Las dispensadoras del sueÑo
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
A Elisabeth van der Schulemburg
¡Extraña floración donde las noches
depositan su lúgubre simiente!
La luz del dÃa encuentra vuestros rostros,
doblados en patética ternura,
sobre la misteriosa urnilla verde
en que yace dormida la honda esencia.
Allà diseminadas por los campos,
celadoras de indescifrable culto,
aspiráis el aliento vaporoso
de ese ser que subyuga, y abrazadas
cual ebrias a una sombra irresistible
os rendÃs a su dulce maleficio
con la sedosa púrpura teñidas
del primer sueño. Lejos os ignoran
las rosas del jardÃn, bajo los tilos,
junto a claros estanques extasiadas,
cuando la errante yedra les transporta
más que el amor, el polen que desprende
el gran extenuado en vuestros brazos.
¡Qué ligereza tiende por los aires
su extraño peso! Vedlos acallados,
los pájaros en torvas mansedumbres,
débiles en las ramas, como pulsos
de la vencida selva; y aun los hombres
en sus dichosos entretenimientos
caen rendidos al suave toque oscuro
de sumisión. OlvÃdase el avaro
de su tesoro, y déjalo perdido
por aquel que es más fuerte que sus ansias;
siente el enfermo que una mano tibia
ahuyenta, cual la pluma, de sus sienes
la amarga realidad, y hasta el amante
deja a su lado, ciego, a la que adora,
porque alguien más potente le ha besado
los fatigados ojos. El sol mismo,
¿no descansa su párpado un momento,
entornado en las lindes de la tierra?
Sólo las aguas suenan por las noches,
rebeldes al fatÃdico reposo,
huidizas del sueño que las tienta
con ese frenesà de lo imposible.
De "Las iusiones"
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
A Elisabeth van der Schulemburg
¡Extraña floración donde las noches
depositan su lúgubre simiente!
La luz del dÃa encuentra vuestros rostros,
doblados en patética ternura,
sobre la misteriosa urnilla verde
en que yace dormida la honda esencia.
Allà diseminadas por los campos,
celadoras de indescifrable culto,
aspiráis el aliento vaporoso
de ese ser que subyuga, y abrazadas
cual ebrias a una sombra irresistible
os rendÃs a su dulce maleficio
con la sedosa púrpura teñidas
del primer sueño. Lejos os ignoran
las rosas del jardÃn, bajo los tilos,
junto a claros estanques extasiadas,
cuando la errante yedra les transporta
más que el amor, el polen que desprende
el gran extenuado en vuestros brazos.
¡Qué ligereza tiende por los aires
su extraño peso! Vedlos acallados,
los pájaros en torvas mansedumbres,
débiles en las ramas, como pulsos
de la vencida selva; y aun los hombres
en sus dichosos entretenimientos
caen rendidos al suave toque oscuro
de sumisión. OlvÃdase el avaro
de su tesoro, y déjalo perdido
por aquel que es más fuerte que sus ansias;
siente el enfermo que una mano tibia
ahuyenta, cual la pluma, de sus sienes
la amarga realidad, y hasta el amante
deja a su lado, ciego, a la que adora,
porque alguien más potente le ha besado
los fatigados ojos. El sol mismo,
¿no descansa su párpado un momento,
entornado en las lindes de la tierra?
Sólo las aguas suenan por las noches,
rebeldes al fatÃdico reposo,
huidizas del sueño que las tienta
con ese frenesà de lo imposible.
De "Las iusiones"
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