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El ave rara - Poemas de Elena Busse



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Categoría: Poemas de Amistad
El ave rara
Poema publicado el 24 de Noviembre de 2023

Ligeramente un huevo tembló
y entonces se agrietó en un instante.
Se asomó un pollito y se fijó
en todo lo que había delante.

Tambaleándose caminaba,
echando un vistazo alrededor,
y tímidamente admiraba
un mundo verde y encantador.

Vio a los pájaros cantando,
dando unos brincos graciosos;
se paró y sonrió pensando
que sí que eran muy vistosos.

Movió sus plumas un poquito
y con ojos muy emocionados,
se les acercó despacito
a los pájaros asombrados.

—Pero ¡qué rara esta cría!
—los pájaros se extrañaron
y rompiendo su armonía,
así todos se quejaron.

—¿Alguien sabe de dónde vino?
—se preguntaron unos a otros.
—No pertenece aquí este albino.
—Así es, no es uno de nosotros.

—¡Puaj! Es un bicho extraño y ajeno
con ojos distintos y oscuros.
—¡Nunca va a traer nada bueno!
—recibía reproches duros.

—¿Es un copo de nieve o me equivoco?
—se burlaron de su aspecto tan blanco.
El pollito reflexionó un poco
y se atrevió a oponerse y ser franco.

—Si yo soy raro, me da igual
—les contestó con malos modos—.
¡Soy como soy y nací tal cual
y vosotros sois tontos todos!

No hacía falta decirles más.
El pollito ya dijo bastante,
pues se volvió y se fue en un pis pas,
sin saber qué esperar por delante.

El bosque parecía fascinante,
repleto de sonidos y colores,
y al filtrarse un rayo de luz brillante,
reflejaba lo bello de las flores.

Por un prado de hierba gruesa
un conejo empezó a acercarse.
Miró al pollito con sorpresa
y no paraba de asombrarse.

De repente, se oyó algo a lo lejos.
«Parecen gritos eso que he oído.
¿Pueden gritar los animalejos?»,
se preguntó el pollito aturdido.

—¡Ven a mi madriguera ahora!
—el conejo habló ronroneando—.
¡No debes estar fuera a esta hora!
¡Esos gritos siguen aumentando!

Mientras unos zorros cazaban
fieramente y con ambición,
bajo tierra ambos se quedaban
guardando total discreción.

—¡Conejo, eres muy bondadoso!
¡Te agradezco el favor muchísimo!
—tras ese momento peligroso,
le dijo el pollito contentísimo.

Pero por buen día que tuviera,
todavía se preocupaba,
porque no era como otro cualquiera
y creía que algo le faltaba.

—Oye, soy un bicho raro, ¿lo sabes?
—continuó con algo de rencor—.
Y no les gusté a las demás aves;
vieron nada más que mi color.

Miró sus ojos atentamente
y entonces respondió con ternura:
—Entiendo que seas diferente,
mas no toda ave estará a tu altura.

La cría sonrió con timidez,
sin conocer su incierto destino.
—¡Conejo, espero verte otra vez!
—se despidió y siguió su camino.

Llevaba unos días viviendo
en este bosque fascinante
y despacito iba creciendo
bajo el cálido sol brillante.

Por árboles de copa gruesa
un mono comenzó a acercarse.
Miró al pollito con sorpresa
y no paraba de asombrarse.

De repente, se oyó algo a lo lejos.
«Serán gruñidos lo que he notado…
¿Es que gruñen los animalejos?»,
pensó el pollito un poco asustado.
              
—¡Trepa al árbol conmigo ahora!
—el mono le aconsejó chillando—.
¡No vayas por el suelo a esta hora!
¡Los gruñidos se van acercando!

Mientras unos jabalís cazaban
ruidosamente y con ambición,
en las ramas ambos se ocultaban
manteniendo total discreción.

—¡Mono, eres de verdad amable!
¡Te agradezco tu ayuda muchísimo!
—tras esa amenaza palpable,
le dijo el pollito contentísimo.

Pero por buen día que tuviera,
todavía se preocupaba,
porque no era como otro cualquiera
y creía que algo le faltaba.

—Oye, soy un bicho raro, ¿lo sabes?
—siguió con algo de decepción—.
Y no les gusté a las demás aves;
nada quisieron de mi atención.

Miró sus ojos atentamente
y entonces respondió con ternura:
—Entiendo que seas diferente,
mas no toda ave estará a tu altura.

¡Mírate! —el mono seguía—.
Tú ya no eres tan chiquito
y es cierto que cada día
cambias poquito a poquito.

La cría sonrió con sencillez,
sin conocer su incierto destino.
—¡Mono, deseo verte otra vez!
—se despidió y siguió su camino.

