Tarjeta de navidad
Poema publicado el 08 de Enero de 2009
Con ojos marchitos de tristeza,
cargando a sus espaldas la amargura,
un chico caminaba por las calles,
un día anticipado a Navidad.
Sus pies cansados le guiaban,
por plazas, por veredas, avenidas,
llevando en su memoria los recuerdos,
de aquella que su amor le arrebató.
El rumbo incomprensible del destino,
le hizo detener frente a una tienda;
y allí mientras sus ojos se fijaban,
miró una gran vitrina de tarjetas.
Cegado su entusiasmo, destruido,
con lento caminar entró a la tienda,
y ungiéndose de dicha, tembloroso,
compró una tarjeta con presteza.
Más tarde se encontraba en su refugio,
su cuarto de soltero, en soledad,
y lleno de mil ansias escribía,
un verso que nació desde de su alma.
Plasmó en ese cartón todo el delirio,
que hollaba su existencia por su amada,
tatuando con fervor el desvarío,
que en fiero desconsuelo le ultrajaba.
Firmó con gran cuidado y de repente,
un rayo de pesar le hacía daño,
pues ya la realidad se hizo presente,
dejando entre mil ruinas aquel sueño.
¿En dónde estaba ella, su adorada?
¿A quién mandar ahora la tarjeta?
No hubo que añadir a su tormento,
tan sólo lagrimones contestaban,
y allí, entre sus manos la tarjeta,
se iba humedeciendo con dolor.
Poema publicado el 08 de Enero de 2009
Con ojos marchitos de tristeza,
cargando a sus espaldas la amargura,
un chico caminaba por las calles,
un día anticipado a Navidad.
Sus pies cansados le guiaban,
por plazas, por veredas, avenidas,
llevando en su memoria los recuerdos,
de aquella que su amor le arrebató.
El rumbo incomprensible del destino,
le hizo detener frente a una tienda;
y allí mientras sus ojos se fijaban,
miró una gran vitrina de tarjetas.
Cegado su entusiasmo, destruido,
con lento caminar entró a la tienda,
y ungiéndose de dicha, tembloroso,
compró una tarjeta con presteza.
Más tarde se encontraba en su refugio,
su cuarto de soltero, en soledad,
y lleno de mil ansias escribía,
un verso que nació desde de su alma.
Plasmó en ese cartón todo el delirio,
que hollaba su existencia por su amada,
tatuando con fervor el desvarío,
que en fiero desconsuelo le ultrajaba.
Firmó con gran cuidado y de repente,
un rayo de pesar le hacía daño,
pues ya la realidad se hizo presente,
dejando entre mil ruinas aquel sueño.
¿En dónde estaba ella, su adorada?
¿A quién mandar ahora la tarjeta?
No hubo que añadir a su tormento,
tan sólo lagrimones contestaban,
y allí, entre sus manos la tarjeta,
se iba humedeciendo con dolor.
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