Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Aquel nocturno yerbazal, al borde
del declive de acebos, ciegamente
buscado entre el vislumbre
del amor, bajo el troquel efÃmero
de la naciente luna ciñe
con sus trémulos odres toda
la historia de mi vida, el privilegio
de mi junta y profética memoria,
y allà estará mi vocación gestándose,
cómplice cuerpo transitorio
fronterizo del mÃo para nunca.
La tierra genital, los estandartes
fugitivos del sueño, la prohibida
palabra, permanecen
junto al amor que escribo, tachan
con su verdad los nombres
de mi boca.
Compartida codicia,
¿qué haré con este cuerpo
sin el tuyo?
Subà desde la sombra
hasta la luz, puse mi mano
en el aire vacÃo. AquÃ
me entrego, dije,
no tengo nada que perder.
Cuántos
turbadores resquicios fraudulentos
se desvelaron para mÃ, mientras anduve
tropezando.
En la pared aquella,
cerca de la hondonada parpadeante,
bajo el metal marÃtimo fundido
entre los dos, fui desnudado
del lastre primerizo de mi alma
y levanté los ojos hacia el cuerpo
aterido. Aquà me entrego, dije,
preso estoy .en mi propia libertad.
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