Poemas de David Navarro Martínez

David Navarro Martínez

Ni camisa ni zapatos,
corte cubista de pelo,
sin cutis de autorretrato
y enemigo del pañuelo.
Metro noventa y algunos
de nervio y remordimiento,
ingeniero del ayuno,
setenta y tres ochocientos
dice la Ufesa que calco
sobre el parquet de mi casa.
Alérgico al sol, al talco,
las gramíneas y las masas.
Vello facial descuidado,
ojos marrón de bellota,
pantalones ajustados,
cuarenta y cinco de bota.
Vidente de las tormentas,
objetor de la cortina,
dentadura amarillenta
gracias a la nicotina.
Agilidad restringible
por problemas de cadera,
tan dúctil y tan flexible
como un tablón de madera.
No trago a los obispados
ni sin agua las pastillas.
Hay un bulldog dibujado
en mis viejas zapatillas.
Me gusta ver las noticias
por mi negra Panasonic;
café para la ictericia,
para el llanto los gin-tonic.
Rodeadas por negruzcas
manchas están mis ojeras,
con tal de que me seduzcas
te daré mi vida entera.
Liebre en mi Daewoo rojo,
portero en los futbolines,
siempre que me visto escojo
diferentes calcetines,
Experto en catar orujos,
corazón lleno de ampollas.
las verdades, sin tapujos;
la tortilla, con cebolla.
Licenciado en soledades
y cerveza; si se trata
de ocultar mis mezquindades
me gusta meter la pata.
Escenarios y portadas
me tienen como ermitaño
de dos ciencias consagradas
como el arte del engaño.
Me gusta el humo de ambiente,
el cielo de azul marino,
la luna en cuarto creciente,
las pelis de Tarantino,
el whiskey con cinco cielos,
los amores cuando duelen,
las mañanas si a pomelo
y a dulce descanso huelen.
Adoro los anticristos,
a Machado y a Botero,
los mensajes imprevistos
en los que reina un “te quiero”.
Poco más que estas verdades
conforman de mí un extraño
viviendo en las oquedades
de mis diecimuchos años.
Sé que a veces no me entiendes,
que encuentras en mí un idiota,
que el donjuán que en mí pretendes
tiene la armadura rota,
que sólo actúo de mosca
cojonera en tu cabeza,
que te cansa tanta rosca
de celos y de tristeza,
que convivan en mi suerte
laberinto y minotauro,
que me acojone la muerte
acechante cual centauro.
Si mis palabras te dañan
con su amargura fehaciente,
con versos que no te atañan
en grillado recipiente;
si gritas cuando me piensas
con la cabeza hacia el techo,
si embridas a mis ofensas
con las riendas del despecho,
si echabas de menos todo
menos mi sincera cara,
si no encuentras un recodo
de mi persona sin tara,
si ves bajo nuestro barco
un cimiento de oleaje,
si cada tanto que marco
te resta en uno el marcaje...
Si mi gusto no te gusta,
tanto monta, monta tanto,
no pienses que eres injusta,
pues ni yo mismo me aguanto.

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