de 2011

(Parque del Dr. Morales)

                                                “Y me entregaron como un cadáver
    al  doctor Morales, en Santander”.
                (L. C.)

Poco queda que pueda recordarla:
derribaron los muros que ceñían
el umbrío jardín decimonónico
y sólo algunos árboles vetustos
siguen en pie para dar testimonio
de que estuvo aquí y aquí pasó
la época más triste de su vida.
Nada queda, ni siquiera unas hojas
que inviten a la melancolía
o puedan suscitar nuestra nostalgia,
de aquel laberinto inextrincable
en el que no podía hallar salida
para el desasimiento de su mente,
nada de aquel ominoso edificio
en el que se sintió como una extraña
para ella misma y para el mundo,
exiliada en el reino de la angustia,
aherrojada en su propio estupor.
Nada más allá de una palabras
donde habla de su terrible experiencia
y de la soledad de su alma enferma,
cruel memoria del infierno visible,
como un ángel caído en un abismo
sin fondo, al que llamaba Abajo,
ese territorio imaginario
al que sólo descienden los que miran,
pese al terror, cara a cara a la muerte.
Es la suya una historia abolida
por el fatal imperio del olvido,
como si todo se hubiese conjurado
para guardar eterno silencio
en torno a su dolor infinito.
Doctores tiene la santa locura
para dictaminar sobre el ajeno
comportamiento. No es misión del poeta
juzgar a nadie, ni a la ciudad
que la acogíó con frialdad evidente,
y menos a ella, un ser privilegiado
que supo dar sentido a la poesía
y realidad al sueño del artista,
a ella, que veía lo que otros no ven,
que pintaba lo que nadie ha pintado
acaso desde el tiempo de Altamira,
y daba su belleza a la belleza,
espejo de su alma soñadora,
digna de un lugar entre las musas,
y no de ese desprecio contumaz
que a veces se conjura contra el genio.
Nada queda de ella, nada, excepto
las huellas imborrables que ha dejado
en mi alma de poeta hechizado
por su imagen ya convertida en mito
y la emoción de pensar que aquí mismo,
donde ahora conversan los ancianos
ignorando su vida o su obra,
o juegan los niños indiferentes
a su trágica estancia en esta tierra
que no fue con ella hospitalaria,
aquí, bajo este cielo desolado
que tanto se parece a la tristeza,
aquí, donde ahora siento su presencia
al tiempo que su ausencia irremplazable,
aquí, donde vive su espíritu
libre y amante de la rebeldía
-qué rara sensación al evocarla!-
estuvo, y ya no está, Leonora Carrington.

                                                  (Santander, 7 de febrero de 2008)


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