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Primera parte - Poemas de Claudia Lars



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Primera parte
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Nadie contó la inmensa muchedumbre
de espíritus que, en torno de su lumbre,
cantan sus alabanzas inmortales.
Sus infinitos rostros reproducen
la faz tremenda y la visible espalda.
      Yehuda Halevy
(Los ángeles del Cielo del      Altísimo)

       


       I
Me salva de mí misma:
huésped del alma en alma devolviendo
la palabra que abisma,
lo que entiendo y no entiendo
por este viaje en que llorando aprendo.
       
Amoroso elemento
forma su fina y leve arquitectura;
con ágil movimiento
de flor sin atadura
abre su vuelo reino de blancura.
       
Sube de mí, conmigo,
a cumbres de silencio, a ruido vano;
siendo el eterno amigo
con invisible mano
siembra fuego cantor en barro humano.
       
Su llamada secreta
colma venas de noche, luz vigía;
es canción y saeta,
profunda compañía,
íntimo sol... para mi breve día.
       
Le he visto por la nube
con rabel de pastor cuidando sueños;
por su arboleda anduve
sobre aromas pequeños,
y era el abril de verdes abrileños.
       
Cuando el clavel tenía
edad de tierna boca adolescente;
cuando el gorrión ponía
aleteo en mi frente,
él ya me daba su lección paciente.
       
Mi soledad le pide
alta verdad y voz corregidora;
sé que su tiempo mide
vida razonadora
y miseria viviente, hora tras hora.
       
Calor sin mengua vierte
en puertasola, bajo nieve hundida;
amando me convierte
en amante aprehendida,
y ya no puedo estar semidormida.
       
Contraluz de mi pecho
a veces me lo vuelve casi nada;
mas del soplo deshecho
su pena derramada
es goce de otra cita enjazminada.
       
Isla de mar adentro,
donde dulce marea crece y canta;
iluminado centro
que hasta el cielo levanta
angélico poder de mi garganta.
       

       

       II
Ángel enamorado
de la doliente casa de los hombres;
criatura sin pecado
que dejas, olvidado,
el nombre eterno en terrenales nombres;
       
tu escondida presencia
es un fulgor que canta o que suspira;
la muda confidencia
se escucha en la conciencia
y a veces... con el aire se respira.
       
Proclamo tu blancura;
quiero explicar espacios que no entiendo:
aquí... mi luz oscura,
allá... lágrima pura,
y el mundo su ceguera defendiendo.
       
Si tu mano en mi mano
coge parte del río que se bebe;
si la hoja y el grano
del pulsante verano
son en tu fino amor latido breve;
       
prolongado latido
es en mi corazón lo que despiertas;
y vives recogido
en mi frente o perdido
por esta noche de cerradas puertas.
       
Escucho los rumores
que vienen de la pálida ribera;
con mis versos menores
y mis grandes amores
persigo la existencia verdadera.
       
Tu designio me obliga
a encontrar el camino innominado;
tu desvelo me liga
a dolor y fatiga
del que va con el grito desgarrado.
       
Alumbras y sostienes;
brotan dulces praderas de tu aliento;
estás conmigo... vienes
del soplo que mantienes
en vasto y poderoso movimiento.
       
Buscándote en mi sombra
-entre el miedo de ser y de acabarme-
cuando el alma te nombra,
al nombrarte se asombra
de que quieras oírme y ampararme.
       
Morador de mi sueño:
por tu brasa de luz, por tu alborada,
este día pequeño,
este fugaz empeño,
son tu abismo de vida y tu posada.
       

       

       III     
El constructor radiante,
dueño de la virtud que aquí sostiene
la línea vacilante,
el asombrado instante
en que la forma realidad obtiene;
       
dibuja lo más leve,
suelta un águila blanca sobre el día,
frondas y ciervos mueve
en verde lejanía
y es piedra y flor... ¡tenaz sabiduría!
       
Por latidos de aroma
y por vuelos finísimos del trino
inaugurado asoma,
y en inefable idioma
nos da su pulsación y su destino.
       
Otros ángeles miran
la vida en plenitud diferenciada;
y al contemplar admiran
y en beatitud aspiran
la múltiple energía desatada;
       
pero el más refulgente
-en la idea central de lo que existe-
de sonido viviente,
de mar inteligente,
ve surgir la experiencia que persiste.
       
