CanciÓn sobre el nombre de irene
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
¡Qué bueno es estar contigo ante este fuego, Irene,
saber que sigues llamándote asÃ, Irene;
que tu nombre no se te ha evaporado de la piel
como se evapora el rocÃo de la panza del sapo!
Ah decir Irene, Irene, Irene, Irene,
cerrando los ojos y diciendo nada más Irene
por el solo placer y la magia de decir Irene,
Pedaleando en el aire existas o no existas,
¡qué real y sólida eres, qué verdadera eres
en medio del irreal universo por llamarte Irene!
Las salamandritas del fuego se te quedan mirando,
y el humo, antes de irse, se detiene feliz a contemplarse
en el topacioespejo de tus ojos, como una mujer que se empolva la nariz
antes de entrar en el cementerio.
Y tú en tu aire,
y tú, impasible con tu abanico de llamas, sigues nada más
llamándote Irene,
segura de que todo el universo no puede despojarte de tu nombre de Irene!
Yo paseaba un dÃa por el TÃber,
-TÃber de cascabeles ahogados, TÃber de pececitos oscuros
TÃber meado por Tiberio-,
y vi en medio del rÃo una isla verdeante,
trabajada en la materia de las madréporas o de las malaquitas,
¡vaya usted a saber!, pero pequeñita y completamente real;
y vi en la orilla
una de esas estatuas del TÃber sumergidas por siglos,
donde el mármol se ha hecho róseo, y carnal, y blando;
y con mucho temor, con una reverencia, pregunté a la estatua:
-Perdone usted, señor, ¿cómo se llama esta isla?
Y con un gran desdén, entreabriendo apenas los labios y mirándome para nada,
dijo suavemente:
-¿Cómo va a llamarse esta isla? Esta isla se llama Irene.
¡Qué bueno es estar contigo junto al fuego,
y saber que ahà estás, real y verdadera,
saber que estás ahà mientras afuera se evapora el mundo,
y que sigues y sigues,
y seguirás para siempre llámandote Irene!
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
¡Qué bueno es estar contigo ante este fuego, Irene,
saber que sigues llamándote asÃ, Irene;
que tu nombre no se te ha evaporado de la piel
como se evapora el rocÃo de la panza del sapo!
Ah decir Irene, Irene, Irene, Irene,
cerrando los ojos y diciendo nada más Irene
por el solo placer y la magia de decir Irene,
Pedaleando en el aire existas o no existas,
¡qué real y sólida eres, qué verdadera eres
en medio del irreal universo por llamarte Irene!
Las salamandritas del fuego se te quedan mirando,
y el humo, antes de irse, se detiene feliz a contemplarse
en el topacioespejo de tus ojos, como una mujer que se empolva la nariz
antes de entrar en el cementerio.
Y tú en tu aire,
y tú, impasible con tu abanico de llamas, sigues nada más
llamándote Irene,
segura de que todo el universo no puede despojarte de tu nombre de Irene!
Yo paseaba un dÃa por el TÃber,
-TÃber de cascabeles ahogados, TÃber de pececitos oscuros
TÃber meado por Tiberio-,
y vi en medio del rÃo una isla verdeante,
trabajada en la materia de las madréporas o de las malaquitas,
¡vaya usted a saber!, pero pequeñita y completamente real;
y vi en la orilla
una de esas estatuas del TÃber sumergidas por siglos,
donde el mármol se ha hecho róseo, y carnal, y blando;
y con mucho temor, con una reverencia, pregunté a la estatua:
-Perdone usted, señor, ¿cómo se llama esta isla?
Y con un gran desdén, entreabriendo apenas los labios y mirándome para nada,
dijo suavemente:
-¿Cómo va a llamarse esta isla? Esta isla se llama Irene.
¡Qué bueno es estar contigo junto al fuego,
y saber que ahà estás, real y verdadera,
saber que estás ahà mientras afuera se evapora el mundo,
y que sigues y sigues,
y seguirás para siempre llámandote Irene!
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