Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Si estuviese aquÃ, en este cuarto blanco, en este hotel,
cuyas bisagras pennanecen calientes, incluso bajo el viento marino,
te repanchigarÃas, dejado inconsciente por la hora de siesta;
no podrÃa levantarte la campana de la resurrección
ni el gong del mar con su retintÃn plateado, seguirÃas echado.
Si te tocaran sólo cambiarÃas esa posición por la de un corredor en el
maratón del sonámbulo. Y te dejarÃa dormir. Las cosas se
desploman gradualmente
cuando el despertador, con su batuta de director,
empieza a la una: las reses doblan las rodillas
en los pastos tranquilos, sólo el rabo de la yegua se menea,
dándole con el plumero alas moscas, melones borrachos caen rodando
a las cunetas, y los mosquitos siguen volando en espiral a su paraÃso.
Ahora el primer jardinero, bajo el árbol de la sabidurÃa,
olvida que es Adán. En el aire acostillado
cada parche de sombra se dilata como un oasis
por la fatigada mariposa, una laguna verde para fondear.
Playa blanca abajo, calmada como una frente
que ha sentido el viento, un estatismo sacramental
te traerÃa el sueño, que es la corona del verano,
el sueño que divide sin rencor a sus amantes,
el sudor sin pecado, el horno sin fuego,
el sosiego sin el auto, el agonizante sin miedo,
mientras la tarde retira esas barras de la ventana
que rayaron tu sueño como el de un gatito, o el de un prisionero.
Versión de Vicente Araguas
Huerga y Fierro Editores
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