Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
I
¡Oh, ángel mentiroso, enseguida, enseguida
tendrÃas que haberlo dicho todo,
y yo te habrÃa dado de beber pura tristeza!
Pero asÃ, no me atrevo; asÃ, ¡ojo por ojo!
¡Oh, aflicción, que infectó la mentira al principio!
¡Oh, dolor, oh, dolor en la travesura!
Oh, ángel mentiroso! ¡No, no es mortal sufrimiento
el del corazón, del corazón que padece un ezcema!
Mas, ¿Por qué tú al despedirte
a mi alma regalas corporal dolencia?
¿Por qué sin objeto me besas cual gota de lluvia,
y, riéndote, me matas, como el tiempo,
por todos, y ante todos?
2
¡Oh, vergüenza! ¡Tú eres una carga para mÃ!
¡Oh, conciencia! ¡Cuántas ilusiones,
aun perseverantes,
quedaron en ésta ruptura temprana!
¡Si yo, una persona, fuese un conjunto huero
de sienes, y labios, y ojos, manos, hombros y mejillas,
por el silbido de las estrofas, por su grito, por el signo,
por la fuerza del dolor, por la juventud de ella,
cederÃa a todos ellos, los llevarÃa al ataque
y te asaltarÃa a ti, vergüenza inmensa mÃa!
3
Apartaré de ti mis pensamientos todos
no de visita ni bebiendo vino, sino en el cielo.
En casa de los amos, al lado, al sonar el timbre,
abrirán la puerta a alguien alguna vez.
Irrumpiré en su casa, en la agitaci6n de diciembre.
La puerta tan sólo y... heme allÃ. Un corredor.
«¿Viene Usted de allá? ¿Qué dicen all�
¿Qué se oye? ¿Qué chismes corren por la ciudad?
¿Se equivoca todavÃa la tristeza?
Y luego susurra: "ParecÃa igualita".
Preparándose desde unos cuarenta pies,
volará la exclamación: "¿Pero es usted?"
¿Tendrán piedad de mà las plazas?
¡Ay, si ustedes supieran qué tristeza se siente
cuando cien veces en el curso del dÃa
le caza la calle camino de las reuniones! »
4
Prueba tú de impedÃrmelo. Ven,
trata de apagar
este acceso de tristeza, que hoy resuena como el mercurio
en el vacÃo, de Torricelli.
ProhÃbeme tú volverme loco. Oh, ven,
atenta a mi estado!
¡No me dejes hablar más de ti! No te avergüences, no,
estamos solos.
¡Oh, apágalo, pues! ¡Oh, apágalo! ¡Con más fuego!
5
¡Tú trenza esta lluvia de codos helados cual olas,
y de manos de raso, cual lirios,
que su propia impotencia trocó en dominantes!
¡Despierta, júbilo ¡A la calle! Cógelos,
porque en este alegre juego has de oÃr
el rumor de los bosques, saturados del eco de cazas
allá en Calidonia,
do Acteón, sin juicio, persiguiera cual gamo
A Atalanta,
donde amaban azules sin fondo silbando
en equinas orejas,
se besaban las persecuciones con fieros ladridos
y caricias se hacÃan con toques de cuerno y crujidos de rama,
pezuñas y garras.
-¡Oh, a la calle! ¡A la calle! ¡Como aquellos!
6
¿Estás desilusionada? ¿Pensabas acaso que en el mundo
nos Ãbamos a separar tras el réquiem del cisne?
¿Acaso medÃas con pupilas dilatadas, cubiertas de lágrimas,
su invencibilidad, contando ya con el dolor?
En la misa caerÃan de las bóvedas pinturas murales,
conmovidas por la música del gran Sebastián.
Pero, a partir de esta noche, mi odio ve en todo
la prolijidad, y me duele no tener una fusta.
A oscuras, recobrándose al punto,
sin pensarlo un instante,
decidió con presteza que todo podÃa arreglarlo.
Que tiempo habÃa. Que el suicidio no le hacÃa falta alguna.
Que incluso eso es también un paso de tortuga.
7
Amiga mÃa, mi dulce amiga. ¡Oh, exactamente igual
que la noche del vuelo desde Bergen al polo,
la cálida plumilla es arrancada por la nieve que cae
de los pies de los somormujos!
¡Te lo juro, oh, dulce amiga, te lo juro,
que yo no me esfuerzo al decirte:
olvÃdame, duerme, mi amiga!
Cuando, como el cadáver del noruego,
borrado hasta las chimeneas,*
contemplando inviernos que no mueven
los mástiles cubiertos de escarcha,
yo vago en resplandores de tus ojos bromistas,
tú duerme, consuélate,
la sangre no llegará al rÃo, amiga mÃa,
cálmate, no llores.
Cuando, igual completamente que el Norte,
uera de los últimos poblados,
a escondidas de los árticos e incansables hielos,
como cúpula de media noche, que enjuaga los ojos ciegos
de las focas,
te digo: no te los frotes, duerme, olvida,
todo es un absurdo.
*Se refiere al explorador noruego Amundsen. (Nota del traductor.)
8
Mi mesa no es bastante ancha para apoyarse en su borde
con todo el pecho y meter el codo
pasado el lÃmite de la tristeza, más allá del istmo
de un perdón excavado a través de tantas verstas.
(Allà es ahora de noche.) Tras tu nuca asfixiante.
(Y se han acostado a dormir.) Bajo el reino de tus hombros.
(Y apagan la luz.) Yo los devolverÃa por la mañana.
RozarÃa el porche con su rama soñolienta.
¡No con copos! ¡Con las manos hazlo! ¡Llegarán!
¡Oh! ¡Diez dedos de tortura, con el surco
con estrellas de la EpifanÃa,
como signos del retraso de los trenes
que marchaban hacia el Norte
en medio de la tormenta de nieve!
9
El piano de cola, tembloroso,
relame la espuma que cubre sus labios.
Este delirio te abate, te hace flaquear.
Dirás: -¡Querido! -No -gritaré yo-,
¡no!
¿Al son de la música? -Pero, ¿se puede acaso
estar más cerca que en la semioscuridad,
lanzando los acordes, cual diario,
por completos a la chimenea, verdad?
¡Oh, comprensión asombrosa, asiente,
asiente y asómbrate! : estás libre.
Yo no te retengo. Vete, haz bien.
Vete con otros. Werther ya está escrito,
y en nuestros dÃas hasta el aire huele a muerto:
abrir la ventana, es abrirse las venas.
1918
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