Ardimos en el bosque
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
El bosque estaba tras de mÃ; lo conocÃan
mis oÃdos: el rumor de sus hojas,
la confusión del canto de sus pájaros.
Sonidos que venÃan de un remoto lugar.
Y el mar del otro lado, golpeando
la frente, sin rozarla,
cubriéndola de gotas. Era mi piel
quien descubrÃa su frescura,
mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho
su duro olor.
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
Porque no habÃa más, en el lugar del pecho,
que una extendida sombra.
(¿Mas qué frÃo candente mis párpados abrasa,
qué luz me desvanece, qué prolongado beso
llega hasta el mismo centro de la sombra?)
Joven el rostro era,
sus labios sonreÃan,
y el retenido fuego de su cuerpo
era quemada luz.
Entramos en el mar, rompÃamos
el cielo con la frente,
y envueltos en las aguas contemplamos
las orillas del bosque,
su extensa fosquedad.
Miré, tendidos en la playa, el rostro:
contemplaba las nubes;
y el retenido fuego de su cuerpo
era un sombrÃo resplandor.
Penetramos el bosque, y en las lindes
detuvimos los pasos;
perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar
oscurecÃa.
TenÃa triste el rostro,
y antes que para siempre envejeciera
puse mis labios en los suyos.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
El bosque estaba tras de mÃ; lo conocÃan
mis oÃdos: el rumor de sus hojas,
la confusión del canto de sus pájaros.
Sonidos que venÃan de un remoto lugar.
Y el mar del otro lado, golpeando
la frente, sin rozarla,
cubriéndola de gotas. Era mi piel
quien descubrÃa su frescura,
mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho
su duro olor.
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
Porque no habÃa más, en el lugar del pecho,
que una extendida sombra.
(¿Mas qué frÃo candente mis párpados abrasa,
qué luz me desvanece, qué prolongado beso
llega hasta el mismo centro de la sombra?)
Joven el rostro era,
sus labios sonreÃan,
y el retenido fuego de su cuerpo
era quemada luz.
Entramos en el mar, rompÃamos
el cielo con la frente,
y envueltos en las aguas contemplamos
las orillas del bosque,
su extensa fosquedad.
Miré, tendidos en la playa, el rostro:
contemplaba las nubes;
y el retenido fuego de su cuerpo
era un sombrÃo resplandor.
Penetramos el bosque, y en las lindes
detuvimos los pasos;
perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar
oscurecÃa.
TenÃa triste el rostro,
y antes que para siempre envejeciera
puse mis labios en los suyos.
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