Romance en tiempo de guerra
Poema publicado el 18 de Septiembre de 2020
La casa era bonita, sencilla, cómoda y estaba situada a un costado de la finquita que Manuel había comprado con sus ahorros y la buena administración de su responsable economía; allí vivía con julia su hermosa esposa que lucía radiante porque en su abultado vientre crecía la creatura que acariciaban con suavidad y en voz baja casi cantarina le saludaban con el nombre escogido por los dos, que bien se amaban: hola, Mateo, bienvenido, te estamos esperando.
Ya la noche estaba llegando y colgaba la colcha adornada de estrellas; Manuel y Julia con Mateo en su vientre estaban sentados en el sillón verde del corredor largo adornado de matas casi todas florecidas; Sultán, el fiel perro ya estaba enroscado en un rincón lamiéndose los residuos del último sobrado dejado por sus correctos amos en la comida hace poco consumida; las gallinas ya estaban silenciosas madurando sus huevos para cacarear mañana; Michín el cenizo gato ya se había trepado al techo, para cazar la última ración del día, juguetón y mimoso.
La luna aún no asomaba para platear el paisaje; se escuchaba el sonido sereno del riachuelo cercano, el concierto creciente del grillo y la cigarra y el movimiento de las ramas de los árboles cercanos besadas por un suave viento en cortejo nocturno, era un cuadro idílico, enmarcado en esperanza, amor, paz y familia.
Manuel acariciaba sonriente el vientre, la cabellera y la cara de Julia que, un poco cansada, descansaba su cabeza en el hombro de su hombre; sabes, le dijo éste en tono bajo y romántico: siento que mi corazón tiene la forma de tu rostro porque de tanto amarte las palpitaciones han esculpido tu cara en él; puedes estar segura que donde yo voy, tú vas dentro como el niño que se gesta aquí… y besó su vientre; Julia rió complacida y emotiva anotó: mamá dice que tú eres un campesino poeta, que eres educado y bien hablado. Cerró sus ojos para disfrutar el romance en esa silla y esa hora recordó lo que hace años decía la profesora de su lejana vereda en tono amonestativo: recuerden niñas que hacer el amor no es cuestión de cama y sábanas, sino de tejer cada día con romance, ternura y comprensión el existir de la jornada; en ese momento Julia reconoció que era verdad, posible y placentero y dio gracias a Dios por el día aquel del matrimonio en la capillita de su pueblo con el regocijo de todos y sólo el dolor de la ausencia de su querido hermano Víctor, desaparecido un día de la pequeña chagra familiar.
De repente un ruido extraño sacudió la sementera: ambos alzaron sus cabezas interrumpiendo el beso y el gozo y hasta Sultán gruñía temeroso; pronto se desveló el secreto y cuatro hombres aparecieron en el patio limpio y ordenado; no venían en aires de paz, pues en sus manos cargaban oscuros fusiles y sus gritos eran soeces y hostiles; tres avanzaron y uno quedó en la penumbra para evitar sorpresas y ataques de vecinos.
“Cabrón capitalista, gritaba uno de ellos; no querés pagar la vacuna exigida por nuestra organización libertaria; salí al patio y decinos por qué no pagas y te hacés el bobo y te burlás de nuestra ordenâ€.
Manuel salió despacio del comedor al patio; Julia mudó su rostro en miedo y llanto y sus manos se turnaban entre acariciar su vientre y secar las lágrimas de sus hermosos ojos.
Miren, hermanos, replicó valiente Manuel; estoy acabando de arreglar mi finca para tenerla bella a mi hijo que ya llega; denme un placito más y de seguro pasaré mi cuota y seguiremos en paz.
El hombre de la penumbra se acercó presuroso y gritó airado y tosco, pues parecía ser el cabecilla: “evasor maldito, otro más que se burla de todo†y sin medir más palabras disparó iracundo al pecho de Manuel que cayó duramente sobre el patio empedrado bañando con su sangre el trabajo de ayer.
Julia horrorizada y dolida salió hacia el patio y al coger el cadáver de su amado marido las flores de su falda se tiñeron de sangre borrando su esplendor; ella miró al hombre que había disparado a su esposo querido y sacudiendo como en sueños su dolida cabeza, grito con rabia y llanto: pero si eres tú, Víctor, hermanito del alma; ¿por qué has roto odiando mi sueño y mi alegría, por qué?
Víctor también se horrorizó pues no había reconocido a su hermana de infancia que había dejado tierna al irse para el monte, tomar arma y matar; sin mediar palabra, con un asomo triste en su rostro cansado, sacó del cinto su pequeña pistola y partió su cabeza con un disparo rápido y certero; allí cayó a los pies de Julia y de Manuel ya muerto.
Su sangre cayó también en la falta ya enrojecida de Julia, esa falda teñida por dos sangres amadas pero en destinos distintos. La confusión fue grande y ella sólo pudo decir en voz entrecortada y baja: Dios mío, qué locura es mi Patria; mi falda empapada en sangres tan amadas es símbolo y es grito; prefiero ser romántica en la guerra y no romántica de la cruel y oscura guerra.
