Leonard cohen en bilbao
Poema publicado el 21 de Octubre de 2011
Hierático, de pie, con la mirada
perdida en las miradas que lo admiran,
como ausente, como una estatua viva
esculpida por las manos del tiempo,
tiene la prestancia de un gentleman
y la galanura de un trovador
que acabara de llegar de Provenza
a lomos de la eterna poesía:
no toca la guitarra, la acaricia
como si acariciara a una mujer,
y las palabras brotan de su boca
como una voz que nace del abismo
con voluntad de hacerse transparente,
sin llegar a perder ese misterio
que sólo pueden descifrar los poetas.
Quizá esté inspirado por las musas
de la verdad que nunca ha sido dicha,
de la belleza oculta entre las cosas.
¿Qué hubiera dicho Keats al oír
lo que profetizaban sus palabras?
¿Qué hubiera dicho Lorca al escuchar
su nombre como un trágico poema
o el eco del barranco de Víznar?
Todo lo que canta es un enigma
y, aunque no entendamos su idioma,
habla una lengua universal,
la de la poesía que a todos conmueve,
la del amor que alguna vez sentimos
y acaso hemos perdido para siempre
en los ciegos laberintos del mundo.
Sus palabras son como los espejos
en los que todos podemos mirarnos
aunque tengamos los ojos cerrados,
hechizados por la fuerza magnética
de su voz y lo que quiere decirnos,
de sus canciones y lo que sugieren,
porque está hecho para fascinar.
Así es como nos llega hasta el alma
y nos deja absortos y perplejos
por la eterna belleza y su expresión,
en el silencio de la noche, a solas
con la emoción intrínseca del arte
que sabe iluminar el corazón,
dar sosiego al espíritu enfermo
de soledad y de melancolía,
y devolver el deseo de vivir
en un mundo abocado a la muerte
de los sueños y de los ideales
a los que necesitan creer en algo,
una emoción verdadera en el alma,
quizá un milagro como Leonard Cohen
para hacernos volar con su múica
hacia el sueño de la libertad.
(Santander, 21 de octubre de 2011)
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Poema publicado el 21 de Octubre de 2011
Hierático, de pie, con la mirada
perdida en las miradas que lo admiran,
como ausente, como una estatua viva
esculpida por las manos del tiempo,
tiene la prestancia de un gentleman
y la galanura de un trovador
que acabara de llegar de Provenza
a lomos de la eterna poesía:
no toca la guitarra, la acaricia
como si acariciara a una mujer,
y las palabras brotan de su boca
como una voz que nace del abismo
con voluntad de hacerse transparente,
sin llegar a perder ese misterio
que sólo pueden descifrar los poetas.
Quizá esté inspirado por las musas
de la verdad que nunca ha sido dicha,
de la belleza oculta entre las cosas.
¿Qué hubiera dicho Keats al oír
lo que profetizaban sus palabras?
¿Qué hubiera dicho Lorca al escuchar
su nombre como un trágico poema
o el eco del barranco de Víznar?
Todo lo que canta es un enigma
y, aunque no entendamos su idioma,
habla una lengua universal,
la de la poesía que a todos conmueve,
la del amor que alguna vez sentimos
y acaso hemos perdido para siempre
en los ciegos laberintos del mundo.
Sus palabras son como los espejos
en los que todos podemos mirarnos
aunque tengamos los ojos cerrados,
hechizados por la fuerza magnética
de su voz y lo que quiere decirnos,
de sus canciones y lo que sugieren,
porque está hecho para fascinar.
Así es como nos llega hasta el alma
y nos deja absortos y perplejos
por la eterna belleza y su expresión,
en el silencio de la noche, a solas
con la emoción intrínseca del arte
que sabe iluminar el corazón,
dar sosiego al espíritu enfermo
de soledad y de melancolía,
y devolver el deseo de vivir
en un mundo abocado a la muerte
de los sueños y de los ideales
a los que necesitan creer en algo,
una emoción verdadera en el alma,
quizá un milagro como Leonard Cohen
para hacernos volar con su múica
hacia el sueño de la libertad.
(Santander, 21 de octubre de 2011)
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