Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Yo la amé, y era de otro, que también la querÃa.
Perdónala Señor, porque la culpa es mÃa.
Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y sin embargo
mis labios están dulces por ese amor amargo.
Ella fue como un agua callada que corrÃa ...
Si es culpa tener sed, toda la culpa es mÃa.
Perdónala Señor, tu que le diste a ella
su frescura de lluvia y su esplendor de estrella.
Su alma era transparente como un vaso vacÃo:
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mÃo.
Pero, ¿cómo no amarla, si tu hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado, si era como el rocÃo
sobre la yerba seca y ávida del estÃo?
Traté de rechazarla, Señor, inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la simiente.
Era de otro. Era de otro que no la merecÃa,
y por eso, en sus brazos, seguÃa siendo mÃa.
Era de otro, Señor, pero hay cosas sin dueño:
Las rosas y los rÃos, y el amor y el ensueño.
Y ella me dio su amor como se da una rosa
como quien lo da todo, dando tan poca cosa...
Una embriaguez extraña nos venció poco a poco:
Ella no fue culpable, Señor ... ni yo tampoco!
La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella
y me diste los ojos para mirarla a ella.
SÃ, nuestra culpa es tuya; sÃ, es una culpa amar,
sÃ, es culpa de un rÃo cuando corre hacia el mar.
Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara,
que serÃa pecado mayor si no la amara.
Y por eso, perdóname Señor, porque es tan bella,
que Tú, que hiciste el agua, y la flor, y la estrella,
Tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
Tú también la amarÃas, ¡si pudieras ser hombre!
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