Después de semanas estando
en este bosque fascinante,
se seguía desarrollando
bajo el cálido sol brillante.

Por un lago de caña gruesa
una tortuga fue a acercarse.
Miró al pollito con sorpresa
y no paraba de asombrarse.

De repente, se oyó algo allá a lo lejos.
«Parecen aullidos lo que he escuchado.       
¡Aullar no pueden los animalejos!»,
concluyó el pollito aterrorizado.

—¡Ven al agua, súbete ahora!
—la tortuga lo llamó gimiendo—.
¡No te quedes en tierra a esta hora!
¡Los aullidos ya están creciendo!

Mientras unos lobos cazaban
sin descanso y con ambición,
el lago ambos atravesaban
cuidando total discreción.

—¡Tortuga, eres muy considerada!
¡Te agradezco tu apoyo muchísimo!
—tras esa situación arriesgada,
le dijo el pollito contentísimo.

Pero por buen día que tuviera,
todavía se preocupaba,
porque no era como otro cualquiera
y creía que algo le faltaba.

—Oye, soy un bicho raro, ¿lo sabes?
—prosiguió con algo de tristeza—.
Y no les gusté a las demás aves;
no aceptaron mi naturaleza.

Miró sus ojos atentamente
y entonces respondió con ternura:
—Entiendo que seas diferente,
mas no toda ave estará a tu altura.

¡Mírate en las aguas reflectantes!
—le sugirió con sabiduría—.
Se ve que no eres la misma de antes,
pues estás cambiando día a día.

Y pronto vas a vivir volando
—al fin la tortuga concluyó.
—¿Ah sí? ¡Con esto he estado soñando!
—la cría ilusionada exclamó.

Entonces sonrió con avidez,
sin conocer su incierto destino.
—¡Tortuga, quiero verte otra vez!
—se despidió y siguió su camino.

Los pájaros piaban con primor
y hacían piruetas sin cansarse,
mas se pusieron de mal humor
y otra vez volvieron a quejarse:        

—¡Mirad, esta es el ave rara
que jamás podrá ser cantante!
—Ojalá pronto se alejara
de nuestra tierra fascinante.

—Quizá solo pueda caminar,
es que no la hemos visto volando.
No la querían intimidar,
pero iban regañándola cuando…

…en un periquete, algo inaudito
espantó a todos los animales;
el sonido era como un grito,
pero de voces inusuales.

Los árboles sufrían gritando
por un incendio destructivo.
El ave rara temió dudando
que nada fuera a quedar vivo.              

Se acercaba ese fuego rugiente
y por tanto aumentaba el temor.
Veía a todo ser inocente,
que ya no soportaba el calor.

«Mis amigos dijeron un día
que no toda ave estará a mi altura.
¡Puedo intentar algo todavía!»,
pensó y decidió probar ventura.

Con firmeza abrió las alas grandiosas
y al brillar los ojos como jamás,
huyó de las llamas peligrosas
elevándose aún más y más.

Rápida, como un rayo esplendoroso,
se perdió en las nubes por un momento
y pronto, un alud de nieve lechoso
libró la tierra del fuego violento.

Estaba volando con fluidez
encima del bosque liberado;
seguía mirando una y otra vez
si los demás se habían salvado.

—¡Amigos! —gritó como jamás
mientras le agradecían llorando.
Y empezó a alejarse más y más
para hallar su destino volando.

«Nos hemos estado equivocando
con que no iba a traer nada bueno»,
todo pájaro pensó admirando
su coraje verdadero y pleno.

El ave por fin llegó a otro mundo,
al que de veras pertenecía,
ya sin dudar ni por un segundo
que todo esto sí lo merecía.

En la montaña nevada y altísima
vivían seres iguales que ella.
Al verlos se sintió curiosísima
y se aproximó a la cima aquella.

Se juntó con aquellas aves,
que podían tocar el cielo
y convivir con vientos graves,
porque su poder era el vuelo.              

Llevaba unos meses volando
en la montaña fascinante
e iba aprendiendo y madurando
bajo el cálido sol brillante.

Estaba feliz como jamás
por ser como era de diferente;
solo quería una cosa más
mientras contemplaba el sol naciente...

Ligeramente un huevo tembló
y entonces se agrietó en un instante.
Salió un aguilucho y se fijó
en todo lo que había delante.

Tambaleándose caminaba,
echando un vistazo alrededor,
y tímidamente admiraba
el mundo azul y encantador.

Vio a las águilas volando,
abriendo alas poderosas;
se paró y sonrió pensando
que sí que eran majestuosas.

Movió sus plumas un poquito
y con ojos muy emocionados,
se les acercó despacito
a su mamá y papá asombrados.


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