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Mi jardín de los encantos - Poemas de Irmina Serrano Estévez



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Categoría: Poemas de Amor
Mi jardín de los encantos
Poema publicado el 03 de Febrero de 2024

I MISTERIO

Bajo las sóforas, en brazos de Morfeo,
me parece el véspero más bello.
Escarlata de ababoles en mi pecho.
Nieves del aire que he bebido,
arrancado a las blancas azucenas.
En mis venas, un sopor mortífero,
un murmullo de pétalos ardientes,
la fiebre turbadora: ausencia total.
Mis huesos son tallos de gardenias.
¡Ábranse, ábranse bajo la luna
—suave nácara de piedra—
los nenúfares de mi pequeño Nilo!
Sueño, sueño, sueño,
pues sobre el muscari, mi alma,
mi alma se ha dormido.
¡Dormida está mi alma!
Estragón, campanillas chinas, peonías
brotan del letargo más profundo.
Sueño, sueño, sueño,
pues sobre el muscari, mi alma,
mi alma se ha dormido.
Una libélula aletea, baila, tiembla:
brilla azul entre los tilos y las lilas.
Sonámbula, dichosa, en trance,
abandonada, sin pensar ninguno,
bajo la umbría soleada y la tormenta,
entre los nardos y las calas voy ahora.
¡Pasión de rubios girasoles!
¡Amor de bellas amarilis!
Sueño, sueño, sueño…
Donde el arrayán sus leves corazones,
donde las sisellas su canto acunador,
sueño, sueño, sueño…
Y soñando y hechizada y embriagada,
apenas sí me encuentro.
¡No me encuentro!
Párvulas clavellinas, áster, clivias,
en tanto tantos sueños he tenido;
en tanto tantos sueños tengo…
Colgando de una nube generosa,
la flor de palisandro. Brotes de acedera,
abulaga florecida, celosías, milenrama
he querido guardar en mi canasta
trenzada a mano con varillas de sauce.
Voltean tulipanes ¿Son campanas?
¡Misterio!
¿En dónde estoy?
¡Pronto, pronto!
¡Me he perdido!
Perdida estoy.
Estoy perdida…
Busco una salida que me lleve
hacia el mundo conocido.
Vestida del color de la grosella
y pintada con el cárdeno del iris
busco, busco, busco y sueño.
Entre el babul y las granadas y el acebo
busco, busco, busco y sueño.
Mas miento si no digo a los siete vientos
que prefiero estar dormida,
colgarme del rojo de las fucsias,
acariciar las púdicas mimosas
y cubrirme con dorados hamamelis.
Bajo las sóforas, en brazos de Morfeo,
me parece el véspero más bello.


II ME COLUMPIO

Después de que la tenora suene y suene
—escucho su grito de espanto—
me columpio alegremente. Ya no oigo.
En lo que creo que es un encino
me columpio alegremente.
Me elevo y acaezco entre azafranes.
De nuevo, vuelo, vuelo y vuelo
hasta alcanzar las flores de glicina
—un racimo entre las manos—.
Me han caído encima las violetas.
Y en la luna sobrevive una magnolia.
¿Una luna? ¿La magnolia?
Son lo mismo.
Es la hora en que se alzan las gavinas.
Una escarlata flor de anteras negras
aparece ante mis ojos encerrados.
En mi Jardín de los Encantos
son los sueños perfumados por los cidros.
Ya sueña la flor de luna. Sueña…
Sueña la enamorada de los muros
cuando el baladre mata sin conciencia
empujado por los vientos de poniente.
En el azufaifo hay una estrella perdida.
Y una manifestación de élitros,
que se agitan y acarician locamente,
hará chirriar el jardín de arriba abajo.
Oh, sueños, sólo sueños, sueños…
En lo que creo que es un encino
me columpio alegremente.
Ay, mi Jardín de los Encantos.
Ay, mi Jardín Infinito.

III VENDAVAL

Me he convertido en tormenta.
Sueño que regaño con el cosmos
—los astros en adobo sumergidos,
los planetas apagados y humeantes—.
En cada convulsión del vendaval,
que lanza rizomas y sarmientos,
crisantemos anastasia y panfletos,
me despierto. Volando me despierto.
Pero no despierto, no,
porque el sueño me ha vencido
sin yo saber que algo, no sé qué,
han colocado en las flores de genciana
y las guindas. ¿Será escaramujo?
Sé que sueño. Sé que sueño y sueño.
Y no despierto de mi sueño.
Ando sobre la nieve y el fuego
de cientos de miles de corolas.
Ando y sueño. Y sueño y ando,
pues no quiere el alma distraerse.
Pero no te hallo, Sombra amada,
no te encuentro, no me encuentro.
Me he perdido entre mis sueños.
¿Pero acaso sueñan los mortales,
acaso, que se han muerto?
Sueño, sueño, sueño,
donde nace el rododendro,
en mi Jardín de los Encantos,
en mi Jardín Infinito.

