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Vagabundo - Poemas de Israel Jonathan Rodriguez Lujan



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Vagabundo
Poema publicado el 15 de Julio de 2010

VAGABUNDO
A la llama del alba, retorna a sus ojos la incandescencia de la perdición, rehúye de los espasmos que provoca el largo sueño tendido en esa calle.
Levanta los brazos mallugados por las largas garras del tiempo que ha pasado en las andanzas y en las nobles batallas del día a día.
Busca entre sus ropas la moneda oculta por la barbarie que ha dejado su miseria, aquella que le diese el caballero caminante de buen vestido y bastón.
Entre sus manos callosas que apenas asoman aquellos guantes tejidos con el hilo de la desesperación, que encontró aquel día de invierno entre la los desechos de los ricos y nobles.
Y ese saco que deja ver las marcas del tiempo y las manchas del suelo, donde ha dormido cobijado por la luz de la luna y las notas de los tiempos sobre papel periódico.
En su barba denota la caricia del tiempo que ha pasado sobre el sin advertir de asestar un golpe mortal con recuerdos hechos por canas blancas y pesares.
De sus labios resecos promulga el suspiro de desvelos, de días sin alimento esperando a que la muerte le hable al oído sin burlarse de su desdicha.
Su nariz manchada por  el hollín de días, marcando las huellas de sus dedos con cada caricia propia, áspera, con huellas de la gripe que por días lo ha invadido.
Y en sus ojos se mira el paso del dios tiempo, marcando arrugas, escritas de aventuras y largas caminatas.
Su cabello blanco se mece al vaivén del viento, donde apenas se asoma oculto bajo ese gorro que cubre su frente y oídos, pero con diez agujeros que miran al cielo.
Y se pone de pie, escuchando tronar cada una de sus coyunturas, impulsado solo por el deseo de sobrevivir, de no dar a la muerte la dicha de verlo tendido.
Y camina cabizbajo por esas calles, calles sin nombre, solo los refugios continuos mira al pasar, moteles ya sin vacantes, compañeros de barrio.
Y llega a ese merendero donde la gente lo mira, no con tristeza, con lastima, algunos otros como un despreciable ser, pero al final de todo a él no le importa, pues solo quiere saciar su apetito de días.
Y se sienta en aquel parque, mirando a los niños jugar, a las parejas que parten plaza y a los merolicos con alaridos hacia la multitud.
Y de su poco alimento ofrece a las aves un festín y las forma en hileras como si cada una esperase su turno para saciar su apetito.
Cuantas cosas amigo pasan por tu mente, cuantos recuerdos de días dichosos se asoman dejando la innegable marca de las añoranzas, cuánto tiempo ha pasado desde que fuiste, cuanto pasara para ser o para perecer en el intento de sobrevivir.
De aquella escuela donde confundías tus pensamientos con sueños de un porvenir dichoso, las frases los libros que filosofaban alrededor de tu mente, del cual eras asiduo lector.
Donde escribías por horas una y mil maravillas de dios, donde cada creación era poesía, vida y amor.
Y hoy frente a este parque ves morir tus esperanzas y deseos, anhelante de tener lo que siempre estuvo en tus manos y dejaste ir, maldiciendo al tiempo hasta tu mismo ente.
Y sigues caminando al atardecer,  y no cruzas la mirada con la gente.
No maldices ni empuñas tu cólera contra nadie,  porque ha sido sabio el tiempo contigo y compañero de todas tus desesperanzas.
Y así te veo perderte en la neblina en lo obscuro de aquel callejón, y desvaneces en los tiempos sin que nadie note tu ausencia.



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