Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Está en la sala familiar, sombrÃa,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro dÃa
vimos partir hacia un paÃs lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente
y la frÃa inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales
se pinta, y en el fondo del espejo,
el rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de nueva vida en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó -la pobre loba- muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿SonrÃe el sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas
Y este dolor que añora o desconfÃa
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresÃa
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavÃa. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
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