Explosión falsa
Poema publicado el 12 de Abril de 2018
Me aparté de mi silla buscando distraerme, al tocar la manilla de la puerta de mi habitación sentí un deseo de escribir, sí, de hacerlo en ese preciso momento. No es primera vez que me sucede, una mente joven se mantiene constantemente en guardia esperando el momento exacto para poder explotar. No me refiero a una explosión real, sino a la acción de desahogarse.
Cada uno de nosotros tenemos distintas maneras de hacerlo; algunos bailan, otros dibujan, hay quienes cantan, etc. Esto sin duda pone en evidencia la diferencia entre cada humano, que si bien puede ejercer la misma acción que otro, su intención y contenido expresado no necesariamente será el mismo. Analizar este tema es complejo, además, hacerlo sin una base teórica objetiva arriesga que el lector no lo tome en serio. Pero, ¿ser subjetivo al analizar un suceso no es algo que hacemos comúnmente? Claro que sí, en cada momento. Al hacerlo le quitamos validez por ser un pensamiento inundado de emociones y conclusiones propias. Pero, a pesar de lo anterior, hacerlo nos libra de bastantes problemas, como por ejemplo, ponernos a imaginar la reacción que pueda tener un amigo con respecto a algo que le digamos, cosa que seguramente causará un impacto en la relación que tengamos con él, y de la misma manera, continuar pensando en las consecuencias de ambas acciones.
Nuestros pensamientos diarios están posados sobre nuestra experiencia, tal vez nuestros argumentos tengan una base teórica “confiable”, pero el análisis en sí, no necesariamente. Esto no quiere decir que no podamos fiarnos de aquello, además, nuestro cerebro es impresionante, la función que cumple y la rapidez con la que la lleva a cabo es excelente (en un gran porcentaje de la población mundial).
Pero, volviendo al tema, disfruto escribir para desahogarme, me siento como en una película, puede sonar gracioso, pero es verdad. Sí, en una película, pero no cualquier película, sino una escrita, dirigida y protagonizada por mi mente, por mi imaginación, por cada uno de los momentos que he vivido, por lo que he leído, por lo que he sentido, por lo que he llorado, por lo que he reído, en fin, el protagonista soy yo, pero no en un sentido narcisista, sino en uno artístico. Somos artistas, al crear lo somos, al pensar también, de hecho, nuestra imaginación es un claro ejemplo de arte; aquella facilidad para planear algo y también el poder soñar y vivir en algo ficticio durante nuestro sueño.
Durante la tarde dormí una siesta, lo hice acompañado de unas canciones que me agradan. Habrán pasado unos 20 minutos en los que creo haber estado entre dormido y despierto, porque recuerdo escuchar la música como también haber tenido un sueño. El contenido del sueño no lo tengo claro, pero sí recuerdo lo que me despertó, fue un susto, vi cómo alguien entraba por mi ventana y me tomaba del brazo, fue inesperado y me asustó. Obviamente desperté. De lo anterior me llamó la atención el hecho de estar soñando y a la vez tener la música de fondo.
Según mi punto de vista, el arte es totalmente subjetivo, no creo en los estándares que puedan existir sobre qué es arte y qué no lo es. No pueden obligarnos a creer en algo, somos capaces de criticar y expresar nuestra opinión –o así debería ser-. El arte es algo más que una pintura, como dije más arriba, está presente en nosotros mismos, nuestra creación puede ser arte, nuestro cuerpo, el hecho de estar conscientes de nuestra existencia.
La capacidad del ser humano es beneficiosa, pero se suele usar mal. Se abusa de aquello, no cuidamos nuestro planeta, lo ensuciamos, habiendo maneras de hacerlo las personas siguen evitando cuidar su mundo circundante.
Somos más que un ser vivo, tenemos uso de razón, usémosla, pero no para acabar con los demás seres vivos –incluidos nosotros-, sino para progresar, para amarnos y ayudarnos. El hecho de buscar maneras que faciliten las tareas al ser humano no debería empaparse con malos actos, con avaricia ni con envidia. La empatía y el compañerismo ayudan más que cualquier otra cosa.