Las torres de su altura;
el agua de los lirios, hasta el fondo;
mi cuerpo -esta envoltura
de la humana criatura-
con el cual le descubro y le respondo;
       
brotan de su desvelo
y están en su dominio contenidos:
hijos de fuego y hielo,
por la tierra y el cielo
despertando, despiertos y dormidos.
       
Pregunto: ¿dónde, cuándo
su incomprensible rostro será mío?
Me voy enamorando
de lo que ando buscando
por secretos de llanto y de rocío.
       
Si el corazón pudiera
seguirlo -con deseo largo y fuerte-
mi sombra, tan severa,
olvido... olvido fuera
como el suave olvidarnos en la muerte.
       
Ángel: días rectores
me dan breves atisbos de la espera;
con fríos punzadores
y ceniza de flores
ando el invierno, porque soy viajera.
       
Sin cansarme persigo
la solitaria luz que adentro arde;
angustiada te digo:
territorio enemigo
voy a cruzar... y a veces soy cobarde.
       
Siento que no me dejas;
conozco tu fulgor, de ahora y antes;
si pienso que te alejas
advierto que reflejas
la eternidad en luces caminantes.
       

       

       IV     
Cuerpo: casa profunda
donde el ángel esconde su secreto;
tu sombra le circuncida
y tu sangre le inunda
de humano palpitar, vivo y completo.
       
La luz que nace, ardiendo,
y habla en fulgor más que en palabra oída,
aquí me está diciendo
que con su ayuda enciendo
alta verdad, apenas comprendida.
       
Memoria de aquel vuelo...
Descenso en constelada resonancia...
Un persistente cielo
recogido en el ansia
de alcanzar con el pecho la distancia.
       
Pedir sobre la tierra
rostros que alumbran, lumbre que humaniza;
saber que estoy en guerra
con mi propia ceniza:
¡puñado de la tierra movediza!
       
Es el ángel... lo siento
aletear como blanca mariposa;
urgido sobrealiento,
tenaz presentimiento
de un despertar en patria más dichosa.
       
¡Mirad mi paso triste
buscando... por el bosque tan oscuro!
Guardián de lo que existe
inclinado me asiste,
dándome briznas de su día puro.
       
La historia del suspiro,
el sueño todavía encarcelado,
mi noche y mi retiro,
tu mar atormentado,
forman su cuerpo y alzan su cuidado.
       
Gramilla, banderola
de palma joven, de poder que mece
en el nido y la ola
lo que nunca envejece:
ángel que en tierra lucha y permanece.
       
¿Quién no vio cuando llega
-alado amor- a formas silenciosas?
Fragante se me entrega
en un ramo de rosas:
ángel de flores y pequeñas cosas.
       
Sobre el áspero helecho,
entre juncos y venas de agua pura,
hunde manos y pecho
y verdea y madura,
vistiendo y desvistiendo su hermosura.
       
Hasta el cardo rastrero
tiene un ángel silvestre que ha tejido
con delicado esmero
y afán inadvertido
la flor de las espinas y el olvido.
       
Mi soledad consciente
del portador de esencias inmortales,
halla en mi propia frente
-tras la puerta doliente-
el reino de su vuelo y sus señales.
       


V
De un trasmundo escondido
llega con su horizonte y con su fuego;
en cuerpo de hombre hundido
por camino tan ciego
suelta el humano y solitario ruego.
       
Nadie sabe que viene
hasta mi corazón, de mi pasado;
el amor que mantiene
lo define a mi lado
y lo entrega de amores coronado.
       
Viajero suplicante
al pie del hospedaje sensitivo;
¿en qué playa distante
y en que río cautivo
diste una vez tu oscuro fuego vivo?
       
Traes laúd amargo,
con pájaros de sal en el cordaje;
del recuerdo -tan largo-
y el desafiante viaje
nace la sabia flor de tu linaje.
       
¿Dónde surgió el impulso
de agua que busca la llanura sola?
¿Fue en un limo convulso,
que nutre y enarbola
rama vivaz y salto de amapola?
       
¿O fue en tu mar borrado
-hoy en relatos, para el día triste-
en mi país deseado,
el planeta olvidado
que encontraste en su fábula y perdiste?
       
