Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibà su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestÃa de fiesta
y salÃa a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
TodavÃa lo veo
jugando ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistÃa
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mÃ.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles
ParecÃan más blancas las paredes.
Y habÃa alguien más,
usted le hacÃa señas.
El le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme
Le prohibo que vuelva.
Cada vez que los veo
me recorre las vértebras el frÃo.
No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto con los niños.
Reconocà su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridÃculo traje de entretiempo.
No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardÃn.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reÃr un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabÃa.
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