Poema nÚmero uno
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Ahora sÃ. Tú puedes ya mirarme.
Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurÃas cárdenas del vino.
Ahora sÃ. Tú puedes ya mirarme. ..
Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el rÃo
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.
Una vez quise abrir tu paraÃso
con una aguja débil de rocÃo.
Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.
Amo la soledad, la sed, el frÃo,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.
SÃ: ya puedes mirarme.
Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.
Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.
No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.
Amo la desnudez de los caminos.
SÃ: ya puedes mirarme.
Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.
Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.
¿ Te gustó este poema? Compártelo:
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Ahora sÃ. Tú puedes ya mirarme.
Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurÃas cárdenas del vino.
Ahora sÃ. Tú puedes ya mirarme. ..
Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el rÃo
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.
Una vez quise abrir tu paraÃso
con una aguja débil de rocÃo.
Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.
Amo la soledad, la sed, el frÃo,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.
SÃ: ya puedes mirarme.
Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.
Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.
No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.
Amo la desnudez de los caminos.
SÃ: ya puedes mirarme.
Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.
Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.
¿ Te gustó este poema? Compártelo:
Compartiendo el poema con tus amigos en facebook ayudas a la difusión de estas bellas creaciones poéticas y ayudas a dar a conocer a los poetas.