Debajo de los ojos,
por el agrio misterio de la entraña,
entre sargazos rojos
y ardorosa montaña
el ayer de otra vida me acompaña.
       
Cuando el ciprés refiere
esta profunda historia de gusanos
el espino me hiere
con sus muchos veranos
y revivo el entierro de mis manos.
       
Pero también evoco
algo... como el rosal de la semilla;
despacio, poco a poco,
con potencia sencilla,
abre la noche rosas en su orilla.
       
No importa dónde y cuándo:
somos el soplo de aquel día ausente;
hablemos, recordando
nuestro viaje obediente
a la frágil llamada del presente.

                     

       Segunda parte

Preguntáronle al amigo qué cosa era
bienaventuranza, y respondió: malandanza
sostenida por amor".
      Raimundo Lulio.
      (Del amigo y del amado)

       

       I
Se abre la suelta flor de mi alegría,
se abre con su aventura;
es la más fina posesión del día,
su encendida locura;
se abre... porque de nieblas del invierno
y sellado letargo
llega el amor -el jubiloso eterno-
con este deslumbrante beso largo...
       
Maduro está el rosal en sus ardores,
madura la corona de la espiga,
beben un aire azul los labradores
y descansa la hormiga;
escogidas distancias
celebran golondrinas forasteras,
y cálidas fragancias
dan a mi pecho todas las praderas.
       
Ni mayo con sus leves mariposas
ni junio con sus grillos
tienen -como este agosto de mis rosas-
tan hondos amarillos;
ya viene el corazón de la arboleda,
ya viene... palpitante,
trayendo paraísos de reseda
y el tímido candor del agua errante.
       
Sobre apretada hostilidad de abrojos
el salto de la cierva;
perdidos en olor de lirios rojos
tres duendes de la yerba;
el huésped de la luz regocijado
bajo el día sonoro
descubre en mi cintura, en mi costado,
el revivir de sus abejas de oro.
       
Vestido de sus limpios elementos,
prometiendo su alianza
mostrándonos el nudo de los vientos
y el duradero mar de la esperanza;
seguro... porque cumple su promesa;
por su pasión alada;
dentro de su dominio resplandece
hasta la oscura zarza desgarrada.
       
Despierta las semillas en reposo
y canta dondequiera;
estableciendo el tránsito amoroso
proclama la mañana pajarera.
Estoy en el incendio florecido
-salamandra en su llama-
y me entrego al amor incomprendido,
porque sé que me ama...

              

       II
He descubierto tierras extasiadas
en este amor, tan vivo...
Tengo suaves alcores y majadas
y el follaje impulsivo.
¿En dónde las orillas amorosas?
¿En qué huerto el espliego?
Un fino sur de palmas orgullosas
me da su verde fuego.
       
Se enciende la torcaz como una brasa;
se encienden los espinos;
hay un silencio que volando pasa,
con nombre de caminos;
isla de mis abejas, claro monte
de aroma duradero;
llamada de horizonte y horizonte,
desde el amor primero.
       
El río de los sueños, la blancura
del alba desenvuelta...
Aprendo los colores de espesura
y doy por dulces bosques media vuelta.
La tierra de mi luz y de mi sombra
inventa sus riberas
y con alados tréboles alfombra
azules cordilleras.
       
¡Qué baile infatigable el de las rosas!
¡Qué gajo tan desnudo!
El aire de las hojas rumorosas
lleva y devuelve su violín agudo.
Residencia del nardo, flor candente
en su propio latido:
la tierra de tu pecho y de mi frente
es doble semillero florecido.
       
Voy con esta alegría desatada
del naranjo a la higuera.
¿Quién me llama la bienenamorada
y quién, la colmenera?
Montaña indagadora nos recuerda
que el mar es su vecino,
para que no se esconda ni se pierda
el vislumbre marino.
       
Ya sube el gavilán como saeta
a la más libre altura;
ya entrega soledades la violeta
en su verde atadura,
comarca del encuentro, mediodía
de trémulos parajes:
mi cuerpo... mi camino... la osadía
de entrar en el temblor de tus ramajes.

