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Epístola a una hija triste - Poemas de José Manuel RodrÍguez Rangel



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Epístola a una hija triste
Poema publicado el 26 de Agosto de 2010

EPÍSTOLA A UNA HIJA TRISTE.                           
A Tatiana.
Querida hija:
Arribaste al mundo, arrugada, llorona y reducida, tan pequeña que mi brazo
te cobijaba como el más preciado caudal de hombre alguno sobre la tierra.
Criatura hermosa, desdentada, barrigona…¡ te anhelé con fe ciega!
No fue mi deseo hoja al viento. Y……….llegaste!, bella como un ángel,
desnuda de pecados.

¿Sabes?, nadie tuvo más tesoros cuando te tomé entre mis manos,
marchitando el letargo de mi entorno; ninguna será como tú;
en tus ojos flamea la cálida efigie de tu padre enamorado.
Dios te moldeó con mis facciones ostentadas con orgullo al discernir
tu parecido a este hombre hoy viejo y feo; pero eres parte mía, mi poema.

Sólo te abandoné en tu primer día de clases, cuando con lágrimas
implorabas mi regreso.
Volarás a un nido lleno de sueños, mi angelito eterno,
arrullándote cuando acudas desconsolada.
Elevaste tu porte y resbaló tu cabellera, impregnando al mundo de tus afanes.
Aprovechas tu apatía material para prodigar consuelo y esparcir libertad,
sin dar la espalda a los ingratos, pues sabes que el bien no se hace
para obtener recompensas palpables.

Aprendiste a escuchar de prisa, controlar tu lengua y atrasar tu enojo.
Por grandes que sean los barcos, un humilde hombre los gobierna
con un pequeño timón que desafía el oleaje.

Y hasta los bosques más inmensos los arrasa una insignificante llamita.
Por eso, sé sencilla. Nada dura para siempre, tan solo la impronta de Dios
…Y mi amor por ti.

No  inflaste tu panza ni petrificaste el pecho, por eso te escribo
como mi más grande logro, pidiéndote perdón por mis errores de hombre.
Sufrirás si luchas por otros, pero ello es preferible a deleitarse
con las desgracias ajenas.
Antes, te creías cuadrada por mirar escuálidas modelos en televisión;
hoy te place lo que ves y miras más allá, consciente de la fugaz armonía material;
Los hijos tacharán todo vestigio de firmeza en tus senos,
esculpirán estrías por habitarte, y los balancearé en mis piernas caducas,
repitiéndole canciones de cuna inventadas para ti.
Cuando los reprendas acuérdate: yo no levanté mi mano para maltratarte.

No estés triste por los momentos idos, podrás revivirlos ocupando mi lugar,
cuando tus retoños rieguen sonrisas por tu estancia de madre.
No te aflijas si no puedo elevarte con mis brazos, tú sola,
con tus pasos porfiados, alcanzarás la cumbre.
Mis ojos se trocarán en anteojos y mi cuerpo se encorvará resignado
con el peso de crudos  inviernos;
eso, hija mía, es la ineluctable llegada de los años,                           
que  apaciguan el fuego pero tornan los impulsos en  luminosas reflexiones

Cuando muera, viviré en ti. Acéptate, crece a diario y dile no
a la desidia de tu imagen. Un lote abandonado acoge las basuras,
de un jardín florido se aspira el perfume,
aunque no falten quienes corten las flores de tu edén.
Si sabes extender tu mano pródiga,… pronto arribará Dios a tu corazón.


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