Poema diez
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Las estatuas de sal que tanto hemos amado
tras el gemido de Sodoma y Gomorra,
sus cuerpos se deshacen si las ciñen tus brazos.
Amantes desoladas como un paisaje ciego,
en cuyos pechos, recién salidos del océano,
nacÃa la sed. ¿Pero qué maldición cayó sobre ellas,
sino la maldición a las bodas de la carne y el sueño,
cuerpos y ceremonias, cabelleras y susurros
en los tibios secretos de la noche,
deslumbramientos de la travesÃa?
Todo cuanto la urdimbre sombrÃa del pecado
condena: la pasión, la poesÃa, la lÃnea del amor
grabada en la palma de la mano, el linaje
de increÃbles amantes fundidos en su propio laberinto.
Sin embargo, en la más luminosa estela del corazón
donde nada es mentira,
perdura la gloria de esas paras mujeres orgullosas,
blancas como la muerte, con rouge en los labios.
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Las estatuas de sal que tanto hemos amado
tras el gemido de Sodoma y Gomorra,
sus cuerpos se deshacen si las ciñen tus brazos.
Amantes desoladas como un paisaje ciego,
en cuyos pechos, recién salidos del océano,
nacÃa la sed. ¿Pero qué maldición cayó sobre ellas,
sino la maldición a las bodas de la carne y el sueño,
cuerpos y ceremonias, cabelleras y susurros
en los tibios secretos de la noche,
deslumbramientos de la travesÃa?
Todo cuanto la urdimbre sombrÃa del pecado
condena: la pasión, la poesÃa, la lÃnea del amor
grabada en la palma de la mano, el linaje
de increÃbles amantes fundidos en su propio laberinto.
Sin embargo, en la más luminosa estela del corazón
donde nada es mentira,
perdura la gloria de esas paras mujeres orgullosas,
blancas como la muerte, con rouge en los labios.
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