       


       III
Nace el amor en tallos de la muerte
como flor presurosa;
nunca el amante corazón advierte
espadas del jardín sobre la rosa;
nace el amor... y apenas resplandece
quiebra su rojo vuelo.
¿A qué extraños mandatos obedece
por el aire y el suelo?
       
Nace el amor... y aquí su llama ardida
no deja casi nada;
lo que era ayer el centro de mi vida
se vuelve ciudadela abandonada.
¿Apaga el corazón los finos verdes
que este cielo derrama?
¿Diré que oscuramente tú los pierdes
por el musgo y la grama?
       
Vengo del fuego dulce, de la inmensa
claridad recibida;
soy la que nada sabe... la indefensa
criatura agradecida.
¿En dónde se refugian los panales
con sus líquidas flores?
¿En dónde el higueral, los manantiales
y mis siete colores?
       
Miro el día deshecho entre mis brazos;
recojo la ceniza;
guardo el eco dolido de unos pasos,
que ya no van de prisa;
si he de alcanzar las dulces amapolas
y el camino vehemente
tengo que desgarrar mis manos solas
y hasta olvidar mi frente.
       
Abro la noche... siento cómo vive
encerrada en su hielo;
su dilatada entraña me recibe
con algo de recelo;
descienden las raíces hasta el fondo
del jardín sumergido
y un ciego palpitar, que casi escondo,
es mi día perdido.
       
¡Ah, frágil regocijo de blancura!...
¡Ah, mi amor volandero!...
¿En qué nuevo dominio la clausura
de aquel verano entero?
Aunque soy del amor, ya no persigo
su cítara o su espada,
y estoy en mi pregunta, en mi castigo,
como muerte olvidada.

       


       IV
Quiero decir -amor- aquel encuentro
y su dulzura breve:
el girasol con una abeja dentro
del amarillo, que a girar se atreve;
cálido el musgo, la hojarasca en llamas
y el abrazo tan ciego,
que hasta el humilde olor de las retamas
volaba ardiendo, como puro fuego.
       
Una paloma -fina gemidora-
en su orilla de espera.
¿Canta el granado?...¿Palpitando llora
ausente datilera?...
Enamorados ríos
van por mi frente, con su dulce peso,
y endulzados rocíos
dan a la rosa su color espeso.
       
Nuestra amistad humana
en la casa de arrimos y de antojos;
yedra madura, siempre en la ventana,        
y pardas golondrinas en mis ojos;
el amor y su muerte
por el ángel del beso conducidos,
y el beso que convierte
en verano frutal nuestros sentidos.
       
Un verano cautivo
descubro por camino de rumores;
lo encuentro, rojo y vivo,
detrás de un palpitar de ruiseñores;
espacio de añoranza,
pulsación de radiante mediodía
son mi césped de ayer -en lontananza-
repitiendo sus valles todavía.
       
Visitante que dejas
este rumbo tenaz, de pensamiento;
tañedor que en la música te alejas
y vuelves con tus arpas, como el viento;
la casa te reclama
en sombra iluminada y en neblina,
y antigua flor proclama
el bosque amigo y tu especial colina.
       
¿Por qué sien, por qué vena
debes volver -amor- a tu posada?
¿En qué oscura azucena
he de salvar mi abeja lacerada?
Decid, decid cantando
el prado, el río, el colmenar sin dueño,
y sabed que demando
un amor vivo en este amor de sueño.
       

       

       V
Era la esbelta casa de mi sueño,
viva al fin en su todo...
Horizontes de amor en lo pequeño
encontraban refugio y acomodo.
Era un nombre, tan mío,
siempre en llamadas de la voz urgente,
y eran las dulces yerbas del estío
con su tarde madura y floreciente.
       
Dueño de mi secreto
invade mi alegría y la apresura:
humano amigo del amor completo
uvas gustando, de la viña pura;
casi al azar... en sombras de pradera
donde afinan antenas las gramillas,
esperaba, transido por la espera,
entre aroma de salvias amarillas.
       
Adentro de la casa
un quiero estar allí... porque así quiero;
pájaro-corazón que el pecho abrasa,
¡pájaro eternamente aventurero!
De noche -la guardiana-
congregaba abandonos y fatigas,
y luego, en la mañana,
abría en cada voz luces amigas.
       
