Remembranzas
Poema publicado el 22 de Noviembre de 2009
He llegado hasta aquí con un cincel
para tallar mi mejor poema en tu sepultura,
un poema que eterno recuerde
la belleza simple de tu alma pura.
¡Cuántos gorriones surcan el cielo brumoso!
Atardece ya y esta grama fría y pajiza
recuerda mi niñez lejana,
de campos dorados y suave brisa.
El viento frío del ocaso entumece mis manos,
frío como este ángel marmóreo de blanco trazo,
como mi lecho ahora tan frío,
como mi alma hecha pedazos.
Escucho el zumbar discreto de los insectos;
ahora es el gusano quién deleita goloso su ser
con tus blandos y extintos restos,
del cuenco de tu cráneo ha de beber.
La noche hace tiempo me ha envuelto ya
y el cincel aguarda mudo mi apagado deseo,
fue tan fácil llegar hasta aquí
y acabar quebrando mi anhelo.
Ahora recuerdo tu paraíso de ángel caprichoso,
la renuncia vergonzante de mis tardes alegres,
de rodillas besando tus manos,
implorando el favor que me aceptes.
Recuerdo el hondo placer que gozosa sentías,
al verme correr loco desesperado tras de ti,
pensando que de un peligro huías
y sólo te burlabas de mí.
Recuerdo tus lágrimas cuando suplicante pedías
que accediera a los afanes de tus caros deseos
y yo iluso y sandio consentía
en ser el juguete de tus lloriqueos.
Recuerdo, infeliz, las fiestas nocturnas,
cuando humillarme solías a la vista de todos,
con tus devaneos de mujer impura,
con tus ebrias caídas y tus ahogos...
¡Válgame Dios! Yo necio, ¿a qué he venido?
Fue mi vida la de un inútil entre tus manos;
pequeña y retorcida criatura,
¡que felices te coman los gusanos!
Poema publicado el 22 de Noviembre de 2009
He llegado hasta aquí con un cincel
para tallar mi mejor poema en tu sepultura,
un poema que eterno recuerde
la belleza simple de tu alma pura.
¡Cuántos gorriones surcan el cielo brumoso!
Atardece ya y esta grama fría y pajiza
recuerda mi niñez lejana,
de campos dorados y suave brisa.
El viento frío del ocaso entumece mis manos,
frío como este ángel marmóreo de blanco trazo,
como mi lecho ahora tan frío,
como mi alma hecha pedazos.
Escucho el zumbar discreto de los insectos;
ahora es el gusano quién deleita goloso su ser
con tus blandos y extintos restos,
del cuenco de tu cráneo ha de beber.
La noche hace tiempo me ha envuelto ya
y el cincel aguarda mudo mi apagado deseo,
fue tan fácil llegar hasta aquí
y acabar quebrando mi anhelo.
Ahora recuerdo tu paraíso de ángel caprichoso,
la renuncia vergonzante de mis tardes alegres,
de rodillas besando tus manos,
implorando el favor que me aceptes.
Recuerdo el hondo placer que gozosa sentías,
al verme correr loco desesperado tras de ti,
pensando que de un peligro huías
y sólo te burlabas de mí.
Recuerdo tus lágrimas cuando suplicante pedías
que accediera a los afanes de tus caros deseos
y yo iluso y sandio consentía
en ser el juguete de tus lloriqueos.
Recuerdo, infeliz, las fiestas nocturnas,
cuando humillarme solías a la vista de todos,
con tus devaneos de mujer impura,
con tus ebrias caídas y tus ahogos...
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pequeña y retorcida criatura,
¡que felices te coman los gusanos!
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