IV ENCONO E INDECENCIA DE MI SUEÑO

Basta con que un pájaro trepe…
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?
Nuez de macadamia. Y ambrosía.
Leve encuentro entre camelias,
pues quiere el cuerpo su alimento.
Salvo en el Jardín de los Sueños
todo es fantasía, todo es desvarío.
Sueño, sueño, sueño…
Cayendo estoy por el tronco de una acacia.
Quiera Morfeo que un caballo alado
no me rescate de mi sueño.
Quiera Morfeo que en mis manos
derrame la sakura su perfume.
Quiera Morfeo… Quiera, quiera…
Difícilmente veré más sangre
que la sangre de las rojas rosas.
Basta con que un pájaro trepe…
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?
Encono e indecencia de mi sueño.

V SICOMORO

Ahora, a un sicomoro me arrimo.
Al sicomoro —tal vez donde Zaqueo—
me subo. Me subo al sicomoro:
a lo más arriba, a lo más alto,
a lo más encima de uno de sus verdes.
Y, ya, en el sicomoro yo vivo.
Vivo junto al rosado tibio de sus frutos,
junto al racimado que le cuelga.
Vivo donde llega el calor de las rosas
y el aura morada de los lirios.
Vivo donde sus rojos o verdes cuellos
muestran las vincapervincas.
Pero está mi alma dormida, dormida.
¿Por qué me hallo durmiendo
en el augusto del blanco espino
o en el tuétano de una pasiflora
mientras el pistilo amarilloso, leve,
frágil, tenue como espuma de la árnica
mis párpados dormidos acarician?
¿Seré yo?
¿Será la artemisa y su misterio?
¡Misterio!
¿Dónde estoy?
¡Pronto, pronto!
¡Me he perdido!
Perdida estoy.
Estoy perdida…
Nada veo, pues dormida me hallo,
tan dormida que no veo.
El sicomoro se ha ido.
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?

VI SIN NOMBRE

Se ondula la vanesa de los cardos:
rumbo al norte, rumbo al norte.
Probablemente se detenga.
Prodigio de mi sueño:
vuelan las castañas que caen del avellano
hasta un tejado hecho de naranjo blanco.
Encima del naranjo, un ave ruiseñor.
No es la rosa de Jericó una rosa. ¡No!
Dejen paso. Paso, paso…
No, no andan los muertos,
pero dejen paso. Paso, paso…
Sobre la cícera, danzando,
mi nombre de pronto he olvidado.
Ya no tengo nombre ni recuerdos…
Nada tengo.
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?
Estoy aquí, aquí, aquí,
en el Jardín de los Sueños,
en mi Jardín Infinito,
cubierta por el sonrosado brezo,
despojada de mis barbas,
tan ocupada en dormirme que me duermo.

VII NOMBRES

La desfachatez con la que un petirrojo se va acercando
me incomoda (y mucho). En medio de un caminillo
algo rizado y estrecho se ha plantado el muy tunante.
Con voz de soprano canta el pícaro sinvergüenza.
Yo estoy arrumbada en un jergón de mejorana
—harta quedé del cinamomo que me acogía—.
Veo la camomila explayarse a ambos lados del caminillo
algo rizado y estrecho, del caminillo nada oblongo,
del caminillo nada intenso que lleva a los Jardines de Versalles.
Me consta que desde allí hasta la región de Pilbara
no hay más que diez centésimas de un metro.
Pero no me interesa alejarme lo más mínimo,
pues no quisiera despertar de mi soñar.
Ha intentado espabilarme el petirrojo.
¡Pájaro perverso es, como todos ellos!
Por suerte, en este mes de mayo sé ya quién soy.
Tengo nombre y vida. De repente, me he reconocido.
Aun así, había pensado algunos nombres para mí:
Isolda, Aldonza, Cordelia, Valvanera, Fronilde…
¿Quizá Denébola, Fabiola, Genoveva?
Nunca me hubiera inclinado por Melora.
Mas no creo que vaya a necesitar esos nombres
que estaban trastornando la lucidez de mi mente.
Prefiero, ahora, dedicarme a la observación y el análisis
(llamarme Rósula hubiera sido un acierto,
pues de rosas estoy rodeada y de rosas me alimento).
El aligustre ha crecido varios metros hacia arriba.
Algo de alergia me produce. Lloro a veces. Lloro.
Lo suelo regar con copas de Rosolio di bergamotto
por ver si así sobrepasa la Gran Nube de Magallanes.
¡Oh!, ha volado el petirrojo. ¡Bien! ¡Muy bien!
Sus alitas se han ido ahuecando entre la fresca sangre
de las buganvillas que apuntalan la cara central de mi palacio
—convertido ahora en barco—. Estoy entusiasmada sin más.
El mascarón de proa —una oceánide— de mi palacio barco
se dirige inequívocamente hacia el Jardín Burtchart.
¡Jeanne Baret me contempla con su mirada avizora!
Quién mejor que ella para hacerse manifiesta así:
cubierta por las blanquecinas y azulosas lináceas.
En cuanto a mi vida, poco importa: sé que sueño…
Mas aquí quiero quedarme para siempre jamás,
en mi Jardín de los Encantos,
en mi Jardín Infinito…