Otras veces la casa levantada
hasta el cielo absoluto:
muros de luna y sol, alta posada
de un siglo en un minuto;
país del soplo errante, voladora
heredad del halcón y de la flecha...
Iba la casa a repetida aurora,
sin ser jamás para la aurora estrecha.
       
En derredor la gente nada sabía de la casa en vuelo;
sus alas libres, su estructura ardiente
eran el palpitar de nuestro cielo;
espacio trascendido,
mínimo ardor en suelta llamarada:
el vuelo de la casa sostenido
por el labio feliz o la mirada.
       
¡Casa de mi alegría,
ahora en lo angustioso de la espera!
Color de sus ramajes... ¿quién podría
hallar la rebosante enredadera?
Dime, casa cerrada:
¿por qué crecieron sales en tus muros?
¿por qué la enamorada
perdió tu llave en dédalos oscuros?
       
No acabo de llorar la puerta herida
y la casa borrada del paisaje;
su alero familiar y su medida
son y serán mi sombra de hospedaje.
Vocación de soñarla
me hace sentir su orilla de corolas,
y a fuerza de vivirla y de buscarla
en mundos de otras casas vivo a solas.
       
Tal vez regrese un día -casalumbre-
al sitio enmudecido y receloso;
tal vez tengas al fin la certidumbre
de que te guardo en llanto poderoso;
salvada en pensamiento
persigo en ti lo que en mudez escondes,
y estoy como la lluvia, como el viento,
llamando... para ver si me respondes.
       

       

       VI
Amor, dardo escondido
que hieres el silencio y lo entristeces;
ausencia del perdido,
creciendo como creces
lloras su helado nombre cien mil veces.
       
Me has dejado muriendo
de muerte lenta, que por lenta es muda;
tus señales no entiendo
ni el corazón me ayuda:
¡aprendo sin gemir muerte desnuda!
       
La noche del suspiro
duele por dentro en sal desesperada;
la sombra que respiro
como noche salada,
es mi propia tiniebla apasionada.
       
Para nombrarte quiero
playa ceñida de aventadas olas;
el paraje severo
sin flor de caracolas:
¡isla de estar y de llorar a solas!
       
El adiós sollozante
ofrece todavía su amargura;
por tuyo y por amante
es viva quemadura:
el filo de una llama que perdura.
       
¿Enseñaré al olvido
a borrar los secretos de tu fuego?
¿Permitiré al caído
amor, doliente y ciego,
a esconder en mi voz el dulce ruego?
       
Si era tuya la rosa,
y mío el verde-azul de los laureles;
si la luna amorosa
tuvo ardientes lebreles,
¿por qué esta soledad en noches fieles?
       
Ya es la tarde de octubre;
ya el árbol inclinado casi reza;
ya la vida descubre
su lección de tristeza
y el río amargo donde el llanto empieza.
       
Alondra confidente
recoge en sus ardores mi reclamo
y te ofrece el ardiente
lucero que derramo:
el mundo de la noche en que te llamo.
       
Llevándote mis sienes
y el rumor de una oculta marejada,
en sombra que mantienes
hunde rosa quemada
y es flauta limpia en limpia madrugada.
       
Para el tiempo que viene
promete el corazón del verde grano,
el eco que sostiene
memorias de un verano
y estas liras pulsantes en mi mano.

              


       Tercera parte

       

La primera creación de Dios fue la      luz
de los sentidos; la última fue la luz de
la razón. Su obra del Sabbath es, desde
entonces, la iluminación del espíritu.
      Bacon
      (Ensayo sobre la verdad)


       

       I
De nuevo el silencio vigilante...
       
De nuevo aquí, en su noche
poblada de semillas inmortales
y pájaros dormidos;
profundamente el ángel invencible:
esa leve presencia sin pasiones,
alumbrando las frentes que descansan.
       
De nuevo su mañana de luz virgen;
su lirio mensajero;
el fino colibrí -casi arco-iris-
la mujer, ya sembrada,
y mi voz... con el árbol de palabras.
       
Llega por el olvido;
por senderos que brotan de sus pasos;
bajo el temor gozoso
de sentirnos humanos;
tal vez en el afán inexplicable
de perseguir su nombre
como nombre del alma.
       
De nuevo...

