Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
"...porque habÃa derramado mi alma sobre la arena,
amando a un mortal como si no fuera mortal".
San AgustÃn, Confesiones. IV-VIII-13
Perdóneme el Amor haberlo amado
en el cuajado sol de los racimos;
en la pronta vendimia de los labios;
en el cristal en fuga de los dÃas.
Perdóneme el Amor haberlo amado
sobre la rosa que meció su vida
pendiente de la luz
y en pétalos de sombra se deshizo.
Perdóneme el Amor haberlo amado
en el azoro de pupilas húmedas:
en fáciles paréntesis de abrazo;
sobre entregados hombros me llevaron
sin devoción el peso de mi sangre.
Perdóneme el Amor, siendo tan puro,
haberlo amado en la caÃda sombra
que limita la piel de las criaturas,
y haber vertido en sus oscuros rÃos
mi sangre de campanas navegantes
y mi gozo que abrÃa las mañanas
azules, en los ojos del rocÃo,
para fundar la luz sobre la hierba.
Y le ofrezco al Amor el tierno tallo
de sollozo en mi cuello florecido.
Y la semilla de mi sal doblando
la espiga horizontal de las pestañas.
Y mi verdad tan claramente mÃa,
oscurecida por buscarla blanda
hechura de materias derrumbables.
Y le ofrezco al amor haber tenido
un transparente corazón de agua
y haberlo dado pródigo en mis manos
a la sed de los otros, y dejado
sólo a mi sed la piedra de su cauce.
Y le ofrezco al Amor volver al ancho
lugar de soledad donde me espera
y dice su silencio, sin garganta
para expresar su voz que no limita
ni acento, ni palabra, ni sentido.
Y prometo borrar bajo mis ojos
el rostro de mujer que pintó el sueño
en los lienzos purÃsimos del alba;
y su cuerpo de ardidas geometrÃas
con su sombra de lirio entre mis brazos;
y la callada curva de su alma
que en el maduro instante del encuentro
pesaba blandamente contra el hombro.
Y prometo arrancar del leve tacto
la sensación de fruta que me daba
la tierna pelusilla de la carne,
cuando pasaba yo sobre su cuerpo
la cóncava frecuencia de mis manos;
y su oculta tibieza y sobresalto,
y el casi pensamiento de los senos
en la quietud redonda de sus mieles.
Y prometo también que los pequeños
cálices que florecen en su lengua,
y los racimos de viscosos jugos
que cogen los sabores y los hacen
una insistente flora submarina
donde recuerda el beso los corales,
no me darán su hiel de verde espada,
ni sus dulces violines derretidos,
ni las rendidas sales de su llanto,
ni el limón sorprendente a que sabÃa
la piel bajo los vellos que ocultaban
su minuciosa red de escalofrÃos.
Y prometo arrojar sobre una playa
-a orillas del silencio y del sollozo-
el caracol sin mar de mis oÃdos,
para olvidar su voz entrecortada
por sirenas de música y espumas
de risa en las riberas de su labio.
Y prometo que el aire que la envuelve
no dejará que yo bajo la noche,
pueda medir, basado en el aroma,
el alto sueño y el profundo abrazo
de su cuerpo entreabierto dulcemente,
ni que sus muslos como dos rosales
en perfumada laxitud me digan
el olor de sus sangre enamorada.
Y prometo también no ver la noche
para abolir la sombra de su sexo;
y destruir el fondo de mà mismo
donde crecen columnas en mis huesos
y el silencio se comba como un templo
sobre el arco tendido de la sangre.
Y qué rumor de lienzos desgarrados
rodará del recuerdo. Qué vitrales
de partido color mostrará el ojo
caÃdos bajo el polvo de las lágrimas.
Y cuánta dura arista habrá en la dulce
huida redondez de las imágenes.
Y cuánta soledad contra los muros
donde estuvo mi lámpara alumbrando.
Y cuánto corazón bajo las ruinas
de tantos corazones destrozados.
De tal destrozo quedaré yo solo
de pie, pero tendidos en el alma,
cuántos alzados rÃos de voz clara,
cuánto dolor caÃdo de mi gozo,
cuántas vidas marchitas en mi vida,
cuánta perdida fe y oscura grieta,
del odio en los cimientos quebrantados.
Tú solo, Amor, me prestarás tu nuevo
labio perennemente preparado;
tu estambre de cristal que clarifica
con azúcar de soles la mañana,
tu espacio de milagro donde flota,
perdido el peso y dolorosamente.
el corazón del hombre como un barco
de sollozo en un agua de saetas.
Te buscaré en el quieto movimiento
de mi ansiedad que espera tu llegada;
bajo el caÃdo párpado del sueño
donde guardas tus luces esenciales;
en el follaje de la interna noche
pugnando por cubrir tu inmensidad.
Sabré de tu presencia, sin sentidos
que te tiendan espacios, ni volumen
para medir tu aliento imponderable.
En el cambio ordenado de las cosas
el llanto será mar o enredadera,
vendrás amor, y encontrarás más limpia
y oreada mi voz en los collados
de mi eterna esperanza que se abre
de par en par al «aire de tu vuelo»".
Tú solo, Amor, me plantarás la rosa
fuerte, que, con sus pétalos de instante
temblorosa de júbilo y de esfuerzo,
detenga y pasme en mágico equilibrio
la inminente llegada de la muerte.
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