VIII LA FLOR DE FRANCHIPÁN

Tan sólo una flor de mazapán adorna mi vestido,
mi vestido de dormidora inquebrantable.
Oh, a resultas de que he querido descubrir la luna
subiendo al volcán Irazú,
Charles Plumier viene a visitarme.
«¿En dónde escondiste la flor de franchipán?», pregunta.
Y vuelo sin moverme, pues no quiero salir de mi jardín.
«Yo la admiro», contesto.
«Sus blanquecinos pétalos sujetan un hilo de oro»,
añado. Inspiro largamente el perfume de la flor.
Ahora estoy en la región de Monteverde.
Ahora, en el cerro Tres Kandú.
¡Sí, a media décima de segundo de mí misma estoy!
Giro sobre mi eje.
Charles Plumier se aleja sonriendo.
Tan sólo una flor de mazapán adorna mi vestido.

IX ZAFIRA

Para siempre jamás en mi Jardín de los Encantos,
en mi Jardín Infinito… Porque sueño… Sueño…
Los ungulados han apacentado sin embargo.
Del abelmosco dóciles flores cuelgan
tal que gotas de una lluvia imprevista y onerosa.
Ninguno de aquellos que no hay acierta a comprenderme.
Sólo un batracio que encuentro a orillas del Éufrates
y la divinidad, ya aplacada, me saben interpretar.
Hoy he pensado un nuevo nombre para mí.
Aún no me lo he puesto (el nombre), pues este aroma
a fresias y gardenias, que en un efluvio llega,
me ha dejado sin demasiado arranque.
Medito sobre el empeño de la Naturaleza
en acompañarme (tanto que una aster
se ha estrellado contra mi pecho impróvido).
¿Debo cambiar yo o enfrentarme a ella?
Sea como sea, estoy atravesando el Éufrates,
que nace aquí mismo, en lo alto del monte Olimpo.
Quiero gritar. Grito y no me oigo.
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?
El batracio quiere saber cómo me llamo.
Le hago saber mi nuevo nombre y algo más:
«Zafira. Creo que es el nombre más hermoso».
Temo que el Tártaro abra sus puertas.
Para nada saldré de mi jardín, pues sólo aquí,
bajo las sóforas, en brazos de Morfeo,
puedo contemplar el véspero más bello.

X ROBINIA HISPIDA

Hoy reposo muy cerca de un arbusto:
Robinia Hispida es su nombre verdadero.
Sus flores rosadas o violáceas cuelgan,
mortales, bajo la nubosidad de mi frente.
Quiero presentarme a Robinia Hispida,
pero mi nombre de siempre,
mi nombre, ha sido arrastrado por el fango.
No quiero contarle mi historia,
pues las historias no tienen sentido
sino es que se viven y se viven.
Tan sólo le diré mi nuevo nombre,
que es parecido al suyo.
Me presento: «Robaina Hispania».
Mis flores son esmeraldas:
tienen la dureza cristalina.
Me alegro de haber conocido a Robinia.
Dice que yo entera soy una flor.
Cuando asomo mis manos por mi pelo,
sé que no lo soy. Sé que no soy una flor.
Pero bajo la nubosidad de mi frente
cuelgan las flores rosadas y violáceas
del arbusto junto al que reposo.
Oh, mi Jardín de los Encantos.
Oh, mi Jardín Infinito.


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