Su blanco resplandor detrás vivía;
sus alas poderosas
       sean la protección de mis espaldas;
pero el ojo que entiende
la luz -y con la luz mundo del ángel-
escogió palideces de la luna
y el horizonte falso.
       
Cambié al celeste amigo,
al fundador de mi ciudad profunda,
por rostros inasibles,
mentiras del laurel sobre las aguas
y jardines de humo.
       
Lo vendí, lo olvidé, no quise oírle ,
porque un cantor ardiente iba dejando
su voz en mi regazo,
mientras nacía -dentro de mis sueños-
aquel tiempo de júbilo.
       
No pude estar con él y con el otro.
No pude dividirme.
Y el hombre del camino fácilmente
penetró en el sagrado territorio,
que siempre fue del ángel.
       
Jamás un compañero, un amoroso,
había descubierto
mis escondidas grutas de verdades;
nunca, en ningún momento de abandono,
entregué los secretos
que traducen la muerte en opulencia
de criaturas naciendo con sus lágrimas.
       
Pero esta vez equivoqué el encuentro,
los nombres, las imágenes;
di musgos y temblor de adormideras
a quien apenas recogió mi dádiva,
y caí como abeja mal herida
entre verdes gusanos.
       
¡De nuevo mi guardián, mi jardinero,
en el huerto apagado!
¡De nuevo con rocíos que trabajan
en las siembras hundidas,
en los brotes pequeños
y en las flexibles ramas!
       
¿Entendéis por qué digo que regresa?

Al fin quiero mirarle.
Eran mis ojos, bajo nieblas mías,
los ciegos y cobardes.
       
No podía morirme en mi castigo,
ni mantenerme en el vivir nublado.
       
Tenía que decir: ¡el ángel vive
ahora como ayer... y antes del antes!
       

II
Le confiaron mi cuerpo temeroso
y la pequeña luz de mi conciencia.
       
Arriba, adentro, abajo, no sé dónde,
conoció rostro y rostro que usaría
yo... con cada pecado.
       
También midió las noches venideras,
el mar y sus naufragios,
los vientos -de poderes increíbles-
las corrientes amargas.
       
¡Capitán de tormentas,
buscó en mi corazón fondo de mares!
Bajó a la casa oscura;
penetró en ella, como luz de sangre;
abrió puertas que nunca recibían
el aire iluminado;
trajo su blanco aliento
y fue calladamente a todas partes,
con el día de amor en la terrestre
palpitación humana.
       
Levísimas fragancias
-traslúcido regalo de sus dedos-
supo verter encima
de las flores sin nombre.
       
El místico jardín esconde siempre
amorosos designios.

Me dio el aire y el tacto,
el éter y el oído,
la tierra y el olfato,
el paladar y el agua,
la luz, y los colores en la vista.
       
Además, sin decirlo,
se nombró celador de aquel dominio.

¿Qué relámpago puro
me señala los números sagrados
y me hace ver la esencia que mantiene
alta mi frente, como flor pensante?
       
¿Es el joven celeste, el mensajero
del esparcido rayo?

¡Si yo tuviera un cuerpo de neblina!...
¡Si fuera tan ingrávida
como el vuelo del ángel!        

Pero hundida en mi agobio,
condenada al castigo de mi carga,
aprendo por trayectos corporales
el modo de encontrar, dentro del cuerpo,
la más celeste gracia.
       
¿Va mi pecado -en su interior dolido-
buscando la conciencia de los ángeles?
       
Batalla de mi cuerpo
con su propia substancia.
El animal acaba lentamente
y va naciendo el ángel
en las manos del ángel.
       

III
Yo debo celebrarte -cuerpo mío-
recordando enseñanzas recibidas
por los húmedos ojos;
por las manos que palpan todo aquello
que viene de la tierra;
por los pasos, llevándose al camino
el ruego de la sangre.
       
Y debo rechazarte -traicionero-
porque olvidas, de pronto, lo aprendido
en la casa del ángel.
       
Te celebro un momento, te rechazo,
pero te vivo siempre
con la vida y sus cambios.
Tan simplemente cumples tus deseos,
sin recordar tu cielo penetrante;
tan atrevido alcanzas muchedumbres
nutriendo tus mentiras,
cegando tus batallas,
que a ratos me pregunto si mereces
edades que ya tienes
y este nombre mortal, pero encendido
en fuegos inmortales.
       
