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Preludios - Poemas de Cintio Vitier



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Preludios
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

1
Al despertar el primer gesto es para ti,
oh voluptuosidad perdida,
sacando de la luna y de los muros que se unen
como la flauta silenciosa del bastardo,
en las hojas lejanas una sílaba intacta.
              
Una hoja soplando su ventura
en el peso de la noche que desprende los espacios
como la sal de su cuerpo el que mira al horizonte,
y allí la renuncia de los días más amados
cayendo hacia el espejo donde el viento no se oye.
              
Los amantes aún dormidos como astros
que pierden los poderes de la duda
y se vuelven un lúcido paisaje testifican
el abandono de los sitios de dulzura, la paciencia
tirada junto al mar como un escombro.
              
Yo pregunto por ti,
oh voluptuosidad perdida,
y es la piedra de esplendores insaciables
lo que toca mi paladar como si yo me uniera
con el blancor del ave que remonta.
              
2
¿Cómo empezar, olvido, si el ave no ha empezado?
¡Rompe los textos silenciosos de la brisa,
la nieve de la noche cuando el cuerpo desnudo se le escapa
y amanece otra tela resonando en otra playa!
¿Cómo nombrar la vida con el humo,
la sangre con la calma vacía de los vastos almacenes
o con la humedad rosada que era la noche de la luz?
              
¡Rompe la piedra salvaje para mi tacto,
la risa del salado amanecer para mi vida
de lentitud igual a la celeridad del fuego!
              
¿Dónde ceñir el frenesí desierto
y los hogares a lo largo de la costa pálida mordidos
por una bestia más tranquila que la noche?
¿Cómo empezar, olvido, si tú jamás acabas?
              
3
Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres
grandes y pálidas
oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado.
Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción               
clara y sumisa,
los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el               
firmamento vacío.
              
Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las
islas felices,
un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.
              
4
Allí donde la vida es la palabra ya en desuso,
la palabra del detritus y el silencio
que olfatean los perros, que desuella la luz
sentenciosa y delirante como ultrajada madre;
allí donde maduro el arlequín
disfrazado de tiempo y de mendigo
mira al caballo que resbala en la calle húmeda, sonríe
vagamente al nacimiento de un sonido
que es el sol de los ancianos,
yo miraba el arco de la medialuna y repetía:
voy a morir como la flor.
              
El mar a lo lejos aún suspira
fatigosamente incorporándose y cayendo en la penumbra.
Y el rosa desabrido que levanta
una página delgada y polvorienta en la memoria,
velado y hosco el mediodía, remolino de su bestia pura,
las tardes de redes y de viento como flor de espacio,
aún me imponen la dulzura de sentir               
la palabra del escándalo saliendo de las últimas bujías
que batallan con la respiración del tiempo entre las rocas.
              
«Voy a oír como la flor», y contemplaba
las desérticas mujeres que barren y resisten
hasta que sus ojos alcanzan el esplendor de la luna
y un carruaje silencioso rompe ante sus labios la ciudad
remota
              
5
Más rápido que yo mi sueño avanza
como el río cuya lentitud era la vida.
              
Está el abrupto atardecer fijo en mis ojos
con ese arabesco en el vacío hiriente
de las nubes borrascosas y rosadas que se rompen,
con ese voluptuoso arder de la ignominia en la dulzura
que me atraviesa disfrazado de mujer y ave.
              
Pero el sueño se detiene un instante desgarrador en otro
mundo
y canta como la luz, más desierta que el tiempo.
              
«Abridme las puertas de los días quemados
para que al fin yo estruje la rosa salvaje en el patio marino,
para que al fin yo atraviese una calle baldía del mundo
y conozca la playa infernal donde un niño está cazando,
con un hilo imposible, soledades, cangrejos.»
              
6
Estalla la ola en arrecife
que sale de la noche como deslumbrante sílaba
de la palabra que me apresa. El tiempo
de la flor está pasando
en el hogar cerrado, en la mansión vacía
de memoria.
              
¿Qué palabras,
qué vírgenes de sueño y de sonido
resistirían el contacto de una gota de este mar
o el soplo del espacio despertado? ¿Qué argumento               
-aun aquél, ilegible, con que el hombre
quema la eternidad de su deseo en una calle
fabulosa, mordida por la nada- y el escándalo en sus ojos
le deslumbra la historia?
              
Mi soledad entretejida
por el iris fugaz del imposible
con la gloria de las bestias absolutas en el agua y en el viento,
abre el frío desierto de los nombres.
              
Afuera está el tesoro, vivas alas de olvido,
fauces totales de la lejanía.
              
El tiempo
de la flor está pasando; la ola estalla,
otra vez, en lo oscuro.




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