Autor: José Fabián Carrera
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Poema publicado el 18 de Septiembre de 2020
La casa era bonita, sencilla, cómoda y estaba situada a un costado de la finquita que Manuel había comprado con sus ahorros y la buena administración de su responsable economía; allí vivía con julia su hermosa esposa que lucía radiante porque en su abultado vientre crecía la creatura que acariciaban con suavidad y en voz baja casi cantarina le saludaban con el nombre escogido por los dos, que bien se amaban: hola, Mateo, bienvenido, te estamos esperando.
Ya la noche estaba llegando y colgaba la colcha adornada de estrellas; Manuel y Julia con Mateo en su vientre estaban sentados en el sillón verde del corredor largo adornado de matas casi todas florecidas; Sultán, el fiel perro ya estaba enroscado en un rincón lamiéndose los residuos del último sobrado dejado por sus correctos amos en la comida hace poco consumida; las gallinas ya estaban silenciosas madurando sus huevos para cacarear mañana; Michín el cenizo gato ya se había trepado al techo, para cazar la última ración del día, juguetón y mimoso.
La luna aún no asomaba para platear el paisaje; se escuchaba el sonido sereno del riachuelo cercano, el concierto creciente del grillo y la cigarra y el movimiento de las ramas de los árboles cercanos besadas por un suave viento en cortejo nocturno, era un cuadro idílico, enmarcado en esperanza, amor, paz y familia.
Manuel acariciaba sonriente el vientre, la cabellera y la cara de Julia que, un poco cansada, descansaba su cabeza en el hombro de su hombre; sabes, le dijo éste en tono bajo y romántico: siento que mi corazón tiene la forma de tu rostro porque de tanto amarte las palpitaciones han esculpido tu cara en él; puedes estar segura que donde yo voy, tú vas dentro como el niño que se gesta aquí… y besó su vientre; Julia rió complacida y emotiva anotó: mamá dice que tú eres un campesino poeta, que eres educado y bien hablado. Cerró sus ojos para disfrutar el romance en esa silla y esa hora recordó lo que hace años decía la profesora de su lejana vereda en tono amonestativo: recuerden niñas que hacer el amor no es cuestión de cama y sábanas, sino de tejer cada día con romance, ternura y comprensión el existir de la jornada; en ese momento Julia reconoció que era verdad, posible y placentero y dio gracias a Dios por el día aquel del matrimonio en la capillita de su pueblo con el regocijo de todos y sólo el dolor de la ausencia de su querido hermano Víctor, desaparecido un día de la pequeña chagra familiar.
De repente un ruido extraño sacudió la sementera: ambos alzaron sus cabezas interrumpiendo el beso y el gozo y hasta Sultán gruñía temeroso; pronto se desveló el secreto y cuatro hombres aparecieron en el patio limpio y ordenado; no venían en aires de paz, pues en sus manos cargaban oscuros fusiles y sus gritos eran soeces y hostiles; tres avanzaron y uno quedó en la penumbra para evitar sorpresas y ataques de vecinos.
“Cabrón capitalista, gritaba uno de ellos; no querés pagar la vacuna exigida por nuestra organización libertaria; salí al patio y decinos por qué no pagas y te hacés el bobo y te burlás de nuestra ordenâ€.
Manuel salió despacio del comedor al patio; Julia mudó su rostro en miedo y llanto y sus manos se turnaban entre acariciar su vientre y secar las lágrimas de sus hermosos ojos.
Miren, hermanos, replicó valiente Manuel; estoy acabando de arreglar mi finca para tenerla bella a mi hijo que ya llega; denme un placito más y de seguro pasaré mi cuota y seguiremos en paz.
El hombre de la penumbra se acercó presuroso y gritó airado y tosco, pues parecía ser el cabecilla: “evasor maldito, otro más que se burla de todo†y sin medir más palabras disparó iracundo al pecho de Manuel que cayó duramente sobre el patio empedrado bañando con su sangre el trabajo de ayer.
Julia horrorizada y dolida salió hacia el patio y al coger el cadáver de su amado marido las flores de su falda se tiñeron de sangre borrando su esplendor; ella miró al hombre que había disparado a su esposo querido y sacudiendo como en sueños su dolida cabeza, grito con rabia y llanto: pero si eres tú, Víctor, hermanito del alma; ¿por qué has roto odiando mi sueño y mi alegría, por qué?
Víctor también se horrorizó pues no había reconocido a su hermana de infancia que había dejado tierna al irse para el monte, tomar arma y matar; sin mediar palabra, con un asomo triste en su rostro cansado, sacó del cinto su pequeña pistola y partió su cabeza con un disparo rápido y certero; allí cayó a los pies de Julia y de Manuel ya muerto.
Su sangre cayó también en la falta ya enrojecida de Julia, esa falda teñida por dos sangres amadas pero en destinos distintos. La confusión fue grande y ella sólo pudo decir en voz entrecortada y baja: Dios mío, qué locura es mi Patria; mi falda empapada en sangres tan amadas es símbolo y es grito; prefiero ser romántica en la guerra y no romántica de la cruel y oscura guerra.
Autor: José Fabián Carrera
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