Te dieron frente y voz para salvarte.
¿Y qué has hecho con ellas?... ¿Di, qué has hecho
sino perder los siglos, las piedades,
borrando hasta el ensueño
de patrias donde eternos conductores
establecieron -para ser vividos-
los altos y perennes mandamientos?
       
Muerdes el pan como se muerde el fruto
y el bocado que viene
de un grito de agonía prolongada;
aún no apartas la harina de la sangre
y hieres en el círculo de miedo
al trémulo animal, al indefenso...
       
Vas con el odio -el hacedor de noches-
hundido en tu misterio,
y obedeces su sombra y lo alimentas
con fuerzas substanciosas.
Eres el que combate por la muerte,
alzando como limpios
estandartes de odio.
       
¡Pobre triste... pidiendo a las estrellas
sus radiantes campiñas!
¿Por qué no tratas de encender los cielos
que llevas escondidos en la interna
mansión del vigilante?
       
Puedes llegar a todos los planetas,
sembrar valles de luna,
perderte más allá de las esferas
que cantan, por azules infinitos,
mejor que ruiseñores.
       
¿De qué te servirán tan altos vuelos,
con alas que no brotan de ti mismo?
¿De qué tanta palabra constelada,
si todavía guardas las ortigas
y llevas como parte de tu sangre        
estos violentos ríos de exterminio.

¡Polvo se hará tu mundo por el aire,
si no te asiste el ángel!
Más... ¿Acaso podría
el fino morador desampararte?
¿No te ofreció en la casa de las tinieblas        
iluminada estancia?

Conducido por él has de llegar
a su reino entrañable,
y entonces todos los que van contigo,
contigo han de salvarse.
       
Porque lo más viviente de la vida
en tu pecho descansa
y el huésped inmortal el silencioso        
siempre alumbró tu viaje.

Ya tienes el paraje que descubre
los caminos del alma;
ya encuentras en amor el día humano
y el indagar de aquéllos
que son tus semejantes.
       


IV
Corro a tu luz
y busco...
       
Gozoso me recibe
el ángel de la espera.

El cuerpo tuyo, el mío,
       
El cuerpo mío, el tuyo, ya se entienden
en un silencio santo;
ya saben que hay un nombre sin sonido,
que une todos los nombres;
un rostro eterno, libre de dolores,
proyectando mil rostros...
       
Cielos humanos duermen en lo estrecho
del terrenal aliento;
voces de altura cantan bajo el ruido
de la incesante lucha;
una patria feliz patria de sueños        
extiende litorales amorosos
debajo de la frente;
las estrellas de Dios guardan su olvido
en nuestra propia sangre...
       
¡Y los ángeles abren
su triunfante aleluya!



       V
Mi frente:
avecillas golpeándose
las alas.
       
Mi verso:
pequeña luz,
apenas alumbrando.

Mi mano:
aquí mi libertad
y mi combate.
       
Mis ojos:
sobre la tierra
el blanco sol del alma.

Mi pecho:
mansión del vigilante.
       
Adentro El Bienvenido
naciendo en mí y en todos los humanos:
profundo como el sueño,
envuelto por la noche,
rodeado de las bestias
y de todos sus ángeles.
       
Naciendo...
La navidad oculta
deja una estrella aquí
y allá una lágrima;
y así vemos los montes, los caminos,
y el rostro del hermano.
       
Es interna la aurora
y empieza a despertarse...
Si no hace en tu vida y en mi vida
de nada han de servir
las horas de batalla.
       
Aprendo mi lenguaje con el ángel,
cuando en silencio habla
y por eso dispongo de oraciones
bellamente eficaces:
       
"Que la luz primogénita
ilumine la mente de los hombres.

Que la paz de los sueños y los cantos
se establezca en el mundo para siempre.
       
Que aprendamos, gozosos,
a servir como libres servidores.

Que olvidemos agravios,
instalando el amor en ese olvido.
       
Que el ángel más radiante
con nuestro propio corazón nos guíe.
       
Que así sea. Así sea.
Y que yo, humildemente,
cumpla mi humilde día de servicio".




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