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Poema publicado el 12 de Abril de 2018
Me aparté de mi silla buscando distraerme, al tocar la manilla de la puerta de mi habitación sentí un deseo de escribir, sí, de hacerlo en ese preciso momento. No es primera vez que me sucede, una mente joven se mantiene constantemente en guardia esperando el momento exacto para poder explotar. No me refiero a una explosión real, sino a la acción de desahogarse.
Cada uno de nosotros tenemos distintas maneras de hacerlo; algunos bailan, otros dibujan, hay quienes cantan, etc. Esto sin duda pone en evidencia la diferencia entre cada humano, que si bien puede ejercer la misma acción que otro, su intención y contenido expresado no necesariamente será el mismo. Analizar este tema es complejo, además, hacerlo sin una base teórica objetiva arriesga que el lector no lo tome en serio. Pero, ¿ser subjetivo al analizar un suceso no es algo que hacemos comúnmente? Claro que sí, en cada momento. Al hacerlo le quitamos validez por ser un pensamiento inundado de emociones y conclusiones propias. Pero, a pesar de lo anterior, hacerlo nos libra de bastantes problemas, como por ejemplo, ponernos a imaginar la reacción que pueda tener un amigo con respecto a algo que le digamos, cosa que seguramente causará un impacto en la relación que tengamos con él, y de la misma manera, continuar pensando en las consecuencias de ambas acciones.
Nuestros pensamientos diarios están posados sobre nuestra experiencia, tal vez nuestros argumentos tengan una base teórica “confiable”, pero el análisis en sí, no necesariamente. Esto no quiere decir que no podamos fiarnos de aquello, además, nuestro cerebro es impresionante, la función que cumple y la rapidez con la que la lleva a cabo es excelente (en un gran porcentaje de la población mundial).
Pero, volviendo al tema, disfruto escribir para desahogarme, me siento como en una película, puede sonar gracioso, pero es verdad. Sí, en una película, pero no cualquier película, sino una escrita, dirigida y protagonizada por mi mente, por mi imaginación, por cada uno de los momentos que he vivido, por lo que he leído, por lo que he sentido, por lo que he llorado, por lo que he reído, en fin, el protagonista soy yo, pero no en un sentido narcisista, sino en uno artístico. Somos artistas, al crear lo somos, al pensar también, de hecho, nuestra imaginación es un claro ejemplo de arte; aquella facilidad para planear algo y también el poder soñar y vivir en algo ficticio durante nuestro sueño.
Durante la tarde dormí una siesta, lo hice acompañado de unas canciones que me agradan. Habrán pasado unos 20 minutos en los que creo haber estado entre dormido y despierto, porque recuerdo escuchar la música como también haber tenido un sueño. El contenido del sueño no lo tengo claro, pero sí recuerdo lo que me despertó, fue un susto, vi cómo alguien entraba por mi ventana y me tomaba del brazo, fue inesperado y me asustó. Obviamente desperté. De lo anterior me llamó la atención el hecho de estar soñando y a la vez tener la música de fondo.
Según mi punto de vista, el arte es totalmente subjetivo, no creo en los estándares que puedan existir sobre qué es arte y qué no lo es. No pueden obligarnos a creer en algo, somos capaces de criticar y expresar nuestra opinión –o así debería ser-. El arte es algo más que una pintura, como dije más arriba, está presente en nosotros mismos, nuestra creación puede ser arte, nuestro cuerpo, el hecho de estar conscientes de nuestra existencia.
La capacidad del ser humano es beneficiosa, pero se suele usar mal. Se abusa de aquello, no cuidamos nuestro planeta, lo ensuciamos, habiendo maneras de hacerlo las personas siguen evitando cuidar su mundo circundante.
Somos más que un ser vivo, tenemos uso de razón, usémosla, pero no para acabar con los demás seres vivos –incluidos nosotros-, sino para progresar, para amarnos y ayudarnos. El hecho de buscar maneras que faciliten las tareas al ser humano no debería empaparse con malos actos, con avaricia ni con envidia. La empatía y el compañerismo ayudan más que cualquier otra cosa.
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