Canto Órfico
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
La danza ya no suena,
la música dejó de ser palabra,
el cántico creció del movimiento.
Orfeo, dividido, anda en busca
de esa unidad áurea que perdimos.
Mundo desintegrado, tu esencia
reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos
desaprendidos de ver; y bajo la piel,
¿qué turbia imporosidad nos limita?
De ti a ti, abismo; y en él, los ecos
de una prÃstina ciencia, ahora exangüe.
Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola
tuviéramos poder de penetrarte. Yerra el misterio
en torno de su núcleo. Y restan pocos
encantamientos válidos. Quizás
apenas uno y grave: en nosotros
tu ausencia retumba todavÃa, y nos estremecemos
R una pérdida se forma de esas ganancias.
Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi,
brazos del no-saber. Oh fabuloso
udo paralÃtico sordo nato incógnito
la raÃz de la mañana que tarda, y tarde,
do la lÃnea del cielo en nosotros se esfuma,
tornándonos extranjeros más que extraños.
En el duelo de las horas, tu imagen
atraviesa membranas sin que la suerte
se decida a escoger. Las artes pétreas
recógense a sus tardos movimientos.
En vano: ellas no pueden ya.
Amplio
vacÃo
un espacio estelar contempla signos
que se harán dulzura, convivencia,
espanto de existir, y mano anchurosa
recorriendo asombrada otro cuerpo.
La música se mece en lo posible,
en el finito redondo, donde se crispa
una agonÃa moderna. El canto es blanco,
huye a sà mismo, ¡vuelos! palmas lentas
sobre el océano estático: balanceo
del anca terrestre, segura de morir.
¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos
y conmovidos miembros naturales
y lÃmpido reinaugura
el ritmo suficiente que, nostálgico,
en la nervadura de las hojas se limita,
cuando no forma en el aire, siempre estremecido,
una espera de fustes, sorprendida.
Orfeo, danos tu número
de oro, entre apariencias
que van del vano granito a la linfa irónica.
lntégranos, Orfeo, en otra más densa
atmósfera del verso antes del canto,
del verso universo, lancinante
en el primer silencio,
promesa del hombre, contorno aún improbable
de dioses por nacer, clara sospecha
de la luz en el cielo sin pájaros,
vacÃo musical a ser poblado
por el mirar de la sibila, circunspecto.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
La danza ya no suena,
la música dejó de ser palabra,
el cántico creció del movimiento.
Orfeo, dividido, anda en busca
de esa unidad áurea que perdimos.
Mundo desintegrado, tu esencia
reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos
desaprendidos de ver; y bajo la piel,
¿qué turbia imporosidad nos limita?
De ti a ti, abismo; y en él, los ecos
de una prÃstina ciencia, ahora exangüe.
Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola
tuviéramos poder de penetrarte. Yerra el misterio
en torno de su núcleo. Y restan pocos
encantamientos válidos. Quizás
apenas uno y grave: en nosotros
tu ausencia retumba todavÃa, y nos estremecemos
R una pérdida se forma de esas ganancias.
Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi,
brazos del no-saber. Oh fabuloso
udo paralÃtico sordo nato incógnito
la raÃz de la mañana que tarda, y tarde,
do la lÃnea del cielo en nosotros se esfuma,
tornándonos extranjeros más que extraños.
En el duelo de las horas, tu imagen
atraviesa membranas sin que la suerte
se decida a escoger. Las artes pétreas
recógense a sus tardos movimientos.
En vano: ellas no pueden ya.
Amplio
vacÃo
un espacio estelar contempla signos
que se harán dulzura, convivencia,
espanto de existir, y mano anchurosa
recorriendo asombrada otro cuerpo.
La música se mece en lo posible,
en el finito redondo, donde se crispa
una agonÃa moderna. El canto es blanco,
huye a sà mismo, ¡vuelos! palmas lentas
sobre el océano estático: balanceo
del anca terrestre, segura de morir.
¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos
y conmovidos miembros naturales
y lÃmpido reinaugura
el ritmo suficiente que, nostálgico,
en la nervadura de las hojas se limita,
cuando no forma en el aire, siempre estremecido,
una espera de fustes, sorprendida.
Orfeo, danos tu número
de oro, entre apariencias
que van del vano granito a la linfa irónica.
lntégranos, Orfeo, en otra más densa
atmósfera del verso antes del canto,
del verso universo, lancinante
en el primer silencio,
promesa del hombre, contorno aún improbable
de dioses por nacer, clara sospecha
de la luz en el cielo sin pájaros,
vacÃo musical a ser poblado
por el mirar de la sibila, circunspecto.
Orfeo, te llamamos, baja al tiempo
y escucha:
sólo al decir tu nombre, ya respira
la rosa trimegista, abierta al mundo.
Versión de Jorge Gaitán Durán y Dina Moscovich
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